11 de abril de 2012

año sabático...

Un año sin subir nada. Casi doce meses en los que han mandado las mil y una circunstancias que han ido surgiendo, casi pisándose unas a otras, y que o se han comido el tiempo, o las ganas de sacudirse la pereza en los pocos ratos libres que aquellas te han dejado y has dedicado a otras cosas que, no por parecer ociosas, también eran necesarias porque uno siempre está en permanente construcción.

No ha sido por falta de ganas, sino más bien como un “vuelva usted mañana”, porque cada vez que he pensado en escribir unas líneas lo he acabado posponiendo casi sin darme cuenta de que ir dejándolo de un día para otro se acaba convirtiendo en un hábito del que cuesta deshacerse cuanto más pasa el tiempo.

Ya en abril del pasado año "me disculpaba" con mi blog por lo que parecía un abandono premeditado. Lo emplazaba para el siguiente 23 de mayo al reencuentro y ha llovido, muy poco este año pero ha llovido, desde entonces… Aun así, me sentía seguro de su complicidad y que por eso sabría esperarme. Ojalá las personas fueran tan incondicionales, pero eso apenas ya si nos sale al paso.

© P.F.Roldán

Diana Krall - Where Or When

22 de abril de 2011

45 años después… 45 “canallas”



Intento escribir una y otra vez sobre el reencuentro este Martes Santo con los antiguos compañeros de Maristas y me quedo absolutamente bloqueado. Sólo puedo pensar en que fue tan absolutamente emotivo que no me salen fluidas las palabras.

Cuando hace más o menos un mes, Antonio, un amigo de entonces de la escasa media docena con la que, desde que regresé a Cartagena, he mantenido cierto esporádico contacto, me propuso asistir a una comida que estaban organizando él y otros cuatro más para reunirnos a la mayoría de los que compartimos aquellos días, allá por los principios de los 60, me dije y le dije que no me sería posible.

Además de la extrema escasez de tiempo de estos vertiginosos últimos meses, nunca me han atraído ese tipo de eventos en los que, por regla general, sólo se suelen sacar por toda conversación las batallitas de la infancia, como cuando se juntan los que hicieron la mili juntos y bosteza hasta el mantel. Y si a eso le sumaba el pánico escénico de coincidir en un restaurante con gente a la que hacía cuarenta y cinco años que no veía y que posiblemente ni reconocería, ni tal vez con casi toda probabilidad ellos a mí, y aunque en aquellos años algunos fuéramos los mejores amigos del mundo y recordara sus nombres porque la foto de 3º de bachillerato –firmada por todos en el dorso- siempre ha estado en la librería de mi estudio, mi negativa se hacía más rotunda.

Tenía excusas de peso a las que agarrarme sin necesidad de buscar otras que, a pesar de ser creíbles por ser reales también, podría solventar llegado el momento. Pero recibí un correo hace un par de semanas con los nombres de los que ya habían confirmado su asistencia y, si aún me resistía a decir que sí, algo se me removió por dentro al leer algunos de ellos, sin menoscabo de los de otros. Era algo más que la nostalgia de un pasado que ya quedaba muy lejano. Fue mucho más. Miré con detenimiento aquella foto y otras que o están en un viejo álbum o en una carpeta de mi ordenador, y salieron a flote vivencias, sensaciones, lealtades y deslealtades -que de todo hubo (entre críos ya se sabe que de eso no se sabe)-, imágenes que, de tan nítidas pese a los años transcurridos, eran más que meros recuerdos,… y, contra mi habitual rechazo a esos encuentros de “ex de algo”, acabé comunicando también mi asistencia.

Y sigo sin palabras, así que (abusando particularmente de las vuestras, Juan y Alberto, porque, no siendo las únicas pero sí las más expresivas, todas las recibidas a través de mail harían esto interminable) transcribo parte de lo que nos han escrito a los cuarenta y cinco que estuvimos.
Y se dice pronto 45 –algunos se desplazaron desde Cádiz, Valencia, Barcelona, Madrid, Ferrol, Palma…-, pero no fuimos ni diez ni veinte lo que es una muestra de cómo fuimos aquella concreta muchachada y cuánto se puede llegar a guardar en los más recónditos compartimentos de tantos corazones aunque pasen decenas de años que, repentinamente, parecen convertirse en un “como decíamos ayer…”-. Y es que, después de vivir lo que viví el martes pasado, uno se da cuenta de que hay cosas en esta vida que imprimieron su especial sello y hasta te hacen sentir que eres un privilegiado por formar parte de un grupo de personas así.

“En un principio, me resistía a ir, pero las historias que llegaban por correo electrónico barruntaban una excelente sintonía y un ambiente fenomenal. ¡Joder! Iban a ir, fulanito y menganito… compañeros míos inseparables de tal o cual época y a los que no veo en siglos y enseguida acudían a la mente recuerdos de una etapa de mi vida donde se mezclaban sentimientos, olores y sabores especiales. … En algunos de esos momentos que todos añoramos, había alguna de vuestras caras…Unos estabais mas cercanos y otros un poco más lejos. No con todos me llevaba igual, decir eso sería de necios, pero fijaros que en nuestro encuentro…sentí cariño y afecto por todos y cada uno de vosotros. Los que formáis parte de la banda sonora de mi vida. De la película de mis recuerdos. No recordé ningún momento malo de ninguno de vosotros. Incluso me apuré de ver el cariño y el trato afable que me dispensasteis. No cruzasteis la calle para haceros la foto al otro lado…porque para mi estaba muy lejos. ¿Qué vale eso? Solo el cariño del bueno, la amabilidad y la consideración bien entendida permiten que sucedan esas cosas. De aquellos polvos, vienen estos maravillosos lodos. De aquella educación y olor a tigre en las aulas… la delicadeza y la solidaridad. Gracias a todos. Por ser como sois.” (Juan)

“Estoy ilusionado y emocionado con vuestros escritos sobre nuestro reencuentro. …Fue un día de emociones, alegría y abrazos con sentimiento, necesitábamos estar en contacto, sentir esa presencia que recordábamos de una época muy lejana. Juan en su excelente escrito hablaba de estos abrazos incluso con aquellos con los que no teníamos una relación fluida (o no buena). Por mi parte tengo que decir que no soy muy dado a las demostraciones afectivas, no me enorgullezco de ello pero es que soy así. Los que me conocen saben que soy muy serio y muchos dicen un mala follá. Mis amigos de toda la vida cuando sus hijos se portaban mal les decían “o te callas o llamo a Berto”. Bueno, digo todo esto porque ese 19 de abril de 2011 cuando ya os abracé a todos continué por los camareros y si no me paran salgo a la calle a completar la faena. Pues eso, un día para recordar y que si os dais cuenta no he mencionado la comida, para mí fue lo de menos…” (Alberto)

Sé que, como Alberto, pienso que la comida en sí fue lo de menos; que, como Toni, qué poco costó esa comida en comparación a sentirse feliz las horas en las que la compartimos todos juntos; que, como Rafa, qué corto se hizo el tiempo para estar más con cada uno: ¡éramos tantos!; que lo que siempre recordaremos, como apunta Juan, será el sentimiento de cariño y afecto por todos y cada uno de los “canallas” –como nos rebautizaron los cinco cómplices del acontecimiento- que allí estuvimos el 19 de abril.

Sé que no voy a olvidar ese día.

© P.F.Roldán

Los Enanitos Verdes:Amigos

11 de abril de 2011

carta a mi blog

Querido blog,
sé que te tengo abandonado de nuevo, pero también sé que podrás disculparme porque no ignoras que no se trata de infidelidad sino de falta de tiempo material y que cuando me he puesto a escribirte en un rato que creía sólo mío, he tenido que interrumpir una vez y otra porque surgen cada día nuevas cosas que impiden detener, ni por una hora, el ritmo frenético del que ya te hablaba hace unos meses.

Es lo que nos suele suceder cuando sabemos de la incondicionalidad de los buenos amigos que siempre están ahí y a los que, aunque no veamos en mucho tiempo, parece que fue hace cuatro días la última vez., teniendo que decir –como fray Luis de León- aquello de “cómo decíamos ayer” porque no ha sido inconstancia, desidia ni ausencia voluntaria.

No eres el único al que he tenido dejado en estos últimos meses y tampoco puedo asegurarte que hasta que pase mayo no se repita… pero seguirás estando aquí. Otros, menos fieles que tú, se lo han tomado como un agravio, como un desprecio, y, si no andan sólo enfurruñados conmigo, hasta me han dado de lado, borrándome de las redes sociales, cuando ni puedo sacar unas migajas de minutos para mí.

Ha pasado la convocatoria de exámenes cuatrimestrales y no he podido presentarme a ninguno. Noches de dormir solamente tres o cuatro horas. No saber ni lo que es coger un libro en estos últimos meses, cuando era una costumbre diaria, que si paro un instante es para leer las noticias en los periódicos digitales, porque el resto del tiempo es sobre leyes, reglamentos, calendarios electorales… No sé en este tiempo lo que es escribir como lo hacía antes si no es para redactar estatutos, programas electorales, documentos, comunicados… Por no saber, ni sé qué emiten por televisión, aunque tampoco he estado pendiente de ella nunca más de lo estrictamente necesario, y sólo me resarzo escuchando algo de música -y no siempre si no logro concentrarme- mientras estoy inmerso entre toda esa maraña burocrática y yendo, si no, de un lado para otro.

Y es que cuando me metí en este jardín de la política, que más que jardín es una selva, no ignoré que sería duro al no ser -ni ganas de serlo- un político “profesional” sino un ciudadano corriente, cansado de promesas, chanchullos y mentiras, con ganas de luchar por lo que creo y trabajando por los demás, como me gustaría que los de siempre lo hubieran hecho por mí.
Y, aun sabiendo que sería duro y que me absorbería bastante, no imaginé que hasta estos extremos, y ya me conoces; que soy de los de poner toda la carne en el asador cuando la causa lo merece. Por eso, sé que me perdonarás estas ausencias inevitables y en las que todo es tan impredecible que en bastantes ocasiones porque, aunque lleves agenda, ignoras lo que podrás estar haciendo dentro de una hora cuando eres inexperto en esos líos de las campañas electorales y la burocracia que conllevan sus prolegómenos.

Hoy he encontrado este pequeño hueco para decirte que te echo de menos; que, aunque lo sabes, nunca está de más decirlo; que algún día te contaré muchas de las cosas que están sucediendo en estos meses y cuánto se aprende, sobre todo a nivel humano. Es lo que tiene estar cercano a las personas; escucharlas; ponerte en su piel y saber, ante todo, que ellas son lo más importante y por quienes te has metido en este berenjenal. Lo de vender humo, o agua en garbillo -como suele decir un buen amigo-, se lo dejaremos a otros que ya tienen experiencia en cómo hacerlo muy bien para secuestrar nuestros votos durante cuatro años.

Hasta el 23 de mayo, “el día después”, no puedo asegurarte que tengamos ocasión de reencontrarnos, pero te diré un hasta luego en vez de hasta pronto… por si acaso. Sé que, cómplice, me esperarás.

© P.F.Roldán

Cantar mi historia:La Musicalité

19 de diciembre de 2010

tres meses frenéticos

Aunque haya querido encontrar huecos, ha sido imposible.
Por el camino, en este trimestre, se han ido quedando cosas, e incluso algunas personas a las que creía incondicionales y que ha sido lo que más puede doler.

Hay quienes entran en tu vida creyendo que la amistad es estar cada minuto pendiente de ellos, como si todo se circunscribiera a una más que disponibilidad absoluta, confundiendo esa incondicionalidad con una especie de continuo vasallaje, una exclusividad, y no hubiera otras cosas que hacer que estar sólo pendiente de ellos a todas horas. Y si duele es porque les tenías verdadero afecto, aunque, si se piensa con detenimiento, es una liberación cuando te haces consciente de que eran en realidad un lastre para poder dedicarte a otras cosas también y que cada una de ellas es tan importante como las otras. Pero ¿a quién no le ha pasado alguna vez?

No se puede estar las veinticuatro horas pendiente del teléfono en conversaciones interminables; de que te reprochen que no te conectas al Messenger o las redes sociales, o que les digas que no tienes tiempo para salir de farra cuando les apetece, cuando ni has podido ir todavía a una sola tutoría de la UNED.

Han sido tres meses frenéticos que, aun intuyendo que lo serían con toda probabilidad así –y lo que falta por venir- porque conociste la experiencia cercana de Blanca, no te das cuenta de que hasta qué extremo pueden serlo hasta que no los vives en primera persona. Y es que todo sucede tan rápido, tan vertiginosamente, con tanto por hacer, con tantos imprevistos, que no puedes hacer planes de ayer para mañana, y en ocasiones ni de ahora para dentro de unas horas.
Intentas, y hasta lo consigues en casi todo porque no sabes decir “¡basta por hoy!”, llevar todo en danza. Noches de dormir apenas cinco horas o de no dormir nada, que no será saludable, pero no te puedes permitir aparcarte cómodamente en el sofá ni por un momento. Y hasta cambian hábitos a los que no te gustaría renunciar, como ese rato de lectura diaria, que no ha sido ni una ni dos veces las que has amanecido con la luz encendida, el libro por un lado y las gafas para la presbicia por otro sin haber terminado ni una página.

La Política es apasionante cuando no se vive como política, sino como una forma de servicio a los demás; cuando te preocupan tanto ciertos asuntos que no dudas en viajar para entrevistarte donde sea y cuando sea, aunque te hagas dos mil kilómetros en día y medio, con quien te puede dar respuestas y posibles soluciones, sabiendo que a tu regreso quedan mil papeles sobre otras cosas sobre la mesa; cuando, pese a tu negativa durante semanas, tus compañeros deciden, sin dejarte rechistar, que seas el candidato para las próximas elecciones municipales y tienes que asumir responsabilidades con las que no contabas cuando, por fin, te habías decidido volver a matricularte en la Universidad para estudiar ahora Historia y así satisfacer una de las cosas que siempre deseaste hacer y no veías nunca el momento.

Es apasionante cuando sabes que ni eres un político “profesional” ni deseas serlo, aunque cause extrañeza a propios y extraños, porque no buscas el sillón sino trabajar sin descanso para intentar poner tu grano de arena, desde dentro, para solucionar en la medida de tus posibilidades y capacidades todas esas cosas de las que te has quejado y has oído quejarse a otros mil veces, con la visión de quien las ha padecido desde fuera.

Y, aunque apasionante, sabes que has entrado en un mundo sucio en el que casi todos van por su propio beneficio, salvo honrosas excepciones, y no dudarán, porque ya lo he comprobado en carne propia, en plantarte cara desde las actitudes más mezquinas con tal de echarte de esa carretera a la cuneta… lo que, en vez de desanimarte, es un acicate para que te hagas más fuerte ante difamaciones, calumnias y extorsiones gratuitas, y sin entrar en su juego aunque se te quede el cuerpo con ganas de ir a cuchillo también porque hay cosas que difícilmente se pueden aguantar. Pero, en la hoja de ruta que te has marcado, no cabe entrar al trapo de desaprensivos sino trabajar con constancia y paciencia, dejando que ladren porque sabes, como don Quijote, de que eso es señal de que caminas.

Cuando tienes la gran fortuna de estar rodeado por gente competente, eficaz y luchadora y que no eres un solitario corredor de fondo, te sientes capaz de todo aunque luego no dependa de nosotros llegar a puerto, sino de la credibilidad que hayamos conseguido generar en los que realmente tienen la sartén por el mango –aunque ignoren que son los que la tienen de tanto como se les ha manipulado- y que son los que decidirán si eres válido o no. Pero te quedará la satisfacción de haber hecho todo lo que está en nuestras manos y que no es tiempo perdido si pudimos despertar conciencias -sean cuarenta o cuarenta mil- porque, al contrario de otros, no buscas personalismos baratos para tener un puesto, sino tratar de sacarlos de esa ignorancia que es la que hace fuertes a los que nada más que buscan lucrarse a costa de ellos.

Como decía Orwell: “en tiempos de mentiras, decir la verdad es un acto revolucionario”. Sólo esperamos que se quiera saber la verdad que se nos ha ocultado durante dos largas décadas y que la gente salga del letargo en el que se les ha sumido durante muchos años por quienes quieren perpetuarse en el poder a costa de lo que sea y por encima de quien sea.

Difícil aspiración cuando la verdad no tiene un solo color, pero la Verdad sea sólo una y los engaños y manipulaciones muchos.

© P.F.Roldán

Frank-T Y Zenit:La Verdad

23 de junio de 2010

y se nos fueron...

No he sido un lector exhaustivo de la obra de José Saramago, aunque tampoco es escaso lo que de él he leído. Y de lo leído puedo afirmar que siempre me dio alicientes para pensar porque nunca me resultó una literatura banal ni una simple lectura de entretenimiento como las novelas históricas, género que ahora prolifera, muchas de ellas casi perfectas pero sin que trasciendan al día a día.

En Saramago siempre he encontrado, y seguro que seguiría encontrando si leyera más de lo que escribió, esa filosofía -que no es filosofía sino un estado del espíritu- para detenerse a meditar acerca de las realidades de la condición o naturaleza humanas. Frases cortas muchas veces y tan sencillas que, no por ya sabidas o intuidas, hacen que uno se pare a analizar si realmente está viviendo como un ser humano comprometido con todo lo que le rodea y más allá, o simplemente se vegeta absorbido por la indiferencia que se practica en una sociedad gregaria, acomodaticia y que valora más lo que no necesita ni el esfuerzo de pensar por unos segundos.

Era mayor en edad. Muchos habrán empleado la manida expresión “ley de vida”. A muchos hasta su muerte les habrá resultado indiferente. Pero otros se han empleado a fondo, como la inmisericorde jerarquía vaticana que no ha dejado ni enfriar su cadáver, para atacarle por su marxismo practicante. Y yo que no soy marxista y sí creyente, he sentido que si marxista es hacerte sentir más cerca de la doctrina de Jesús, algo de marxista hay en mí que me identifico más con mucho de lo que le he leído a Saramago que con la mayoría de actuaciones de esos purpurados a los que si Cristo volviera seguro que no dudaría en expulsar del Templo a correazos, como ya hiciera con los mercachifles de su época.

Como Vicente Ferrer, que se nos fue ahora hace justo un año y para quien muchos pedimos ahora el Nobel de la Paz para su Fundación, Saramago es de esos santos –porque ¿qué es la santidad sino ser un hombre bueno y justo?- que la Iglesia nunca subirá a sus altares. Santos incómodos y heterodoxos para y con la jerarquía por su forma de pensar y de vivir, pero absolutamente ortodoxos por su cercanía a los valores más humanos del Evangelio del que otros se han hecho adalides y que ni cumplen en las formas ni en el fondo. Cada uno a su manera, entregó lo mejor de sí –y hasta lo peor, porque no habrían sido hombres- para despertar conciencias y hasta para revolverlas, y eso no sólo incomoda sino que deja como hipócritas y sepulcros blanqueados a los que, apelando precisamente a la conciencia, se contradicen con sus hechos.

Y el viernes pasado fueron inevitables, por espontáneas y con la autonomía que les da el sentimiento, las lágrimas. Uno siente que el mundo ha vuelto a perder a alguien grande, sin que esa grandeza le llenara jamás de una vacua soberbia y aun pareciendo adusto e intransigente. Pero es que los que viven adocenados en manada son incapaces de ver que los auténticamente intransigentes son muchos de sus pastores aunque con una finalidad bien distinta. Lo que distingue la de uno con la de la de esos otros es que mientras para aquél está motivada por la fe profunda en sus convicciones, los otros usan la intransigencia para no perder ovejas del redil que gobiernan, utilizando la fe y manipulando las conciencias de aquellos que siguen creyendo en un mensaje de veintiún siglos, y que no ha perdido vigencia si excluimos la deformación que han hecho de él los encargados de adoctrinar a las masas como si de un Estado totalitario se tratara y en el que ya no importa tanto el verdadero mensaje de la ideología -aunque siga siendo su arma- como el seguir detentando el máximo poder unos pocos que se eligen entre ellos.

¿Cómo puede nadie condenar a alguien que dice: “"Ni las derrotas ni las victorias son definitivas. Eso les da una esperanza a los derrotados, y debería darles una lección de humildad a los victoriosos"? Pero tal vez una respuesta al mundo en que hoy vivimos la encontremos al final de “Ensayo sobre la ceguera”: “"Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven. Ciegos que, viendo, no ven".

No. Nunca subirá a los altares, como tampoco elevarán a ellos al gran Vicente Ferrer. Aunque seguro que ninguno de los dos tampoco lo habría querido jamás. Sin embargo, ambos permanecerán en muchos corazones y en la memoria de tantos como se han reencontrado consigo mismos y hasta con su fe, a pesar de la rebeldía de uno con sus superiores y del ateísmo practicante del otro. Y se llega a pensar si no serían estas posturas sino el rechazo a todo lo que representaba para ellos esa Curia fanática.

Nunca podremos estar en la conciencia de nadie en toda su vida, y mucho menos cuando se está yendo, pero será siempre inevitable elucubrar si muchos de los que dejaron a un lado la Iglesia oficial y lo que predica, no fue más por quienes la representan que por el que debieran de representar.

Lo único cierto es que no pueden existir esas llamas eternas, que predican y con las que tratan de atemorizarnos, para nadie que haya hecho de la verdad, de la bondad, de la justicia, de la solidaridad,… el motivo de sus vidas.

© P.F.Roldán

Saramago, Pilar del Río, Luis Pastor, Joao Afonso...:Grandola Vila Morena

4 de junio de 2010

cuando sólo queda la memoria

Paso casi a diario por la puerta de la que fue la casa de mis abuelos. Un edificio decimonónico en la calle del Cañón, a la que mi abuela seguía llamando por su antiguo nombre de Osuna hasta en los remites de las cartas que escribía, y que después siguió habitando mi tía Lola, hasta que murió este último sábado.

La casa pasó a ser propiedad hace ya algunos años de uno de los ladrilleros más afamados, por polémico, de Cartagena. Pero quien le iba a decir a él cuando invirtió que mi tía, con la que pactó el pago de un alquiler simbólico, superaría los 93 años contra todas las expectativas imaginables.

Esa casa, que ahora es ya casi seguro que tendrá los días contados como tantas otras en el casco histórico, será siempre “la casa de los abuelos” y permanecerá en mi memoria. Mis recuerdos son innumerables y tan vívidos que mi madre que nació en ella como todos sus hermanos -a los que ha sobrevivido- se asombra a veces que los cuente como si fueran cosas de ayer porque ella ya ha olvidado muchas, entre el paso de los años y el desasosiego que le entra cuando se le rememora un pasado que le duele por todo lo amado que ha perdido.

El olor a “Maderas de Oriente” –con su palito dentro del frasco- con la que mi abuela impregnaba ligeramente un pañuelo que solía llevar en la muñeca, bajo la manga de sus vestidos de invierno, o debajo del escote en verano. No le gustaba echarse colonia o perfume directamente en la piel y hasta muchos años después de su fallecimiento ese aroma permaneció en su enorme armario “de luna”, entre sus vestidos de los que mi abuelo nunca quiso deshacerse. Las tardes sentado junto a ella en el mirador, cuando salía del colegio, merendando rebanadas de pan con mantequilla y azúcar, o aceite y sal, mientras ella desenvainaba y desgranaba los pésoles para la cena o se afanaba, con una destreza que me absorbía, con sus encajes de bolillos en aquel mundillo de color rosa desvaído y claveteado con infinidad de alfileres, siempre con la enorme radio encendida escuchando canciones (Pepe Blanco, Carmen Morell, Antonio Molina...) que los abonados a la emisora dedicaban a parientes, novias y amigos. El liviano cobertor antiguo de seda azul celeste, con bordados en blanco y orlado con una guarnición de flecos entrelazados por nudos en su rededor, que sólo sacaba para las grandes ocasiones, como, por ejemplo, las fiestas familiares señaladas o como colgadura para la procesión del Corpus, en el balcón del salón, al que llamaban el gabinete, mientras con los nietos deshojaba flores para echar los pétalos al paso del Santísimo. Y cuando llegaba la época de carnavales, prohibidos por el franquismo, la abuela sacaba los viejos disfraces de su infancia de un baúl que tenía en el trastero y nos vestía a todos para hacer fiesta en casa, empezando por mis tías. Mientras me cupo, casi hasta los siete años, siempre fue mi preferido un traje de Pierrot en raso amarillo con gola de tul blanca y grandes botones negros, y los demás de holandesa o de flamenca o de Charlot con un viejo bombín del abuelo…
Y el sarampión también lo pasé allí con tres años, iluminado por la tradicional bombilla roja y tomando el ya desaparecido antipirético Piramidón. “¿Cómo te puedes acordar hasta de la marca?”, me suelta mi madre.

La calle bulliciosa con la sastrería de Rafael Valls en la acera de enfrente, siempre con trasiego de clientes; la “Granja de Manolita” en el portal de al lado, que por dos perras gordas te daba ni se sabe de bolas de anís; y más abajo la tienda de Emilia “la Cacharrera” que vendía desde lebrillos y macetas a loza barata o el demolido Hotel España, de cuyo pinche, siempre con su delantal gris, se burlaban todos a voces, procaz y cruelmente, porque subía y bajaba la calle, mano en la cadera, contoneándose sin pudor cuando iba a hacer los mandados. El multitudinario trasiego que provocaba la Semana Santa de la que, año tras año, no me perdía una procesión detrás de los cristales bajos del mirador mientras mi abuelo, que antes de la guerra había sido consiliario de La Samaritana, me contaba historias de los tronos, de cómo eran antes, y hasta de cuando en el 36 saquearon la Catedral y bajaron por la Cuesta de la Baronesa a la del Cañón a la casa del entonces alcalde, que vivía en el edificio contiguo, disfrazados con las casullas. Y por las noches el sereno con su chuzo y su manojo de llaves, o los que regaban la calle con manguera, haciendo que en verano los adoquines de pórfido, aún calientes por la solanera, despidieran un olor que nunca más he vuelto a aspirar pero que reconocería si así fuera.

Memoria para tantos objetos que ya ni existían la semana pasada… El juego de tocador de plata que la abuela –“¡Prohibido tocar!”- tenía en la coqueta art decó de tres espejos; el reloj de pared de largo péndulo dorado, simulando la cabeza de un sol más parecido a un sátiro con rictus rijoso; el cierro del comedor con reja de las llamadas de buche de paloma, en el que la abuela mimaba sus plantas y al que yo trepaba para incordiar al canario; el acristalado aparador de caoba que, hasta el techo y de pared a pared, guardaba entre muchas cosas la vajilla de la fábrica La Amistad que mi abuela heredara de sus padres y que fue malvendida a piezas por mi tía hace unos veinte años como otras cosas a las que ella llamaba antiguallas, poco dada a apreciarlas; el tapiz romántico de una joven tocando el laúd en un jardín; los suelos con dibujos geométricos y diferentes en cada habitación, de multicolores baldosas hidráulicas, que acabaron cubiertas con loseta de gres en una de esas reformas sin criterio de los 90; la desaparecida biblioteca del abuelo, de quien tanto aprendí, en el último piso; el especiero de madera con cajoncitos de redondos tiradores de porcelana y que me gustaba oler tanto como el molinillo de mano del café; lo que la abuela llamaba el rastrillo y que eran varias tablas de madera verticales clavadas a dos horizontales, que ella ponía en el descansillo de la escalera, trabándolo con la barandilla, para que no cayéramos rodando los críos ni su perra pekinesa a la que yo le hacía la vida imposible, jaleándola, hasta que me enseñaba los dientes de abajo entre gruñidos. Cómo con cuatro años me escondía debajo de la cama de mi tío cuando alguna tarde me llegaba el olor amenazante de coliflor hervida con patatas y bajocas para cenar… y las posteriores carreras alrededor de la mesa del comedor perseguido por mi madre y que yo terminaba abrazado a la piernas de mi abuela, buscando refugio, que más que una abuela fue una segunda madre tantas eran las horas e incluso los días, casi toda mi infancia y adolescencia, que me pasaba con ella en aquella casa.

Hay tantas y tantas cosas más, pero más que el recuerdo inevitable de objetos guardo olores, sabores, sonidos… Un tercio de mi vida ligado a multitud de sensaciones… Pero, cuando un ciclo se cierra, como en este fin de semana pasado, a algunos ya sólo nos queda el recuerdo –un recuerdo selectivo que no ignora por supuesto lo que no fue color de rosa- porque todo lo material que aún no se ha perdido desaparecerá como los que ya se han ido y acabará en otras manos o entre los escombros de un nuevo edificio demolido...

Creo que me quedo con lo mejor: el privilegio de recordar porque, si la vida me da salud, es lo único que me acompañará en el último segundo cuando también me toque irme, y aunque esté rodeado de gente, porque la memoria se va a la vez que nosotros, con nosotros, y espero tenerla de lo bueno que la vida me dio y confío en que me siga dando hasta ese día. No merece la pena perder el tiempo a estas alturas con lo malo… aunque he de reconocer que éste últimamente se prodiga demasiado. Cal y arena porque así es la vida, como lo fue y será... pero siempre, esperanza.

© P.F.Roldán

Les Choristes:In Memoriam

30 de mayo de 2010

soñar es gratis… pero puede acabar teniendo un precio

Como bien digo en esa columna de la derecha, donde uno expresa lo que pretende transmitir con este blog, a veces se escribe –entre otras cosas- de sentimientos deseados aunque no sean reales. De lo que quisiéramos sentir hacia alguien y que ese alguien lo hiciera recíproco… si existiera. Te explayas pensando en que nunca se llegará a distinguir cuando son ciertos y cuando sólo un deseo, pero hoy me he dado cuenta de que soñar tiene su precio aunque pensemos que los sueños no nos cuestan nada.

Y tienen su precio porque, de repente, surge alguien de carne y hueso e inocentemente, porque llegas a creer que sabrá discernir la ficción de lo cierto, le das la dirección de este sitio y te lee y acaba conjeturando que tienes el corazón “ocupado”, y no te deja ni la oportunidad de sacarle de su error porque desaparece tal cual llegó, sin pedirte ni una aclaración bien sea por prudencia o porque supone que no le has sido sincero. Ni se para a pensar que si le dejaste leerte es porque no tienes nada que ocultar; que el hecho de dejarle entrar a tu mundo, entreverado de ensoñaciones tan sentidas como las circunstancias reales porque uno siente así siempre, sólo fue para que conociera mejor a quien la vida le había puesto en su camino.

Y te queda un cierto regusto amargo porque, aun no sabiendo de antemano qué podría haber deparado el destino, intuías que era posible la complicidad; que esa persona era especial porque tiene mucho de lo que has estado describiendo y deseando cada vez que pensabas que existía y que llegaría en cualquier momento.

Como siempre, la soledad no me asusta ni la considero una enemiga porque convivo con ella en armonía desde hace años, pero no dejas por ello de anhelar que ese momento ocurra; que lo que has estado deseando -sin desesperarte en la espera- adquiera corporeidad y dejar que nos pueda sorprender con algo que, sin buscarlo, has estado confiando en que se cruzaría contigo en un momento impreciso de tu vida.

Intentas justificarte, que no consolarte, pensando en que no tendría tanto interés cuando no ha querido o no se ha atrevido a sincerarse, preguntar y dialogar. Llegas a decirte que ha sido, tal vez, un espejismo más entre tantos… pero ese regusto acerbo sigue ahí y durará lo que tenga que durar. Y es que, pese a que tampoco dio la cosa para mucho, es innegable que sentiste un hormigueo que rara vez se siente.

Nunca creí que soñar tuviera un precio porque, aunque en los sueños pongamos ilusiones, esperanzas, deseos…, siempre he creído que lo que haya de ser para uno lo acabará siendo antes o después y que si no pudo ser una vez lo será en otra ocasión. Es como esas películas o esos libros en los que el final no es el que esperabas porque el destino, como a un buen director de cine o a un escritor inteligente, le gusta sorprendernos en los desenlaces. No trata de desencantarnos sino de obligarnos a pensar que todo tiene infinitas lecturas y que no siempre son las que imaginábamos.

Y empezaremos de nuevo y sin renunciar a seguir soñando para vivir y, como cuando leemos otro libro o vemos otra película, la lección será que en lugar de adelantarnos al epílogo dejaremos que la vida sea vida y que, como toda historia genial, siga transcurriendo por su cauce que no deja de fluir jamás.

© P.F.Roldán

Joan Manuel Serrat:Para vivir

18 de abril de 2010

contigo en la distancia

Cuántos se habrían cansado, pero, por el contrario, a nosotros cada día que pasa nos crece el deseo en esta espera de lo que llevamos posponiendo casi un año y tras cuatro de conocernos.

Por hache o por be, siempre hemos tenido algún obstáculo que nos ha ido retrasando los encuentros. Somos demasiado vitales y estamos tan comprometidos con un montón de causas que compartimos, aunque sea desde la distancia, que nos han ido convirtiendo en cómplices y esto en amigos. Causas que, generalmente y al ser casi las mismas, pero en nuestras respectivas ciudades, han coincidido en fechas, impidiéndonos vernos con la frecuencia que habríamos querido.

Aun así, y sin dudar que cada día deseamos vernos más, sabemos que no nos importa el tiempo y que, aunque pase el que pase, nos falta un poco menos, ignorando siempre el día y la hora, mientras continuamos con todo lo que nos hace sentirnos vivos a la vez que hacemos planes que siempre se demoran y se aplazan.

Muchos, de saberlo, nos dirían que no somos muy normales y tal vez no lo somos para esa mayoría de gente que se ha acomodado a vivir sin pensar en nada ni en nadie si no es en ellos mismos. A nosotros nos une precisamente todo lo contrario. Cada jornada acabamos agotados de no parar, pero hablamos cuando podemos y nos hace felices saber que estamos embarcados en las mismas cosas y que, aunque unas salgan adelante y otras no, nuestras afinidades van más allá de lo tópico que, por cierto, también compartimos. No creo que se pueda pedir más.

Un fin de semana y otro también siempre surge algo, pero aquí estamos, convencidos de que cada encuentro, por muy distanciado que esté en el tiempo, nos hace desearnos más al evolucionar a la par, mirando la vida con los mismos ojos.

En muy pocas cosas discrepamos, pero también es saludable que tengamos esos pequeños puntos de desencuentro para no hastiarnos al ser tan semejantes.

No sé si es algo más que un gran afecto. En ocasiones pienso que me gustaría, pero no deja de parecerme complicado al no poder acortar esa distancia tantas veces como lo deseamos porque no podemos renegar de la parte humana más primaria. De lo que estoy seguro es que va más allá de lo convencional; que es especial; que cada encuentro se produce tras haber pasado por las mismas alegrías o decepciones en nuestras batallas y que todo nos acerca aún más porque lo primero que ha crecido entre ambos es la incondicionalidad que sólo da la amistad, y eso aumenta lo que sentimos.

No siento vacíos contigo. Tampoco necesitamos emplear palabras explícitas ni me hace falta escuchártelas aunque, lógicamente, nos las digamos, entreveradas con lo que nos contamos de nuestros día a día. Es todo tan natural, como si nos hubiéramos visto ayer o hace un rato, que no ha lugar ese otro tipo de discurso.

Somos tan conscientes de lo que hay que esperamos sin ansiedad el tiempo de los abrazos.

© P.F.Roldán

Pablo Milanés:Contigo en la distancia

29 de marzo de 2010

la esperada traición

Corren, por lo visto, malos tiempos para ser honesto. Hay quien se deja comprar y hay quien se vende… aunque las apariencias engañen a simple vista.

A estas alturas nada me coge por sorpresa. Era de esperar porque lo presentí con algunas personas desde el mismo instante en que me fueron presentadas. Ese sexto sentido que te avisa de que no debes confiar en exceso; que hay algo sucio en la forma de mirar o en como verbalizan sus fines, en una continua contradicción apenas perceptible si no es por ese mismo sexto sentido que te pone en guardia.

Sabes que vas al matadero con esa gente y que te dejas llevar porque algunos más crédulos que uno mismo te piden que confíes y que no seas susceptible; que te estás equivocando; que les conocen de tiempo y que son imaginaciones tuyas. Pero sientes por dentro que no; que se te pone mal cuerpo cuando esos otros te rondan cerca y ni por un momento dudas de sus verdaderas intenciones. Lo que pasa es que te pliegas a los biempensantes porque son buena gente y los argumentos que das no los puedes justificar con nada ni eres capaz de contradecir los suyos con pruebas. ¿Cómo se justifica ese sexto sentido? Y, sin embargo, estás seguro de que antes o después nos traicionarán porque algo te dice que carecen de escrúpulos. Una mueca a destiempo; un rictus de prepotencia que de repente no controlan; una palabra que se les escapa aunque la disfracen entre otras; una mirada huidiza en un momento clave… Lo sabes, pero los demás no lo perciben… Y no es que seas adivino. Es que reconoces el sonido de la serpiente que se arrastra mientras te acecha sigilosa.

Y un día explotan los augurios que intuías y pillan desprevenidos a los demás que no quisieron escucharte. Y ellos sienten decepción, rabia, impotencia, rencor… pero tú estás impasible porque lo esperabas, lo sabías sin saber cómo. Tú eres el único que estás sereno.

Por un sillón en su actual puesto de mando, por la avaricia de no perder una subvención, por un figurar de cara a la galería, por sentirse algo que ni son ni serán… han sido capaces de engañar, traicionar, manipular, venderse. Tú, como decía hace unos días, no tienes precio que pueda comprarte, pero esos sí. Sin lo que tienen gracias a ser rastreros son menos que nada, pero así se creen ser alguien y eso les convierte en mercancía para los desaprensivos que no dudan en aprovecharse de esa vanidad, de esa pobre egolatría, de esa estulticia de gente indocumentada que están donde están porque aún los hay más necios que ellos y que se aúpan porque van de listillos en la más terrible de las ignorancias. Sólo tienen que abrir la boca diez minutos; dejar que se explayen a su antojo, darles la razón en todo… y hacerles creer que te han llevado a su huerto. Son entonces como un libro abierto en el que el texto fuera la palabra traición repetida hasta la saciedad.

Dan pena. Hoy te traicionan sin saber que se están traicionando a sí mismos porque no tienen escrúpulos para saberlo. Su final será más terrible que el tuyo, pero, mientras, se sentirán crecidos arrastrando a una mansa manada que no distingue entre acción y fingimiento. Se limitan a oírles discursos manidos y huecos pero que enardecen lo más primitivo que se lleva dentro; gestos ridículos de lo que se llama ahora “performances”, pero que no conducen a nada aunque parezcan grandes gestos; desprecian e insultan a los que han estado llevando acciones efectivas y que ellos no subscribieron porque no se sentían líderes. Su afán de protagonismo hace que te desmarques de esa masa de abducidos, como hipnotizados por una cobra a punto de atacar, pero sigues luchando hasta el final por el camino que te marcaste y en el que te apoyan los que verdaderamente tienen el poder de llevar, antes o después, a buen término lo que tantas horas de tu vida personal te ha quitado. Horas de vigilia, de buscar pruebas, de denunciar hechos con hechos, no con palabrería vana y gestos inútiles, sino con la efectividad que da el haberlo dejado todo para librar una batalla por algo justo.

Y sabes que acabarás ganando porque has actuado como y donde debes, mientras los otros buscaban los laureles fáciles con la vacuidad de su comportamiento. Y ganarás al final sin buscar el aplauso, ni los parabienes, cosas que ellos tratarán de adjudicarse a toda costa. Así que, hagas lo que hagas, la paliza te la van a dar por todos sitios. Pero esos palos no duelen.

Siempre queda la satisfacción interior de que has hecho lo que debías, aunque te haya costado dejarte la piel por el camino mientras los oradores de verbo fácil y sin sustancia vivían plácidamente.

Y aunque te vapuleen con tal de quedar como salva patrias, a todo cerdo le llega su san Martín. Ya se encarga la vida de devolver lo que se siembra. Así que pobre y efímera victoria la que se anotan, aunque hayan acabado contigo con calumnias. Mañana, cuando las tornas cambien, porque siempre cambian, ya no serán nadie. Tú siempre lo serás todo ante tu conciencia.

© P.F.Roldán

Astrud:Paliza

13 de marzo de 2010

estás tan sola

Me llamas. Lo tuyo con tu hombre se ha terminado y, aunque lo veías venir, te negabas a aceptar que era inevitable.

Quiero que tus lágrimas me conmuevan y hago el esfuerzo, pero no lo consiguen. Han sido tantas las veces que te pusimos sobre aviso que ya no me quedan palabras para consolarte, como evito las que te puedan herir. Sólo te escucho porque sé que no me vas a escuchar. Únicamente necesitas hablar y hablar, y desahogarte y aquí estoy, consciente de tu ceguera. Esa ceguera que siempre se produce cuando es el otro quien nos abandona, y aunque estemos convencidos de que el paso lo habríamos tenido que dar nosotros primero porque desde hace tiempo ya sólo sentíamos el vacío de la soledad en compañía.

Pero no lo diste. Te asustaba la soledad y preferías seguir sometida a una situación que cada día te anulaba más, pero que te proporcionaba algún que otro buen momento rara vez; tan rara vez que infinidad de veces te oímos hablar con una amargura honda, con un deseo de huir al que no eras capaz de enfrentarte. Te volviste conformista y dejaste de quererte para intentar querer a quien no te quería y, ahora que se ha ido, no te encuentras ni en los espejos. Te perdiste a ti misma en algún momento que ya ni sabrías precisar. Te sientes menos que nada.

Te haría bien leer “Solas”, de Carmen Alborch, para que dejes de hacer de tu vida una tragedia griega… pero nada más lejos de mi pensamiento que recomendarte lecturas en este momento cuando por tu voz te presiento más que obsesionada, relamiéndote las heridas y seguro de que no has sido capaz ni de tomar un yogur para engañar al estómago, porque te alimentas de rabia y melancolía, de despecho y de apatía, demacrada aún más de lo habitual por una pena que ya sentías desde hace mucho y que te negabas a reconocer.

No es un duelo que comienzas hoy. Lo llevas arrastrando meses. Hoy sólo se ha hecho absolutamente real lo que ya sabías que, antes o después, iba a suceder porque el desamor era patente desde hace mucho, pero te acomodaste a él antes de tomar determinaciones positivas para tu vida… aunque te pudieran resultar dolorosas en un primer instante.

Si fueras al menos capaz de reconocer que tampoco le querías ya. Que sólo era el refugio de tus miedos, de tus angustias, de tu falta de autoestima, pese a sus insultos, a su continuo desdén hacia ti. Pero, estás obcecada. Ha sido él quien se ha ido y no tú. ¿Cómo consolarte, pues, si ya eras consciente de tu propio desencanto y no hiciste nada para remediarlo? ¿Si te pudo más la cobardía que sus desprecios?

Pero, sigo aquí, escuchándote porque es lo que necesitas y aunque sepa que nada puedo hacer por ti. Tampoco me gusta dar consejos y, además, aunque te los diera no los escucharías. Te regodeas en un dolor que ya te viene de lejos y al que también te has acostumbrado, retroalimentándote de él.

Y lo que peor te sienta es que no te ha dejado por otra. Eso sería casi un lenitivo para poder justificarle; pero te ha dejado simplemente porque ya no encontraba ningún aliciente a seguir contigo. Hasta un maltratador se acaba cansando de su víctima cuando ésta ya no le produce ese malsano placer de tan servil. Necesitan que se les rebelen de cuando en cuando para encontrar nuevos motivos para seguir cebando sus instintos. Tú ya ni le rechistabas. Aceptabas cada maltrato en silencio, pensando que así le contentabas y que no te dejaría, pero los verdugos disfrutan más cuando se les revuelven, cuando les plantan cara, cuando les lloran suplicando compasión.

Estamos tus amigos, pero estás sola. Estás sola porque, a pesar de tus miedos a la soledad, estar tan sola, sentirse sola es prolongar lo que él te daba y ya no tienes. La negación de ti misma.

© P.F.Roldán

Sole Giménez:Tan Sola

por un plato de lentejas...

Hay quien todavía se cree que algunos tenemos un precio con el que comprar nuestros ideales y honradez. Esos se piensan que uno va a renunciar a su honestidad, a su dignidad y a sus principios a cambio de un plato de lentejas… y lo que no saben, porque extrapolando el refrán de que todo ladrón se cree que todos son de su misma condición, es que esos algunos preferimos ser coherentes y pasar hasta hambre pero no vendernos ni por todo el oro ni medallas del mundo; medallas para las que ellos son capaces de dejarse la piel – un decir, porque utilizan a otros que sí se la dejan por ellos- con tal de ser figurones en esta opereta que es la vida social en la que quieren destacar sin dar palo al agua y utilizando a los demás en propio provecho, ninguneándoles después cuando ya no los necesitan... hasta la próxima…

Y si no tienes precio, te atraen con lisonjas, que varían según el tipo de mercancía que creen estar comprando de un modo u otro, y las alabanzas duran hasta que ya has caído en sus redes. No compran a cualquiera, sino a quien saben que puede darles lo que ellos no tienen porque, faltos de carisma e imaginación, ineptos en llevar a cualquier buen término lo que se les proponga por sí mismos, necesitan exprimir a los que aportan lo que a ellos la inteligencia les ha negado. Una vez conseguido, te arrumban negándote el valor que ellos entonces se arrogan como propio y así continuamente. Dueños ya, al final, de las ideas ajenas te obligan incluso a acatar sus normas, con lo que llaman sus hojas de ruta y disciplina de grupo, y seguir sus propios derroteros, que no son otros sino los que tú les has proporcionado.

Y cuando descubren un atisbo de rebeldía por tu parte, harto de sentirte utilizado –no por otra razón porque uno sólo puede infravalorarse por sí mismo y no por lo que nadie diga- y ante su nulidad e incompetencia, primero se hacen los enfurecidos –como si fueras un traidor a “su causa”- para al rato volverte a llenar los oídos de alabanzas acerca de tu valía y volver a las promesas que nunca cumplirán porque sólo eres un medio para sus fines. Están convencidos de que sigues teniendo un precio y que, sea cual sea, podrán comprarte antes o después, pero habitualmente es un precio que pagan con lisonjas que para alguien íntegro caen en saco roto.

Y uno, sabedor, no actúa por ellos, sino por sus principios, y deja que se crean que te están utilizando pero lo que haces es luchar por tus convicciones sin regalar réditos a nadie, porque ni los buscas para ti mismo. Lo que haces lo haces desinteresadamente por el bien común, sin esperar parabienes ni premios. Lo haces simplemente porque es necesario; porque tu trabajo va en beneficio de la comunidad a la que perteneces. Te satisface lograr lo que te has propuesto, pero no te lo apuntas como un éxito personalista sino con la generosidad de que has conseguido lo que es de justicia y compartes los logros como un fruto que es para todos.
Pero esos oportunistas vienen corriendo, si todo sale bien, como sanguijuelas a anotarse el tanto cuando nada han hecho por conseguirlo. Son como esos aficionadillos que nunca han pisado un estadio mientras su equipo estaba en categorías inferiores o iba mal, pero cuando van ascendiendo puestos se van apuntando y, mientras veintidós jugadores se disputan un balón sudando la camiseta, luego van de bar en bar vanagloriándose de que “han ganado” lo que no les ha costado ningún esfuerzo personal, y en lo que no creían tiempo atrás.

Uno nunca tiene precio que pueda pagarse a no ser que se sea un mediocre botarate que pretende medrar a toda costa.
Nadie tiene lo suficiente para comprar a las personas íntegras que trabajan y luchan por altruismo y desinteresadamente sin esperar ni siquiera palmadas en la espalda. Los que se venden a esos amorales mercachifles, ávidos de oropeles inmerecidos, o son unos necios o carecen de los valores más elementales de las personas de bien.

(A Blanca, que fue una gran escuela para aprender a reconocer a esas hienas que si les dejas te hipotecan hasta el alma. Ella que tantas veces tuvo que rebelarse contra los chupa sangres sin escrúpulos para ser la persona que quería ser y cuánto la hicieron llorar cuando, por su idealismo y creyendo que le permitirían luchar en lo que tenía fe, cayó crédulamente en manos de esa clase de desaprensivos sin que lograran, a pesar de todo, comprarla jamás y aunque, por eso mismo, la arrinconaran en un doloroso silencio mientras estuvo entre sus garras. Pero murió en paz porque nunca pudieron sobornarla ni secuestrarle su generosidad. A ella le debo mi libertad sin precio en ese mercado de desaprensivos que me era desconocido… hasta que también me han salido al paso.)

© P.F.Roldán

Joan Manuel Serrat: Para la libertad

27 de febrero de 2010

la ciudad borrada




Así titulaba Juan Miguel Margalef su libro (que subtitulaba “Crónica de la destrucción del Conjunto Histórico de Cartagena.1980-2006)”, publicado por el Foro Ciudadano, sobre el vandalismo patrimonial y el expolio que viene sufriendo esta ciudad con sus planes urbanísticos (se llamen PERI tal o pascual, PGOU, PEOP, PREPRI, o lo que se le ocurra al grupo de Gobierno municipal), porque, total, los cambian o los reinterpretan a su antojo, abren fichas de protección para inmuebles que ya fueron demolidos con anterioridad o desprotegen otros para que el “ladrillero” de turno levante una mole de pisos multimillonarios.

Si Margalef lo escribiera ahora, cuatro años después, no sólo no habría perdido vigencia alguna sino que daría para ampliarlo casi un tercio más, porque –salvo una decena de inmuebles emblemáticos, y de estos sólo se conserva la fachada pero no sus suntuosos interiores modernistas- han cambiado casi completamente la fisonomía urbana que podría haber hecho de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad (recordemos el Real Decreto de 1980 que la declaró Conjunto Histórico Artístico y que fue refrendado con protección de grado BIC por la Ley Nacional de Patrimonio de 1985).

Son muchos, desde los tiempos de Polibio (s. II a. C.), que describe la orografía de la ciudad a la perfección cuando es conquistada por Escipión, en su libro 10 de “Historias”, o el licenciado Cascales cuando en 1597 escribe el “Discurso de la Ciudad de Cartagena”, o del siglo XX habría que leer “Cartagena, 1874-1936 (Transformación Urbana y Arquitectura)”, de Francisco Javier Pérez Rojas, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Valencia, que hace un casi exhaustivo catálogo de cómo empieza a resurgir la ciudad con lo que en ella se construye tras finalizar la Revolución Cantonal, en 1874. Todos ellos, y algunos más, nos permiten ver cómo los políticos que venimos padeciendo desde hace tres décadas la han mutilado, como si de cirujanos plásticos sin título y, lo que es peor, sin cultura han ensayado con ella hasta el ensañamiento, y consintiendo la especulación de ciertos constructores, e incluso transformado su trazado urbano –algo expresamente prohibido por la LNP 16/85 para un BIC-, destruyendo barrios enteros y creando otros nuevos, expropiando viviendas y dejando parte del Casco Histórico convertido en un ruinoso e insalubre desértico solar o construyendo nuevos residenciales que nada tienen que ver con la identidad histórica y arquitectónica de Cartagena.
Así, en los últimos años, hemos visto desaparecer por completo o quedar gravemente cercenadas calles de mucha raigambre como Alto, Ángel, Orcel, Rosario, Lizana, Villalba, Nueva, Macarena, Concepción, Montanaro, Marango, San Cristobal Larga… y muchas más.

Y, con este panorama, asistimos ahora a un nuevo atropello patrimonial en una de nuestras cinco colinas, el Monte Sacro – popularmente Cantarranas- (para los cartagineses Baal Hamón y para los romanos, Cronos), que atenta no sólo contra el BIC del Conjunto Histórico, sino contra tres BIC singulares que se asientan en su entorno: la última muralla edificada en época de los Austrias, obra del ingeniero Possi bajo el reinado de Carlos II; el molino harinero construido durante la Guerra de la Independencia para abastecimiento de la ciudad y el llamado Depósito de Agua de los Ingleses, en la cima del monte. Y, así mismo, se está efectuado un irreversible desmonte de la colina, declarada Patrimonio Natural. Todo ello para que dos de los más celebérrimamente nefastos constructores de esta ciudad, con patente municipal para hacer y deshacer a su antojo, levanten cuatro torres de viviendas, que, desfigurando el Monte Sacro contra toda Ley y razón e impunemente (al menos de momento, porque la Fiscalía tendrá la última palabra tras las denuncias ciudadanas), hasta extremos que aún están por verse, han hecho despertar de su dilatado letargo a los cartageneros, cansados ya de tantos años de apatía y dejar hacer.

Por primera vez en estos últimos doce años de consentirlo todo, la gente vuelve a tomar conciencia del valor de su Patrimonio histórico y ha salido a la calle de nuevo a defenderlo como hiciera en 1998 en lo alto de otra de nuestras cinco colinas, el Cerro del Molinete. Éste en peligro otra vez ante los planes de la Alcaldía para urbanizar gran parte de lo que entonces se logró frenar, dejando sólo una minúscula zona en su ladera sur para un Parque Arqueológico (una pequeña ración de la tarta que se comerán otros si la ciudadanía no lo impide) y que tampoco se ha salvado de los caprichos políticos, levantando un Centro de Salud sobre la Curia romana y a escasos metros del Templo Capitolino.

Esta ciudad necesita de personas que la quieran más que tener un sillón en el Consistorio; personas que se dediquen a la política para servir a la ciudad que representan y no políticos profesionales que, algunos hasta sin estudios, se dediquen a expoliarla o a consentir que otros lo hagan. A estos hay que hacerles llegar el clamor popular: “¡Nuestras 5 colinas no se tocan!”

© P.F.Roldán

Cartagena antigua:sus calles antes de 1980

22 de febrero de 2010

tiempos

Hay momentos en los que se debe interrumpir un ciclo para comenzar otro. El tiempo que transcurre entre ambos ni se sabe ni está vacío porque no es un periodo en el que haya que detenerse sólo para ociar. Es un tiempo para la introspección, para sacar conclusiones del punto en el que estamos en nuestra vida y, en definitiva, para aprender un poco más acerca de cómo seguir viviéndola y continuar creciendo.

Como un agricultor deja descansar sus bancales, rotando sus cultivos para evitar que el terreno se agote en alimentar una sola especie vegetal, así mismo, de vez en cuando hay que parar una actividad frecuente antes de que se convierta en una carga y dedicarse a otras que nos permitan crecer, libres de ciertas ataduras porque el que mucho abarca poco aprieta y al final ni se encuentra satisfacción con hacer lo uno ni con hacer lo otro.

Cuando se da este paso, al principio todo parece caótico. Se extraña no llevar el ritmo de costumbre y, al mismo tiempo, es casi un disloque encaminarse por terrenos desconocidos, o conocidos pero hace tiempo dejados al margen de la rutina diaria. Todo es intentar hacerse una hoja de ruta personal, aunque en principio no se sepa muy bien a dónde nos dirigimos… pero convencidos de que es necesario dar esos pasos para no anquilosarse e involucionar, o cuando menos quedarse detenidos en un punto muerto.

Han sido cuatro meses y cuatro días, sin lugar para la pereza, en los que ha sucedido de todo. Cosas agradables y cosas desagradables también, pero con su lección cada una de ellas. Descubrimientos totalmente insospechados e incalificables que me han sacado lágrimas hasta dejarme seco. Momentos de recuperar, con otra mirada, aquello por lo que me dejé la piel en más de una ocasión y que me han sacado, por el contrario, la sonrisa tras lo conseguido después de una ardua lucha. Constatar que los amigos de verdad seguían ahí y que algunos a los que también considerabas amigos se han volatilizado como un sueño que no se recuerda al despertar; y, sin embargo, como otros a quienes tratabas sólo como conocidos se han revelado como amigos incondicionales.

Ha sido un tiempo enriquecedor pues hasta de lo adverso se aprende cuando no permites que esa adversidad se apodere de ti más de lo necesario, te obsesione y te haga perder el rumbo… aunque alguna secuela deja, por pasajera que sea. Pero, si de todo lo que he conseguido he de valorar lo que más me conmocionó en un primer instante, por difícil dado mi carácter con tendencia a perdonarlo absolutamente todo, luego ha sido el más gratificante de los logros: no ceder ni un ápice en mis convicciones y pese a los cantos de sirena en los que ya no creía pero por los que me dejaba arrastrar, unas veces por cariño, otras por no parecer ofensivo o desdeñoso con aquellos a los que quería sinceramente. Ya no. Uno acaba dándose cuenta de que hace tiempo que se libró de ciertos sometimientos, pero no de otros porque según que afectos, cuando pensamos que tienen raíces profundas, ciegan tanto o más que el amor.

No ha sido, pues, un tiempo calmo tampoco. Aparte de frecuentar con más asiduidad a los amigos; asistir a más actos culturales y reuniones patrimonialistas que antes; a implicarme más en proyectos de otros y con ellos… ha resultado ser también el tiempo borrascoso de los “por aquí ya no paso ni harto de vino”; de tomar decisiones inimaginables hace unos meses; de estar, en un continuo vaivén, lo mismo en las mejores de las compañías que, en un pispás, encontrarme en la más extrema soledad -a la que como siempre no temo en absoluto- y viceversa.

No soy mejor ni peor; ni más feliz ni más desgraciado; ni más egoísta ni más generoso… Soy el de siempre, pero con las ideas más firmes sobre lo que quiero y lo que no quiero. Y, si siempre me he considerado coherente con mis principios, hoy siento que aún he evolucionado más para saber decir un sí o un no a su debido tiempo y a rechazar sin tapujos a los que, aun queriéndoles, sólo te buscan cuando les conviene sin que les importes nada. Y, en consecuencia, le pese a quien le pese y aunque egoístamente me reprueben, ya no transijo con los chantajes emocionales de algunos, ni padezco el consiguiente sentimiento de culpa que provoca el no contentarles su indisimulado egocentrismo.

Soy el de siempre, pero un poco más libre y menos vulnerable. Cosas de los tiempos que va marcando la propia vida.

© P.F.Roldán

Ryuichi Sakamoto:War & Peace

18 de octubre de 2009

otra indignante historia de la Historia de Cartagena


Santa María de Gracia (Barroco - s.XVIII). Esta iglesia, a la que popularmente se llamó “Santa María de abajo”, fue proyectada para sustituir como catedral a Santa María “la Vieja”, a la que se denominó entonces, en contraposición al encontrarse en el cerro de la Concepción, cerca de la Alcazaba, “Santa María de arriba”. Ésta, debido a una deficiente cimentación sumada al abandono que de ella hizo el Obispado de la Diócesis de Cartagena cuando ilegalmente (año 1291) trasladó su residencia –que no la Sede- a la ciudad de Murcia, fundamentándolo en una inexistente bula, llamada “Bula de Rieti”, cayó en un estado de ruina que sólo la restauración modernista y ecléctica de Víctor Beltrí a principios del siglo XX salvaron de la pérdida completa al antiguo templo que sigue, a día de hoy, ostentando el título de Consagrada Catedral de Cartagena. Templo que, con los bombardeos “nacionales” entre 1936-1939, acabaría sumiéndose, de nuevo, en su estado ruinoso actual y siendo, pues, Santa María de Gracia –con el rango de Arciprestal- la que la supliera en las funciones catedralicias desde la posguerra.

Los obispos, sabedores de que restaurando Santa María La Vieja o edificándose una nueva catedral aquí deberían de regresar de Murcia a su Sede en Cartagena (cuyo Concejo ya había pedido al mismo Rey ese regreso en 1598) según el Derecho Canónico, recortaron el proyecto de Santa María de Gracia y, aun conservando las grandes proporciones del nuevo templo, suprimieron del proyecto inicial el ábside con su correspondiente deambulatorio y dejaron inacabada con evidente pobreza ornamental su fachada principal, sustituyendo incluso las torres campanario, por una mediocre espadaña en la que se encuentran desde 1777 las antiguas campanas de la Catedral “Vieja”, para que esta nueva iglesia no pudiera ser considerada catedralicia.

A pesar de esto, que devino en detrimento monumental del nuevo templo, ese mismo Derecho Canónico les obliga a celebrar todos los actos oficiales de la Diócesis en esta ciudad que es su Silla Episcopal, en Santa María de Gracia, antes que en Murcia. Así, y ya refiriéndonos a estos últimos años, se han celebrado aquí en primer lugar, por ejemplo, el funeral oficial de las víctimas del 11M, el de la defunción de Juan Pablo II o la celebración por la nominación como papa de Benedicto XVI. Por otra parte, de hecho, la catedral que en esa ciudad llaman de Murcia no es tal aunque se ubique allí, porque una ciudad que no es Silla episcopal no puede tener catedral con su nombre, ni siquiera con-catedral, sólo una iglesia Mayor que haga las funciones de aquellas, y porque tal y como consta en el Archivo del Obispado, en un documento de 1815, un deán del cabildo escribe textualmente: “El Sor. Dn. Josef Escrich, Pro. Lectoral de la Sta. Yga. Catedral de Cartagena, sita en esta capital, mayordomo fabriquero de ella, esra. de oblign. ctra. Manuel Rosas (19/07/1815)”
http://84.79.33.253/php/textos.php?text=69

Hubo otro proyecto para la fachada en 1926, elaborado por su Arcipreste, para darle a Santa María de Gracia el decoro que los obispos y los avatares bélicos posteriores le habían negado en años anteriores. Proyecto que acabó trucándose -nada extraño visto lo visto en siglos precedentes- por falta de apoyos. Se puede ver dicho proyecto en un pequeño libro de ese año (encuadernado en terciopelo negro con curiosas fotos de lo que fue su interior antes de su destrucción en 1936) que tiene en sus fondos la Biblioteca San Isidoro, de la CAM, en la Casa Cervantes de la calle Mayor.

El 25 de julio de 1936 fue asaltada por turbas incontroladas que destruyeron todo su Patrimonio interior: los retablos del altar mayor y capillas, el coro de la nave central, toda la imaginería barroca de Francisco Salzillo (en especial, por su riqueza y valor histórico artístico, todo lo atesorado en sus dos siglos de existencia por la Cofradía de N. P. Jesús del Prendimiento, que tenía y tiene capilla propia en el templo), salvándose sólo las ocho grandes cancelas de hierro forjado y labrado de las otras tantas capillas de las naves laterales, y cuatro tallas de Salzillo de la mencionada Cofradía, que guardaban en sus almacenes al no ser imágenes que recibieran culto en la iglesia.

A día de hoy, y con Catedral en ruinas (ni restaurada ni nueva), se venera en el altar mayor de Santa María de Gracia la imagen de la patrona secular de Cartagena, Santa María del Rosell -a la que Alfonso X dedicó algunas de sus Cantigas y bajo cuyo patronazgo fundó la Orden Militar de Santa María de España-, a la que según la tradición se considera de origen bizantino, habiendo recibido culto durante la época islámica por el Tratado de Tudmir (año 711), acordado por los cristianos y los musulmanes en esta zona de la Cartaginense y que permitía la libertad religiosa. Este hecho no sería algo aislado sino equiparable al del Monasterio de San Ginés de la Jara, también en nuestro Municipio, del que se conoce que se practicaba el rito cristiano-mozárabe antes del siglo XI, y esta ciudad no fue reconquistada por Castilla hasta mediados del siglo XIII (1245).
(La Virgen del Rosell, talla sedente con el Niño en su brazo izquierdo y una rosa en la mano derecha, se encontraba antiguamente en la Catedral de Santa María la Vieja y fue salvada de la destrucción de 1936 por el Cronista de la ciudad, D. Federico Casal, que la ocultó en los sótanos del cercano Palacio Municipal.)

Bibliografía sobre el tema: “Fechas y Fechos de Cartagena” (I. Martínez Rizo); “Documentos Históricos” (Archivo de la Diócesis); “Santa María La Mayor” (M.Viqueira); “El Recinto de Cartagena” (J. Soler Cantó); “Murcia por una Mitra” (I. Negueruela): “Efemérides Breves” (J. Mediano Durán)

Fotografías en mi álbum: “Cartagena”, en Facebook, del que os pongo el enlace.
http://www.facebook.com/album.php?aid=2009480&id=1238601229&l=4f29daae54

© P.F.Roldán

Santa Maria, strela do dia:Cantiga 100, de Alfonso X el Sabio

18 de septiembre de 2009

defensor del menor, carroñeros y tele basura

La televisión no sólo se ha convertido en un circo a ciertas horas sino además en el medio de trabajo de gentes que presumen de periodistas y que ni tienen el título, con el único tole tole de propalar acerca de intimidades ajenas propagando mentiras mil veces a ver si así se convierten en verdades, y con el único fin de ganar audiencia tomándonos por idiotas, enganchando a la gente por millones.

Lo perverso de esa actitud es que han llegado a conseguir que hasta la prensa más prestigiosa del país, independientemente de su tendencia ideológica, haya gastado ríos de tinta el pasado fin de semana sobre la decisión de un tal, por lo visto, Defensor de los Derechos del Menor, de elevar a la fiscalía un informe sobre la utilización que hace Belén Esteban de su hija en los medios de comunicación por la denuncia de siete personas anónimas a su Departamento. Vamos, que no tiene otra cosa mejor el hombre que tirar a degüello con la hija de esa señora con la de niños que hay sin escolarizar, o pidiendo en las calles, o sufriendo malos tratos, para que realmente ejerza de lo que se supone que es, y lo único que de momento lleva ganado –informaban- es una querella que le ha interpuesto la OID por prevaricación al exponer a esa niña ante todos esos carroñeros con sus declaraciones.

Por eso digo que “por lo visto es Defensor del Menor” porque este individuo, que recomienda o pide a todos esos medios de comunicación en ese informe elevado a la fiscalía, que no se nombre a la niña y se respete su intimidad, él mismo fue el primero –contra todo sentido y razón, y sin predicar con lo que solicitaba, que hay que ver cómo algunos pierden el oremus por salir en la caja tonta- en hacer declaraciones a primera hora de la mañana en una cadena pública el “día de autos”, sin haber apercibido siquiera a la madre cuestionada sobre su actuación, soltando la bomba informativa y nombrando por activa y por pasiva a la niña “que pretende proteger”, dando lugar a que ciertos de esos seudo periodistas de algunas cadenas privadas de televisión -ansiosas de carnaza porque ven como su share se va al cuerno a la hora en que otra, en la que colabora Belén Esteban, emite un programa similar- han estado echando leña al fuego con infundios, atentando más contra esa niña de lo que a lo mejor lo hace su madre. Pero lo surrealista es que se hayan hecho eco también emisoras de radio y prensa escrita seria que se cebaron también con el notición, hasta extremos esperpénticos, como si se tratara de una debacle nacional.

Cuando una noticia como ésta es la más visitada, digitalmente, en esa prensa nacional de prestigio, llenando los foros de opinión con basura de toda laña desde el anonimato, y que temas de auténtica actualidad como la corrupción, la crisis, el paro, las imputaciones a jueces progresistas, etc. pasen a un segundo o tercer plano es como para pensar que en este país o estamos enfermos o no funcionan los criterios fundamentales de lo que realmente es de interés público y que no sabemos distinguir entre lo que de verdad nos afecta a todos los ciudadanos y lo que sólo es el marujeo de cuatro indocumentados que mienten más que hablan con tal de tener un sillón en un plató, dañando a las personas con las que se ensañan y, además, a los verdaderos profesionales de la información.

Uno ya está harto de amoríos de duquesas, de la intemperancia de alguna baronesa, de toreros jubilados con mala baba y de ex de toreros despechadas, de siliconadas sin oficio ni beneficio, de bodorrios y divorcios de famosuelos, de gentes anónimas que van a contar sus miserias a según qué programas… Y uno está harto porque esta basura, que no entretenimiento, es el nuevo “pan y circo” para entontecernos y que nos olvidemos de lo que realmente son las noticias que sí inciden directamente en nuestras vidas diarias.

Si ya lo hacía poco, cada día enciendo menos el televisor. A veces ya no basta con cambiar de cadena.

© P.F.Roldán

Rubén Blades:Hipocresía

28 de agosto de 2009

las apariencias y los malpensantes


Malpensado, según el DRAE. Adj. Dicho de una persona: la que en los casos dudosos se inclina a pensar mal.

No se molestan siquiera en indagar si lo que se dice va con ellos o no. Sólo se sienten identificados con lo que dices y, en su afán de protagonismo o en su escaso o estúpido discernimiento, se lo toman como un ataque personal cuando lo que realmente haces es opinar sobre un tema en particular y de forma general, porque cuando quieres hacer una crítica personal, al menos yo si no vulnera su privacidad, no me corto en dar nombres y hasta apellidos si es preciso, y en los casos que luego diré.

Es curioso que los más malpensados sean los más entre aquellos que se las dan de bienpensantes, pero me digo si no será ésta una pose más bien hipócrita de cara a su entorno, ese querer -pretenciosamente- “quedar bien”, cuando en realidad, si no fuera así, no tendrían motivos para esa autoidentificación de lo que se toman como una crítica hacia ellos mismos. ¿Será que cuando el río suena agua lleva y no son tan santos o benevolentes como se pintan?

Me hacen gracia estos personajes. A este paso no vamos a poder escribir ni hablar sobre nada. Ni a favor ni en contra porque siempre existirán esos agraviados. Si criticas a la derecha política, se ofenden estos; si lo haces con los otros, ídem de lo mismo. Si te explayas sobre actitudes humanas negativas ahí que están los que se ven retratados para montarte el pollo, aunque ni hayas pensado en ellos y estés generalizando…

Gracias a Dios son dos de entre cinco mil y pico de visitas, lo que aún me reafirma más en que esos dos son, además de malpensados, los que se creen el ombligo del mundo y que todo cuanto se diga va con ellos o con su hábitat. Claro que, para explicárselo uno, hay que pensar o bien en que son unos inmaduros o bien que, por creerse en cierto estatus de una clase que se las da de elitista -más bien ombliguista-, cualquier cosa que se diga hace mella en su “dignidad”.

Me veo –si hiciera caso a esa estulta actitud, de la que por supuesto paso mil- escribiendo edulcorados cuentos, como aquella serie llamada “Azucena” de los años 50 y 60, en los que todos fueron felices y comieron perdices, para acallar conciencias “con apellido” que se las dan de lo que realmente no son. Ni ellas ni su entorno, que en todas partes cuecen habas y el que esté libre de pecado tire la primera piedra.

El pensamiento es libre y expresarlo también. Otra cosa es cebarse en la intimidad de alguien dando nombres y apellidos e infringiendo, por tanto, la legalidad. Es lógico, y hasta justo incluso, que a veces haya similitudes con episodios reales sin que estos se atengan a esa realidad de lo que se escribe porque quedan descontextualizados. No se puede escribir de lo que no se sabe y la propia experiencia es siempre un recurso útil cuando se quieren contar ciertas cosas sin que por ello transgredamos lo que a todas luces sería indigno y hasta ilícito en el caso de violar el honor de las personas.

Sólo me permito dar nombres, y hasta apellidos, cuando los hechos trascienden la vida privada y son notoriamente públicos, como es el caso de los políticos. Nunca hablaré de su vida personal pero sí de lo que nos afecta a los ciudadanos porque ellos han de ser los garantes de que la res pública vaya como debe, que ya dice el refrán que el que no quiera polvo que no vaya a la era y, si han hecho de sus vidas un escaparate en el que comen gracias a sus miles o millones de votantes, tienen el mismo derecho tanto a la alabanza como a la crítica. Y si no que se vuelvan a sus casas como todos los ciudadanos de a pie.

Claro, que quienes así se sienten en su mal pensar –cuando ni de lejos los nombras y sólo hay pequeñas anécdotas recurrentes en las que pueden sentirse reflejados someramente-, casi seguro que serán los mismos que luego criticarán a Saramago, por ejemplo, sin leerle siquiera, sólo porque “hiere sus sensibilidades y creencias”. Si hacen eso con todo un premio Nobel, que no harán con un blogger…

Al final acabaré pensando que no hay opiniones tontas, sino tontos que opinan cuando la realidad que retratas, siendo subliminalmente la de ellos –y sin que sea un hecho personalizado-, no les gusta porque se niegan a reconocer que eso es lo que tienen y que la vida no es sólo un cuento de hadas y príncipes azules si no hay también en él ogros malvados y perversas madrastras.

El problema de estos individuos es sentirse el centro intocable de un universo que sólo existe en sus mentes, creencias o ideologías. O eso, o afán de protagonismo todo lo más… pero siempre mal pensando.

© P.F.Roldán

para ver que no todo es lo que parece ser:

Austin Powers:No es lo que parece

2 de agosto de 2009

saber esperar es “no esperar”

La vida es sabia. Si siempre lo dije, hoy me reafirmo cuando veo que todo llega cuando menos se espera y que el destino se encarga de poner en nuestras manos lo que nos merecemos, y a veces puede ser, precisamente, lo más inesperado.

Quien se pasa la vida esperando sin más se olvida muchas veces de hacer otras cosas que son vitales para el día a día. Ya se dice que quien espera, desespera; pero, además, esto nos fuerza a veces a ir posponiendo lo que es ineludible afrontar para seguir creciendo interiormente, entretenidos en que nuestras expectativas se cumplan lo antes posible y rellenando nuestros huecos con esas cosas que nos satisfacen momentáneamente, o que incluso nos hacen disfrutar a tope, pero que nos hacen perder el sentido de la propia realidad, quizá más prosáica pero inevitable.

Esperar siempre se espera, pero no puede convertirse en el único motor que tengamos para seguir sintiéndonos vivos porque no siempre llega lo que deseamos y, antes o después, actuar sólo movidos por ese ansia, puede que nos haga conscientes de que nos sentimos vacíos, aunque hayamos crecido en muchas cosas que luego, con los años, nos parecerán hasta superfluas, incluso aunque intelectualmente seamos como un disco duro de tropecientas mil gigas.

Indudablemente, habremos encontrado placer en todas esas cosas con las que hemos ido sorteando tomar conciencia de lo que significa tener los pies en el suelo, pero a la larga sólo nos parecerá haber parcheado nuestra vida mientras esperábamos, desesperados, a que se materializaran esas expectativas. Es por eso que, tal vez, tengo un poco, o un bastante, abandonado el blog –me digo-, como otras cosas que pueden ser gratificantes en un momento dado, pero que son limitadas y nos limitan a su vez, teniendo que buscar, luego de finiquitadas aquellas, otras que sigan proporcionándonos esos breves placeres.

Si la vida es sabia, vivir nos hace un poco más sabios. Y es que muchas veces confundimos el adquirir conocimientos de toda índole, a falta de algo mejor en nuestro inmovilismo, con ser inteligentes. Nada es incompatible, pero dedicarse a acumular un exceso de conocimientos puede que nos convierta en enciclopedias vivientes, pero no por ello en seres inteligentes. Podemos saber mucho de muchas cosas y no saber apenas nada de cómo vivir. Y hablo desde la propia experiencia porque desde siempre, y ayudado por mi excelente memoria, he hecho acopio de un aceptable bagaje cultural.

No sé si será cosa de la edad, que a finales de mes estarán los 57 ahí, pero –sin perder mi interés por seguir adquiriendo conocimientos porque soy muy curioso por naturaleza- cada día le doy más prioridad a ordenar mis experiencias, a no dejar pasar de largo la vida real y a dar más importancia, si cabe, a mi inteligencia emocional, yo que fui un tanto escéptico cuando a mitad de los 90 Goleman popularizó el término con su libro de igual nombre, en el que nos venía a decir que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y gestionar las relaciones. Y fui escéptico porque me pareció un libro más de esos de “autoayuda”, tan de moda en estas dos últimas décadas en las que han proliferado los problemas personales -bien por causa del fracaso en las relaciones o bien por un exceso de estrés, con lo que de ansiedad o depresión conlleva- a los que nos hemos visto abocados en la vida cotidiana de estos últimos años. Y pienso si no será porque “nos hemos olvidado” de vivir… y que, como no dejamos de sentirnos vivos, hemos empleado inadecuadamente nuestro tiempo, rellenando vacíos, y ahora podemos encontrarnos vulnerables, y hasta impotentes, para remediar muchos problemas de carácter más íntimo que no pueden ayudarnos a resolver todos los conocimientos que hemos acumulado sobre otras cosas.

Tenemos un lenguaje exquisito. Podemos hablar de muchísimas cosas con propiedad. Nos sentimos hasta casi unos intelectuales de cojones… Pero nos deja nuestra pareja o nos sobrecargan en el trabajo y ya nos sentimos perdidos, y la satisfacción que nos producía ser unos eruditos en tantas cosas no nos sirve absolutamente de nada.

No es una apología de la ignorancia. En absoluto. Al contrario. Porque aún tiene más probabilidades de estrellarse con la vida quien se permitió la estupidez, por pereza o estulticia, de dejar su cerebro más diáfano que una casa sin tabiques ni muebles. Pero de nada habrá servido construirse otra que, de tan abigarrada, parezca más una almoneda saturada de cosas hermosas pero muchas veces inútiles y en la que resulte imposible encontrar lo que necesitamos para enfrentarnos a los acontecimientos que el destino nos va deparando, y que no son siempre los tan deseados.

¿Mereció la pena dejar pasar la Vida sin vivirla cuando sólo se vive una vez?

© P.F.Roldán

Facto Delafé y las Flores Azules:Muertos