10 de mayo de 2009

abriendo puertas

Ha sido este tiempo un tiempo lleno y vacío a la vez, aunque suene a paradoja, que no lo es. Cada circunstancia tiene un por qué bien definido, consecuencia de cómo hemos encarado las cosas. Y éstas suceden de la mano de nuestros fantasmas interiores, de nuestras alegrías y sueños o de nuestros miedos y aprensiones.

Unos se “quejan” de lo abandonado que he tenido esto. Otros me dicen que al principio se toma con muchas ganas y que nos vamos dejando con el tiempo porque todos los comienzos son excitantes y se escribe por impulso. Yo sólo sé que ha sido casi un mes y medio en el que he tenido que afrontar encuentros y desencuentros; Pelear con mi cabeza analítica que a veces piensa que el corazón es un aventurero alocado. Luchar con mi corazón que se rebelaba contra las razones de la razón, que no siempre es tan razonable como creemos.

Salgo hacia Grecia el próximo martes, aunque no llegaré a mi destino hasta mediodía del 14. Cosas de compaginar los transportes, que uno no tiene la capa de Superman para trasladarse en un pispás, pero “sarna con gusto no pica” cuando en la otra orilla de este mar puede que nos sigan esperando.

Salgo hacia el reencuentro de un encuentro que mi racionalidad, irracionalmente con sus armas -que nos llevan a elegir lo que creemos prudente con lo que realmente es: la incapacidad de dejarnos llevar por lo que sentimos-, convirtió en desencuentro a pesar de que mi corazón le gritaba “estúpida”, porque era, y sigue siendo, lo mejor que podía pasarme en mi vida. Pero sé que erré. En el último momento no di el gran paso que se esperaba de mí y que yo también deseaba. Pudo más lo que no me avergüenza reconocer que fue cobardía. Cobardía que no va conmigo, pero que prevaleció cuando más seguro estaba. ¿Y cuál fue la causa? Porque lo único que saco en claro de todo es que traté de refugiarme en excusas que hoy comprendo absurdas, y que la despedida, contra todo pronóstico, fue triste y dolorosa. Infravaloré lo que se me ofrecía y daba, y busqué paliativos que no me proporcionan ni satisfacción ni estabilidad. Sobrevaloré mi autosuficiencia y de qué poco vale ésta cuando se siente uno cada día un poco más vacío y la sensación de pérdida se agranda cada noche, cuando te quedas a solas.

Es cómodo y agradable a los oídos escuchar las opiniones ajenas cuando le dan la razón a nuestra sinrazón. Quien te llamaba loco por querer hacer lo que no es convencional, se alegra de que “sientes la cabeza”. Quien te elogia hoy tu capacidad, “al fin”, de hacer lo “correcto”, en contra de que ya sabes que acabas de cometer una de las mayores torpezas de tu vida… Y me he puesto en pie de guerra, porque mi carácter es así, aunque extrañe a unos e incluso se desapruebe por otros. Me voy. Si siempre he defendido que hay que ir donde el corazón te lleve ¿a qué viene ésta estupidez?

Me he pasado todas estas semanas batallando y tratando de ver un poco más allá; de sobreponerme al autoengaño que me disculpaba falazmente de mis actitudes, buscando la aprobación de los demás, porque era “lo que necesitaba escuchar” para no tener que reconocer mi equívoco… cuando en siete días, con su presencia, fui más feliz que en siete años de soledad escogida y otros muchos de soledad en compañía. Y al final se ha impuesto la cordura contra una razón que intentaba demostrar ser sensata sin serlo.

Seguimos en constante contacto, aunque por lógica sin la intensidad emocional de los meses anteriores porque yo puse un freno inesperado que nos ha hecho más reservados; un freno incluso inexplicable para mí mismo. ¿Qué me rondó por la cabeza? ¿Por qué le di más importancia a lo que menos la tenía?

No. No he escrito, pero he releído el blog varias veces y me he dado cuenta de que había entrado en una dinámica contraria a todo lo que pienso, a como soy… y he llegado a la conclusión de cuan cierto es que hay que mojarse el culo para coger pescado, aunque sea en el confín del mundo, y aunque vaya contra todas las normas no escritas pero impuestas por nuestro entorno. Y me digo que esto siempre lo he tenido claro, pero sigo sin encontrar el auténtico por qué de mis actos en sus dos últimos días aquí, en los que llegué incluso a rozar la crueldad por mostrarme indiferente. ¿Por qué…? No hay ningún porqué que valga para justificar lo que no puedo justificar si soy sincero conmigo mismo… ni tampoco quiero explicármelo sino mirar hacia delante. Y que sea lo que Dios o el destino quieran…

Y, sí, me voy. Quería aparecerle por sorpresa. Demostrarnos a ambos que sí era capaz de ese gran paso -que pese a todo siempre lo he sido- pero tampoco era justo que me encontrara de sopetón porque no se me oculta que lo ha pasado mal todo este tiempo y he querido que sepa y me diga. Siempre he dicho que estas cosas son de dos… y ahora me basta saber que se alegra de que vaya.

Tampoco significa que deba de jalearme con falsas expectativas, porque cuando el dolor cuaja dentro de uno a veces cuesta desarraigarlo, y sé que lo siente; pero voy seguro, lleno de serenidad y confianza, y sé que cuando esto se transmite, la puerta que dejamos entornada se puede volver a abrir de par en par. Esto es lo que tengo hoy por hoy: esperanza… aun con los pies en la tierra.

Alguien me decía ayer si no me aventuro demasiado en un viaje tan largo para encontrarme después, tal vez, con alguien que guarda algún tipo de resentimiento. Oídos sordos. No me preocupa. Si lo hago y todo sale como debiera de haber salido un mes atrás, esa preocupación habrá sido en vano. Y si sale mal, me habré preocupado el doble. No. Nada de padecimientos innecesarios. Lo mejor es llegar si dudas, sin recelos, porque, aun sabiendo que ese pasado permanece todavía con la llaga abierta, de nada valdría haber dicho antes cien “te quiero” si ahora no fuera capaz de demostrar con hechos que no sólo fueron palabrería… Y este viaje no es sólo un gesto. Es un paso hacia delante, porque se vive el hoy pero para ir construyendo un mañana. No creo -y hasta lo aborrezco- en ese carpe díem mal entendido, como si el mundo se fuera a acabar dentro de un rato.

Y sea cual sea el resultado de este viaje -esperanzas aparte-, nunca me quedaré con la duda, si no lo hago, de qué habría sido de haberlo hecho. Quien no lucha por lo que ama se condena a vivir en la perpetua incertidumbre, y soy de los que prefiere oír un “no” sincero, si ha de ser así, que vivir en una hoy plácida ignorancia que puede pasarnos factura con el tiempo.

Valentía es salir en busca del propio destino, sabiendo que los sueños se pueden hacer realidad si tenemos fe en ellos, y sobre todo en quien amamos. Quedarse en el sofá de casa sólo nos deja a nuestro alcance el mando a distancia del televisor y la cobardía del olvido.

© P.F.Roldán

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