13 de marzo de 2010

estás tan sola

Me llamas. Lo tuyo con tu hombre se ha terminado y, aunque lo veías venir, te negabas a aceptar que era inevitable.

Quiero que tus lágrimas me conmuevan y hago el esfuerzo, pero no lo consiguen. Han sido tantas las veces que te pusimos sobre aviso que ya no me quedan palabras para consolarte, como evito las que te puedan herir. Sólo te escucho porque sé que no me vas a escuchar. Únicamente necesitas hablar y hablar, y desahogarte y aquí estoy, consciente de tu ceguera. Esa ceguera que siempre se produce cuando es el otro quien nos abandona, y aunque estemos convencidos de que el paso lo habríamos tenido que dar nosotros primero porque desde hace tiempo ya sólo sentíamos el vacío de la soledad en compañía.

Pero no lo diste. Te asustaba la soledad y preferías seguir sometida a una situación que cada día te anulaba más, pero que te proporcionaba algún que otro buen momento rara vez; tan rara vez que infinidad de veces te oímos hablar con una amargura honda, con un deseo de huir al que no eras capaz de enfrentarte. Te volviste conformista y dejaste de quererte para intentar querer a quien no te quería y, ahora que se ha ido, no te encuentras ni en los espejos. Te perdiste a ti misma en algún momento que ya ni sabrías precisar. Te sientes menos que nada.

Te haría bien leer “Solas”, de Carmen Alborch, para que dejes de hacer de tu vida una tragedia griega… pero nada más lejos de mi pensamiento que recomendarte lecturas en este momento cuando por tu voz te presiento más que obsesionada, relamiéndote las heridas y seguro de que no has sido capaz ni de tomar un yogur para engañar al estómago, porque te alimentas de rabia y melancolía, de despecho y de apatía, demacrada aún más de lo habitual por una pena que ya sentías desde hace mucho y que te negabas a reconocer.

No es un duelo que comienzas hoy. Lo llevas arrastrando meses. Hoy sólo se ha hecho absolutamente real lo que ya sabías que, antes o después, iba a suceder porque el desamor era patente desde hace mucho, pero te acomodaste a él antes de tomar determinaciones positivas para tu vida… aunque te pudieran resultar dolorosas en un primer instante.

Si fueras al menos capaz de reconocer que tampoco le querías ya. Que sólo era el refugio de tus miedos, de tus angustias, de tu falta de autoestima, pese a sus insultos, a su continuo desdén hacia ti. Pero, estás obcecada. Ha sido él quien se ha ido y no tú. ¿Cómo consolarte, pues, si ya eras consciente de tu propio desencanto y no hiciste nada para remediarlo? ¿Si te pudo más la cobardía que sus desprecios?

Pero, sigo aquí, escuchándote porque es lo que necesitas y aunque sepa que nada puedo hacer por ti. Tampoco me gusta dar consejos y, además, aunque te los diera no los escucharías. Te regodeas en un dolor que ya te viene de lejos y al que también te has acostumbrado, retroalimentándote de él.

Y lo que peor te sienta es que no te ha dejado por otra. Eso sería casi un lenitivo para poder justificarle; pero te ha dejado simplemente porque ya no encontraba ningún aliciente a seguir contigo. Hasta un maltratador se acaba cansando de su víctima cuando ésta ya no le produce ese malsano placer de tan servil. Necesitan que se les rebelen de cuando en cuando para encontrar nuevos motivos para seguir cebando sus instintos. Tú ya ni le rechistabas. Aceptabas cada maltrato en silencio, pensando que así le contentabas y que no te dejaría, pero los verdugos disfrutan más cuando se les revuelven, cuando les plantan cara, cuando les lloran suplicando compasión.

Estamos tus amigos, pero estás sola. Estás sola porque, a pesar de tus miedos a la soledad, estar tan sola, sentirse sola es prolongar lo que él te daba y ya no tienes. La negación de ti misma.

© P.F.Roldán

Sole Giménez:Tan Sola

No hay comentarios: