29 de marzo de 2010

la esperada traición

Corren, por lo visto, malos tiempos para ser honesto. Hay quien se deja comprar y hay quien se vende… aunque las apariencias engañen a simple vista.

A estas alturas nada me coge por sorpresa. Era de esperar porque lo presentí con algunas personas desde el mismo instante en que me fueron presentadas. Ese sexto sentido que te avisa de que no debes confiar en exceso; que hay algo sucio en la forma de mirar o en como verbalizan sus fines, en una continua contradicción apenas perceptible si no es por ese mismo sexto sentido que te pone en guardia.

Sabes que vas al matadero con esa gente y que te dejas llevar porque algunos más crédulos que uno mismo te piden que confíes y que no seas susceptible; que te estás equivocando; que les conocen de tiempo y que son imaginaciones tuyas. Pero sientes por dentro que no; que se te pone mal cuerpo cuando esos otros te rondan cerca y ni por un momento dudas de sus verdaderas intenciones. Lo que pasa es que te pliegas a los biempensantes porque son buena gente y los argumentos que das no los puedes justificar con nada ni eres capaz de contradecir los suyos con pruebas. ¿Cómo se justifica ese sexto sentido? Y, sin embargo, estás seguro de que antes o después nos traicionarán porque algo te dice que carecen de escrúpulos. Una mueca a destiempo; un rictus de prepotencia que de repente no controlan; una palabra que se les escapa aunque la disfracen entre otras; una mirada huidiza en un momento clave… Lo sabes, pero los demás no lo perciben… Y no es que seas adivino. Es que reconoces el sonido de la serpiente que se arrastra mientras te acecha sigilosa.

Y un día explotan los augurios que intuías y pillan desprevenidos a los demás que no quisieron escucharte. Y ellos sienten decepción, rabia, impotencia, rencor… pero tú estás impasible porque lo esperabas, lo sabías sin saber cómo. Tú eres el único que estás sereno.

Por un sillón en su actual puesto de mando, por la avaricia de no perder una subvención, por un figurar de cara a la galería, por sentirse algo que ni son ni serán… han sido capaces de engañar, traicionar, manipular, venderse. Tú, como decía hace unos días, no tienes precio que pueda comprarte, pero esos sí. Sin lo que tienen gracias a ser rastreros son menos que nada, pero así se creen ser alguien y eso les convierte en mercancía para los desaprensivos que no dudan en aprovecharse de esa vanidad, de esa pobre egolatría, de esa estulticia de gente indocumentada que están donde están porque aún los hay más necios que ellos y que se aúpan porque van de listillos en la más terrible de las ignorancias. Sólo tienen que abrir la boca diez minutos; dejar que se explayen a su antojo, darles la razón en todo… y hacerles creer que te han llevado a su huerto. Son entonces como un libro abierto en el que el texto fuera la palabra traición repetida hasta la saciedad.

Dan pena. Hoy te traicionan sin saber que se están traicionando a sí mismos porque no tienen escrúpulos para saberlo. Su final será más terrible que el tuyo, pero, mientras, se sentirán crecidos arrastrando a una mansa manada que no distingue entre acción y fingimiento. Se limitan a oírles discursos manidos y huecos pero que enardecen lo más primitivo que se lleva dentro; gestos ridículos de lo que se llama ahora “performances”, pero que no conducen a nada aunque parezcan grandes gestos; desprecian e insultan a los que han estado llevando acciones efectivas y que ellos no subscribieron porque no se sentían líderes. Su afán de protagonismo hace que te desmarques de esa masa de abducidos, como hipnotizados por una cobra a punto de atacar, pero sigues luchando hasta el final por el camino que te marcaste y en el que te apoyan los que verdaderamente tienen el poder de llevar, antes o después, a buen término lo que tantas horas de tu vida personal te ha quitado. Horas de vigilia, de buscar pruebas, de denunciar hechos con hechos, no con palabrería vana y gestos inútiles, sino con la efectividad que da el haberlo dejado todo para librar una batalla por algo justo.

Y sabes que acabarás ganando porque has actuado como y donde debes, mientras los otros buscaban los laureles fáciles con la vacuidad de su comportamiento. Y ganarás al final sin buscar el aplauso, ni los parabienes, cosas que ellos tratarán de adjudicarse a toda costa. Así que, hagas lo que hagas, la paliza te la van a dar por todos sitios. Pero esos palos no duelen.

Siempre queda la satisfacción interior de que has hecho lo que debías, aunque te haya costado dejarte la piel por el camino mientras los oradores de verbo fácil y sin sustancia vivían plácidamente.

Y aunque te vapuleen con tal de quedar como salva patrias, a todo cerdo le llega su san Martín. Ya se encarga la vida de devolver lo que se siembra. Así que pobre y efímera victoria la que se anotan, aunque hayan acabado contigo con calumnias. Mañana, cuando las tornas cambien, porque siempre cambian, ya no serán nadie. Tú siempre lo serás todo ante tu conciencia.

© P.F.Roldán

Astrud:Paliza

No hay comentarios: