27 de mayo de 2009

prejuicios y complejos

Su extremada obesidad podría considerarse mórbida. Esa exuberancia de carnes habría llevado al suicidio a más de una anoréxica, pero, esa mujer sin complejos, no paró de reírse durante toda la travesía, hasta desgañitarse, haciendo que casi todos los que estábamos a su alrededor nos sintiéramos contagiados por su risa mientras su compañera de viaje hacía lo imposible para que no se cayera de la silla, jaleándola a su vez -en un idioma incomprensible para mí-, haciendo que la otra se retorciera entre carcajadas.

A mi lado, un matrimonio francófono de mediana edad, pulcro y escuálido, levantando reiteradamente -con visos de fastidio- la vista de sus respectivos libros, la miraba descaradamente con desaprobación a través de sus gafas de diseño; incluso desde el momento en el que ella ocupó su silla en la cubierta del ferry, cerca de nosotros. Una cubierta bulliciosa, como una torre de babel, con casi tres centenares de pasajeros de diversas nacionalidades… pero sólo parecía molestarles ella; y más que a los oídos, a los ojos, porque en sus miradas adustas se leía, diáfana, una mezcla de asco y repulsión, en las que yo, además, intuía un cansancio más producto de una mal escondida amarga apatía que de la pesadez del viaje, y que contrastaban con la alegría de vivir, tan inmensa como ella, de la gorda (sin eufemismos, como un negro es un negro y no "una persona de color").

Vivimos en un mundo de estereotipos, con unos cánones llenos de prejuicios en muchos aspectos, y para bastante gente todo aquel que se salga de ellos es casi como un apestado. Eso hace que en ocasiones se deje de respetar a otros sólo por el hecho de ser diferentes o no seguir las pautas que algunos han convertido en reglas inamovibles que, aun incluso opuestas, no suelen ser propias ni exclusivas de un solo segmento de la población.

Así, dependiendo del grupo, se desprecia, se hace burla o se critica a los gordos o a los flacos, a los de derechas o a los de izquierdas, a los excesivamente guapos o a los feos, al que demuestra una alegría desbordante o al que no puede contener las lágrimas, al creyente o al ateo, a la madre soltera o a la que trae “lo que Dios envía”, al que viste de "marca o de "mercadillo", al que es homosexual o a la que quiere llegar virgen hasta el día de su boda… en un entreverado maremágnum de prejuicios políticos, sociales, religiosos, intelectualoides –que no intelectuales-, o, lo que es peor, de esa seudo cultura que ha hecho del físico un nuevo dios al que adorar, sin percatarse de que tan enfermo es un bulímico como un vigoréxico que idolatra los gimnasios.

¿Quién puede arrogarse el derecho de establecer unas pautas para el resto de los mortales? ¿Quién el ser juez de los demás, y al amparo muchas veces de absurdas premisas?
Se puede estar de acuerdo o no con el prójimo; podemos elegir que los otros nos gusten o no, pero nunca llegar a la prepotencia irrespetuosa de sentirnos por encima de nadie hasta el punto de que una altivez sin fuste menoscabe la naturalidad y la naturaleza de otros, y pueda causar daños morales o psicológicos a quienes perciban ese desprecio como si los consideraran como monstruos de feria.

Entre el matrimonio de estirados con cara de estreñidos, seudo mega todo en apariencia, y la rubicunda gorda feliz, sin complejos, me quedo con ésta última.
Si regresaba triste por lo que iba dejando atrás, ella me hizo sonreír, como si de un efecto dominó se tratara, y olvidarme por unas horas de pensar en adioses, ausencias, distancias y reencuentros…
Pero ésta es otra historia.

© P.F.Roldán

Alaska Y Dinarama:A Quien Le Importa

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