28 de agosto de 2009

las apariencias y los malpensantes


Malpensado, según el DRAE. Adj. Dicho de una persona: la que en los casos dudosos se inclina a pensar mal.

No se molestan siquiera en indagar si lo que se dice va con ellos o no. Sólo se sienten identificados con lo que dices y, en su afán de protagonismo o en su escaso o estúpido discernimiento, se lo toman como un ataque personal cuando lo que realmente haces es opinar sobre un tema en particular y de forma general, porque cuando quieres hacer una crítica personal, al menos yo si no vulnera su privacidad, no me corto en dar nombres y hasta apellidos si es preciso, y en los casos que luego diré.

Es curioso que los más malpensados sean los más entre aquellos que se las dan de bienpensantes, pero me digo si no será ésta una pose más bien hipócrita de cara a su entorno, ese querer -pretenciosamente- “quedar bien”, cuando en realidad, si no fuera así, no tendrían motivos para esa autoidentificación de lo que se toman como una crítica hacia ellos mismos. ¿Será que cuando el río suena agua lleva y no son tan santos o benevolentes como se pintan?

Me hacen gracia estos personajes. A este paso no vamos a poder escribir ni hablar sobre nada. Ni a favor ni en contra porque siempre existirán esos agraviados. Si criticas a la derecha política, se ofenden estos; si lo haces con los otros, ídem de lo mismo. Si te explayas sobre actitudes humanas negativas ahí que están los que se ven retratados para montarte el pollo, aunque ni hayas pensado en ellos y estés generalizando…

Gracias a Dios son dos de entre cinco mil y pico de visitas, lo que aún me reafirma más en que esos dos son, además de malpensados, los que se creen el ombligo del mundo y que todo cuanto se diga va con ellos o con su hábitat. Claro que, para explicárselo uno, hay que pensar o bien en que son unos inmaduros o bien que, por creerse en cierto estatus de una clase que se las da de elitista -más bien ombliguista-, cualquier cosa que se diga hace mella en su “dignidad”.

Me veo –si hiciera caso a esa estulta actitud, de la que por supuesto paso mil- escribiendo edulcorados cuentos, como aquella serie llamada “Azucena” de los años 50 y 60, en los que todos fueron felices y comieron perdices, para acallar conciencias “con apellido” que se las dan de lo que realmente no son. Ni ellas ni su entorno, que en todas partes cuecen habas y el que esté libre de pecado tire la primera piedra.

El pensamiento es libre y expresarlo también. Otra cosa es cebarse en la intimidad de alguien dando nombres y apellidos e infringiendo, por tanto, la legalidad. Es lógico, y hasta justo incluso, que a veces haya similitudes con episodios reales sin que estos se atengan a esa realidad de lo que se escribe porque quedan descontextualizados. No se puede escribir de lo que no se sabe y la propia experiencia es siempre un recurso útil cuando se quieren contar ciertas cosas sin que por ello transgredamos lo que a todas luces sería indigno y hasta ilícito en el caso de violar el honor de las personas.

Sólo me permito dar nombres, y hasta apellidos, cuando los hechos trascienden la vida privada y son notoriamente públicos, como es el caso de los políticos. Nunca hablaré de su vida personal pero sí de lo que nos afecta a los ciudadanos porque ellos han de ser los garantes de que la res pública vaya como debe, que ya dice el refrán que el que no quiera polvo que no vaya a la era y, si han hecho de sus vidas un escaparate en el que comen gracias a sus miles o millones de votantes, tienen el mismo derecho tanto a la alabanza como a la crítica. Y si no que se vuelvan a sus casas como todos los ciudadanos de a pie.

Claro, que quienes así se sienten en su mal pensar –cuando ni de lejos los nombras y sólo hay pequeñas anécdotas recurrentes en las que pueden sentirse reflejados someramente-, casi seguro que serán los mismos que luego criticarán a Saramago, por ejemplo, sin leerle siquiera, sólo porque “hiere sus sensibilidades y creencias”. Si hacen eso con todo un premio Nobel, que no harán con un blogger…

Al final acabaré pensando que no hay opiniones tontas, sino tontos que opinan cuando la realidad que retratas, siendo subliminalmente la de ellos –y sin que sea un hecho personalizado-, no les gusta porque se niegan a reconocer que eso es lo que tienen y que la vida no es sólo un cuento de hadas y príncipes azules si no hay también en él ogros malvados y perversas madrastras.

El problema de estos individuos es sentirse el centro intocable de un universo que sólo existe en sus mentes, creencias o ideologías. O eso, o afán de protagonismo todo lo más… pero siempre mal pensando.

© P.F.Roldán

para ver que no todo es lo que parece ser:

Austin Powers:No es lo que parece

2 de agosto de 2009

saber esperar es “no esperar”

La vida es sabia. Si siempre lo dije, hoy me reafirmo cuando veo que todo llega cuando menos se espera y que el destino se encarga de poner en nuestras manos lo que nos merecemos, y a veces puede ser, precisamente, lo más inesperado.

Quien se pasa la vida esperando sin más se olvida muchas veces de hacer otras cosas que son vitales para el día a día. Ya se dice que quien espera, desespera; pero, además, esto nos fuerza a veces a ir posponiendo lo que es ineludible afrontar para seguir creciendo interiormente, entretenidos en que nuestras expectativas se cumplan lo antes posible y rellenando nuestros huecos con esas cosas que nos satisfacen momentáneamente, o que incluso nos hacen disfrutar a tope, pero que nos hacen perder el sentido de la propia realidad, quizá más prosáica pero inevitable.

Esperar siempre se espera, pero no puede convertirse en el único motor que tengamos para seguir sintiéndonos vivos porque no siempre llega lo que deseamos y, antes o después, actuar sólo movidos por ese ansia, puede que nos haga conscientes de que nos sentimos vacíos, aunque hayamos crecido en muchas cosas que luego, con los años, nos parecerán hasta superfluas, incluso aunque intelectualmente seamos como un disco duro de tropecientas mil gigas.

Indudablemente, habremos encontrado placer en todas esas cosas con las que hemos ido sorteando tomar conciencia de lo que significa tener los pies en el suelo, pero a la larga sólo nos parecerá haber parcheado nuestra vida mientras esperábamos, desesperados, a que se materializaran esas expectativas. Es por eso que, tal vez, tengo un poco, o un bastante, abandonado el blog –me digo-, como otras cosas que pueden ser gratificantes en un momento dado, pero que son limitadas y nos limitan a su vez, teniendo que buscar, luego de finiquitadas aquellas, otras que sigan proporcionándonos esos breves placeres.

Si la vida es sabia, vivir nos hace un poco más sabios. Y es que muchas veces confundimos el adquirir conocimientos de toda índole, a falta de algo mejor en nuestro inmovilismo, con ser inteligentes. Nada es incompatible, pero dedicarse a acumular un exceso de conocimientos puede que nos convierta en enciclopedias vivientes, pero no por ello en seres inteligentes. Podemos saber mucho de muchas cosas y no saber apenas nada de cómo vivir. Y hablo desde la propia experiencia porque desde siempre, y ayudado por mi excelente memoria, he hecho acopio de un aceptable bagaje cultural.

No sé si será cosa de la edad, que a finales de mes estarán los 57 ahí, pero –sin perder mi interés por seguir adquiriendo conocimientos porque soy muy curioso por naturaleza- cada día le doy más prioridad a ordenar mis experiencias, a no dejar pasar de largo la vida real y a dar más importancia, si cabe, a mi inteligencia emocional, yo que fui un tanto escéptico cuando a mitad de los 90 Goleman popularizó el término con su libro de igual nombre, en el que nos venía a decir que la inteligencia emocional se puede organizar en cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, crear la propia motivación, y gestionar las relaciones. Y fui escéptico porque me pareció un libro más de esos de “autoayuda”, tan de moda en estas dos últimas décadas en las que han proliferado los problemas personales -bien por causa del fracaso en las relaciones o bien por un exceso de estrés, con lo que de ansiedad o depresión conlleva- a los que nos hemos visto abocados en la vida cotidiana de estos últimos años. Y pienso si no será porque “nos hemos olvidado” de vivir… y que, como no dejamos de sentirnos vivos, hemos empleado inadecuadamente nuestro tiempo, rellenando vacíos, y ahora podemos encontrarnos vulnerables, y hasta impotentes, para remediar muchos problemas de carácter más íntimo que no pueden ayudarnos a resolver todos los conocimientos que hemos acumulado sobre otras cosas.

Tenemos un lenguaje exquisito. Podemos hablar de muchísimas cosas con propiedad. Nos sentimos hasta casi unos intelectuales de cojones… Pero nos deja nuestra pareja o nos sobrecargan en el trabajo y ya nos sentimos perdidos, y la satisfacción que nos producía ser unos eruditos en tantas cosas no nos sirve absolutamente de nada.

No es una apología de la ignorancia. En absoluto. Al contrario. Porque aún tiene más probabilidades de estrellarse con la vida quien se permitió la estupidez, por pereza o estulticia, de dejar su cerebro más diáfano que una casa sin tabiques ni muebles. Pero de nada habrá servido construirse otra que, de tan abigarrada, parezca más una almoneda saturada de cosas hermosas pero muchas veces inútiles y en la que resulte imposible encontrar lo que necesitamos para enfrentarnos a los acontecimientos que el destino nos va deparando, y que no son siempre los tan deseados.

¿Mereció la pena dejar pasar la Vida sin vivirla cuando sólo se vive una vez?

© P.F.Roldán

Facto Delafé y las Flores Azules:Muertos