27 de febrero de 2010

la ciudad borrada




Así titulaba Juan Miguel Margalef su libro (que subtitulaba “Crónica de la destrucción del Conjunto Histórico de Cartagena.1980-2006)”, publicado por el Foro Ciudadano, sobre el vandalismo patrimonial y el expolio que viene sufriendo esta ciudad con sus planes urbanísticos (se llamen PERI tal o pascual, PGOU, PEOP, PREPRI, o lo que se le ocurra al grupo de Gobierno municipal), porque, total, los cambian o los reinterpretan a su antojo, abren fichas de protección para inmuebles que ya fueron demolidos con anterioridad o desprotegen otros para que el “ladrillero” de turno levante una mole de pisos multimillonarios.

Si Margalef lo escribiera ahora, cuatro años después, no sólo no habría perdido vigencia alguna sino que daría para ampliarlo casi un tercio más, porque –salvo una decena de inmuebles emblemáticos, y de estos sólo se conserva la fachada pero no sus suntuosos interiores modernistas- han cambiado casi completamente la fisonomía urbana que podría haber hecho de esta ciudad Patrimonio de la Humanidad (recordemos el Real Decreto de 1980 que la declaró Conjunto Histórico Artístico y que fue refrendado con protección de grado BIC por la Ley Nacional de Patrimonio de 1985).

Son muchos, desde los tiempos de Polibio (s. II a. C.), que describe la orografía de la ciudad a la perfección cuando es conquistada por Escipión, en su libro 10 de “Historias”, o el licenciado Cascales cuando en 1597 escribe el “Discurso de la Ciudad de Cartagena”, o del siglo XX habría que leer “Cartagena, 1874-1936 (Transformación Urbana y Arquitectura)”, de Francisco Javier Pérez Rojas, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de Valencia, que hace un casi exhaustivo catálogo de cómo empieza a resurgir la ciudad con lo que en ella se construye tras finalizar la Revolución Cantonal, en 1874. Todos ellos, y algunos más, nos permiten ver cómo los políticos que venimos padeciendo desde hace tres décadas la han mutilado, como si de cirujanos plásticos sin título y, lo que es peor, sin cultura han ensayado con ella hasta el ensañamiento, y consintiendo la especulación de ciertos constructores, e incluso transformado su trazado urbano –algo expresamente prohibido por la LNP 16/85 para un BIC-, destruyendo barrios enteros y creando otros nuevos, expropiando viviendas y dejando parte del Casco Histórico convertido en un ruinoso e insalubre desértico solar o construyendo nuevos residenciales que nada tienen que ver con la identidad histórica y arquitectónica de Cartagena.
Así, en los últimos años, hemos visto desaparecer por completo o quedar gravemente cercenadas calles de mucha raigambre como Alto, Ángel, Orcel, Rosario, Lizana, Villalba, Nueva, Macarena, Concepción, Montanaro, Marango, San Cristobal Larga… y muchas más.

Y, con este panorama, asistimos ahora a un nuevo atropello patrimonial en una de nuestras cinco colinas, el Monte Sacro – popularmente Cantarranas- (para los cartagineses Baal Hamón y para los romanos, Cronos), que atenta no sólo contra el BIC del Conjunto Histórico, sino contra tres BIC singulares que se asientan en su entorno: la última muralla edificada en época de los Austrias, obra del ingeniero Possi bajo el reinado de Carlos II; el molino harinero construido durante la Guerra de la Independencia para abastecimiento de la ciudad y el llamado Depósito de Agua de los Ingleses, en la cima del monte. Y, así mismo, se está efectuado un irreversible desmonte de la colina, declarada Patrimonio Natural. Todo ello para que dos de los más celebérrimamente nefastos constructores de esta ciudad, con patente municipal para hacer y deshacer a su antojo, levanten cuatro torres de viviendas, que, desfigurando el Monte Sacro contra toda Ley y razón e impunemente (al menos de momento, porque la Fiscalía tendrá la última palabra tras las denuncias ciudadanas), hasta extremos que aún están por verse, han hecho despertar de su dilatado letargo a los cartageneros, cansados ya de tantos años de apatía y dejar hacer.

Por primera vez en estos últimos doce años de consentirlo todo, la gente vuelve a tomar conciencia del valor de su Patrimonio histórico y ha salido a la calle de nuevo a defenderlo como hiciera en 1998 en lo alto de otra de nuestras cinco colinas, el Cerro del Molinete. Éste en peligro otra vez ante los planes de la Alcaldía para urbanizar gran parte de lo que entonces se logró frenar, dejando sólo una minúscula zona en su ladera sur para un Parque Arqueológico (una pequeña ración de la tarta que se comerán otros si la ciudadanía no lo impide) y que tampoco se ha salvado de los caprichos políticos, levantando un Centro de Salud sobre la Curia romana y a escasos metros del Templo Capitolino.

Esta ciudad necesita de personas que la quieran más que tener un sillón en el Consistorio; personas que se dediquen a la política para servir a la ciudad que representan y no políticos profesionales que, algunos hasta sin estudios, se dediquen a expoliarla o a consentir que otros lo hagan. A estos hay que hacerles llegar el clamor popular: “¡Nuestras 5 colinas no se tocan!”

© P.F.Roldán

Cartagena antigua:sus calles antes de 1980

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