28 de febrero de 2009

"las otras estaciones"

He de reconocer que, últimamente, estoy perezoso para escribir. Tengo la cabeza en otro sitio y mi libro de relatos, Las Otras Estaciones, no avanza ni mucho ni poco, aunque tal vez porque estoy en una de esas otras estaciones y el relato lo estoy viviendo en primera persona.

Cuando comencé a escribirlo, por un albur que, no por esperado, me cayó encima de sopetón, con “El tren de las mareas de la luna llena” (publicado por aquí en los comienzos de este blog), al final de la narración –mitad autobiográfica, mitad ensoñaciones que me hicieran evadirme de aquel instante- arribaba a una estación en la que no me esperaba nadie, pero en la que presentía que llegaría el día en el que habría alguien que me saldría al encuentro un día para, tras la espera sin calendarios ni relojes, iniciar un futuro juntos.

Y ahí es donde estoy ahora. Pensando que en abril yo estaré en ese andén a la espera de un tren, aguardando a quien entonces presentí y que viene a mi encuentro, sorteando unos miles de kilómetros; el mismo tren, a la misma hora, en el que regresé yo aquí cinco años y medio atrás. Pensando que aquellas ensoñaciones de entonces tienen todos los visos de convertirse en realidad, porque, no sé por qué puñetas, siempre suele acabar sucediendo casi todo lo que un día me dio por imaginar.

No sé cómo definirlo. No quiero llamarlo sexto sentido ni son dotes para la premonición. ¿Es tal vez haber conservado la esperanza que da el que la vida transcurra sin desesperarse lo que nos regala esa inexplicable lucidez sobre el futuro? Sea lo que sea, está ahí, como quien dice, a la vuelta de la esquina.

“Tickets ready!”... y a partir de ese momento la sonrisa, nunca extraviada en los variados maremágnum vividos estos años, se hace más amplia; se ensancha el corazón; los demás te ven hasta diferente, y se cumple aquello de que la primera palabra que pronuncias al despertar es su nombre.

Al comenzar todo, me había propuesto, hasta prometido a mí mismo, que no me dejaría llevar por arrebatos ni vehemencias; que todo se iría encarrilando a su ritmo, sin prisas; que es insano adelantar acontecimientos y precipitarse… Pero ¿quién me podría juzgar si viera mi cara rebosante de felicidad como yo la veo cada mañana en el espejo? Yo no, desde luego, a pesar de lo exacerbadamente autocrítico que soy. Hace años que, sin haber perdido nunca la alegría de vivir, no me sentía así, y aunque no dejo de racionalizar los pros y los contras, que todo puede resultar magnífico o un fiasco -porque mira que es tremendo, y hasta irritante, el pánico escénico que nos entra, por muy seguros que nos sintamos y aunque todavía falten cinco semanas-, que me quiten luego lo “bailao”. Ahora soy feliz. Mañana no lo sé, pero seguiré procurando serlo porque, pase lo que pase, mi madre no me parió para que los acontecimientos de la vida me lo impidan y encima me hagan sufrir.

La vida no empieza ni acaba, sencillamente continúa.

Si sale como el corazón inequívocamente espera para poder decirle un día “nadie como tú”, -de momento sólo estoy enamorado- será la fructífera cosecha de lo sembrado en todo este tiempo de fe en el futuro. Si no saliera como ambos deseamos, hay que volver a ponerse en pie sin darse tregua y seguir nuestro camino, confiando en que, como en la misma canción cantan Sole Giménez y Pancho Céspedes, hay que querer “mañanas más que ayer”, porque la vida jamás se detiene a esperarnos.

Y por primera vez también en muchos años no albergo dudas, pero siempre hay que echar mano de aquello de “la duda razonable”, aunque sólo sea por refrenar un poco a los que, en su escepticismo, puedan considerarte iluso por estar algo más que simplemente ilusionado y que tal vez no entienden esta manera de ver y vivir la vida, que ser realista no implica estar dispuesto a renunciar a lo que nos trae ni a cercenarla porque en un pasado más de una vez nos dimos de bruces en ella.

No recuerdo quien dijo que “podemos cambiar nuestro futuro pero no nuestro destino”.

© P.F.Roldán

presuntos implicados & francisco céspedes:nadie como tú

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