19 de marzo de 2009

cortos días, largas noches


Dicen que el que espera desespera. No es mi caso, que llevo desde la adolescencia poniendo en práctica lo de ser paciente, porque nada se consigue obsesionándose con algo que ya sabemos de antemano que tiene fecha y hora si no es paralizar la vida cotidiana, sumiéndonos en un estado semicatatónico al girar exclusivamente sobre una única idea. ¡No soportaría esa ansiedad!

Los días se me hacen cortos, sabiendo que, con cada uno que pasa, falta menos para que llegue, pero también porque los ocupo intensamente en no dejar cosas pendientes, y aunque sea hasta robándome mis ratos nocturnos para escribir, porque no quiero que el tiempo que esté aquí haya que terminar lo que pude dejar a medio hacer. Deseo que las veinticuatro horas de cada día que pase conmigo sean sólo de los dos. Sin embargo, y pese a todo este continuo trajinar, nada evita que esté permanentemente en mi pensamiento, lo que hace que los ratos que hablamos por las noches estén llenos de esa alegría que sólo se siente en muy contadas ocasiones a lo largo de toda una vida. Una alegría espontánea, llena de complicidades y sin falsas euforias, tan natural como especial y que pocas veces alguien te despierta con sólo con oír su voz.

Las noches se me hacen largas de un modo extraño. Me estoy acostando pronto –hoy es una excepción porque tenía esto muy abandonado- con el libro de cabecera que tenga en esos momentos, que siempre hay alguno, y no controlo el tiempo, que lo mismo me leo cien páginas, o más, de un tirón que sólo tres; y no es raro el día que amanece con ese libro por un lado, el punto de lectura por otro, las gafas de lectura perdidas entre las sábanas, la lámpara de la mesilla encendida, y el despertador que suena diez o quince minutos después de que abra los ojos. Caigo rendido por agotamiento, sin darme cuenta del cuando, y me despierto como por inercia, porque sé que tengo que seguir haciendo cosas y el otro reloj, el biológico, manda lo suyo. Ya sé que para muchos, que me riñen, esto es dormir poco, pero me parece que lo he hecho una eternidad y me levanto descansado, aunque parezca mentira, y con bríos para empezar el día ya con la sonrisa en los labios. Su nombre. Saber que falta un día menos… y a continuar lo que dejé el día anterior.

Que está en mis sueños lo sé. No hay que ser más explícito.

No miro el calendario ni cuento el tiempo. Ya he dejado dicho por aquí que medir el tiempo es un invento humano y aquello de “reloj no marques las horas” se me ha ido haciendo con los años un topicazo de quienes viven la vida a ritmo de bolero. Y no porque uno no tenga su chispa romántica sino porque huyo del histrionismo melodramático, en plan copla de la Piquer, como de la peste.
Sé el día exacto de su llegada y es suficiente para evitar un agobio innecesario. Tampoco pienso en el día de su partida, porque no habrá adioses innecesarios, ni el “dicen que la distancia es el olvido”, ni en cuánto tardaremos en volver a encontrarnos porque ya sé que no será inmediato. Me basta conque existamos y queramos compartir esa existencia. ¿Hay algo más valioso? Se es más feliz sabiendo apreciar lo que se tiene que deseando lo que no.

Hoy no leeré nada ya dada la hora, pero necesitaba tanto decir que me siento feliz que qué mejor excusa para compartirlo que retomando el blog… Y anda que no hay poco acerca de lo que escribir, que de la Prensa no me privo ni un día, pero tiempo habrá que con las que están cayendo tenemos para rato largo.

© P.F.Roldán

Randy Crawford y Presuntos Implicados:Fallen

7 de marzo de 2009

el lector (the reader)

"Recomendable leer antes la novela de Schlink, El Lector, antes de ver la película". Esto me aconsejó una amiga y le hice caso, y el libro ha resultado ser soberbio en apenas doscientas páginas; de lo más extrañamente conmovedor que he leído en bastante tiempo y es que es raro que una novela logre hacerme soltar unos lagrimones en los tres últimos capítulos finales. Suelo ser un lector un tanto aséptico, aunque inevitablemente hay libros que logran meterte dentro de la piel de sus personajes. Algo parecido sentí con Los Girasoles Ciegos, pero fue más una mezcla de rabia y de tristeza, aunque no dejó de conmoverme también el amargo sino de sus protagonistas.

Temo un poco las adaptaciones cinematográficas -precisamente ahí está la fallida de Los Girasoles Ciegos-, aunque también me han recomendado que tras el libro vea la película. Es, por lo visto, uno de esos raros casos en los que el guión hace justicia al libro en el que se basa, aunque las críticas que he leído comentan que el personaje de Hanna pierde un poco de su crudeza, por muy buena que sea la interpretación de la multipremiada Winslet, que hace -según todos- el mejor papel de su carrera en The Reader y ya se merecía un reconocimiento a su trayectoria de actriz.

No sé si llegué a comentarlo en su momento, pero hace tiempo que decidí leer antes un libro que ver su adaptación en el cine. No quiero que me pase como con Muerte en Venecia, que lo hice al revés y cuando traté de leer el libro, de Mann, éste me pareció un peñazo aunque puede que alguien me pueda llamar sacrílego literariamente. Como excepción, me pasó con Como Agua para el Chocolate, pero fue eso: una excepción. Tal vez porque en ese caso el lenguaje cinematográfico nada tenía que ver, desde lo que personalmente experimenté, con el literario de Laura Esquivel.

No he ido aún a ver The Reader al cine, así que no puedo hacer comparaciones con la obra de Bernhard Schlink. En este caso me fiaré de la opinión de los cinéfilos al igual que lo he hecho con la novela... y confío en que no sea decepcionante como con otros casos, que también recuerdo el fiasco que supuso El Club Dumas en la gran pantalla -al menos a mí no me gustó La Novena Puerta, por muy de Polansky que fuera-, una buena novela filmada en plan "obra menor", con un guión previsible en todo momento.

Las adaptaciones de buenos libros, sean o no los típicos best-sellers, dejan dinero en taquilla y son un recurso para aquellos a los que les gusta poco leer, pero lo uno no está reñido con lo otro. Y por otro lado hay magníficas novelas que, aun siendo potenciales excelentes guiones, nunca serán filmadas. Así que mi recomendación particular es no olvidarse de que los libros no se pueden sustituir, aunque vivamos en el tiempo de las imágenes y éstas, sobre todo la televisión, nos hayan hecho perder un poco la afición a la lectura.

© P.F.Roldán

The reader:trailer (subtitulado en castellano)

1 de marzo de 2009

premonitor Arturo Pérez Reverte

Me acaba de llegar un mail. Me he metido en los buscadores de Internet a tratar de constatarlo, que a veces ya se sabe lo de los correos que "dicen" lo que nadie dijo; pero lo he encontrado publicado en infinidad de blogs y periódicos digitales y he de confesar que yo no lo había leído, y eso que sigo bastante todo lo que Arturo escribe porque es de agradecer, en los tiempos que corren, que haya alguien tan "echao p'alante" y con una inhabitual honestidad sin pelos en la lengua. Todavía recuerdo su discurso de investidura como primer Doctor Honoris Causa de la UPCT, en el que puso a caldo a los políticos cartageneros sin morderse la sinhueso.

Tal y como me ha llegado deseo publicarlo porque ya quisiera más de uno tener ese desparpajo, que ni se deja comprar ni se vende por nada, para decir verdades como templos sin arrugarse ante nadie, y sobre todo porque este paisano nuestro hace diez años nos dijera lo que nadie queríamos o no supimos ver entonces, cuando todo era de una bonanza tan alienante que no nos hacía sospechar lo que a día de hoy se ha transformado en una cruda realidad.

"Los amos del Mundo"
Arturo Pérez-Reverte

"Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos. Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o de un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.
Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio -o al revés-, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará a usted el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo; porque siempre ganan ellos, cuando ganan, y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder; el riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia. Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días.
Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces -¡oh, prodigio!- mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros. Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda.
Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la pagan con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con sus puestos de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza."

"El Semanal", 15 de noviembre de 1998

Astrud:Paliza