27 de febrero de 2009

aprendizaje hasta el fin

Se dice que el que mucho abarca poco aprieta, pero creo que hay que saber de todo lo que se pueda –sea más, sea menos; sea teórico, sea práctico, que también se dice que el saber no ocupa lugar- aunque luego nos centremos en cosas muy concretas, en las que realmente profundizamos exhaustivamente porque nos motivan por encima de otras. Y cuando no se sabe, el silencio nos hace más inteligentes porque escuchando seguimos aprendiendo

El afán de aprender significa tener curiosidad por todo y no permitir que nuestra mente se anquilose por desidia o comodidad. Aprender supone, además del enriquecimiento personal -que no es ninguna trivialidad-, el poder comunicarnos mejor con otros y no hablar sólo del tiempo o de cuando hicimos la mili con el capitán Trueno porque no da la cosa más de sí.

Personalmente, por poner un ejemplo algo banal, nunca suelo ver partidos de fútbol, ni siquiera en la tele, salvo los encuentros de la selección española en grandes competiciones; no soy, pues, lo que se dice un aficionado a ultranza, pero intento saber los resultados de la semana, cómo van las clasificaciones; qué equipos están en puesto UEFA o a pique de descender. No está de más. Tengo amigos a los que, además de otras cosas, les apasiona el fútbol.
Y quien dice sobre esto, pues sobre otras muchas cosas, que no sólo de Cultura se alimenta el hombre, aunque sea lo que más valoro personalmente, pero hasta pasarse la receta de cómo haces tú las lentejas pues es un buen recurso para que no se hagan silencios de esos en los que pasan tropecientos ángeles mientras dos se quedan embobados sin saber qué decirse… que no todos los silencios tienen su lado agradable. Esto depende de con quién y en qué momentos.

Tampoco consiste en ser una enciclopedia andante que en cuanto ha soltado su párrafo de manual ya no tiene nada más que aportar. Saber, lo que de verdad es saber, no es acumular conocimientos sin ton ni son, que tan aburridos resultan el sabidillo que se conoce la lista de los reyes godos pero no tiene ni idea de Historia como el monotemático que se sabe la lista pero sólo habla de esa Historia.
Aprender comporta que lo que se va conociendo se amalgame, y que se pueda ir de una cosa a otra, como quien hace una colcha de patchwork en la que casi ningún retazo es de la misma tela pero, juntos, forman un todo.

Me cargan los “culturillas” a los que, de tan relamidos, redichos, serios y pedantes, no hay quien les saque una palabra, y menos una conversación intrascendente pero amena; como me cargan los que tienen el cerebro tan diáfano que parece un páramo y con los que no se puede intercambiar más de cuatro frases con escasa sustancia porque viven desinteresados de todo lo que no sea superficial.

Aquellos porque cualquier cosa que no se ciña a lo que consideran “intelectual” lo consideran menospreciable y hasta aberrante si se ponen intolerantes; cosa bastante frecuente. Los otros, porque en cuanto tocas un tema de interés, por muy someramente que lo hagas, bostezan de aburrimiento a los pocos minutos o ponen la risa del conejo.
Menos mal que siempre existe el término medio y todavía encontramos con quien poder hablar de todo o de cualquier cosa, y hasta “echarnos unas risas” si se tercia, que ni todo es disertar exclusivamente sobre la nouvelle vague o el gótico flamígero, ni tampoco sobre el último novio de una famosuela o las inyecciones de botox de otra que tal… y no trates de sacar a ninguno de ambos especímenes de sus monotemas porque o te harán el vacío como si fueras un frívolo ignorante o quedarás como un idiota sabelotodo aunque sepas.¡Qué despropósitos!

Tengo amigos con los que un día he disfrutado viendo la última de la Coixet o escuchando una disertación sobre la Alcazaba in situ (¡qué tortura para los “diáfanos”!), que dos semanas después partiéndonos de risa escuchando las “petardadas” de la música de los setenta en compañía de unas cuantas cervezas (¡qué sacrilegio para los sabiondos!)…

Si aprender sirve para comunicarse después, por supuesto, ante todo es crecer personalmente un poco más y, sobre todo, si sabemos poner en práctica lo que día a día nos llega en todos los aspectos con la humildad del que ha de seguir aprendiendo hasta el día que se muera -con la certeza de que se irá siendo un ignorante en muchas cosas- y también con el sentido del humor –que nunca nos falte- de que no todo se reduce al libro gordo de Petete o a la Enciclopedia Británica.

Igual de importante debería de sernos, aunque salvemos las distancias, leer las “Memorias de Adriano” de la Yourcenar, por ejemplo, que saber cocinar una buena tortilla de patatas, y viceversa… o nos estaremos perdiendo bastantes cosas, porque de todas se aprende y todas nos enseñan a su vez a disfrutar mejor de una vida más plena.

© P.F.Roldán

Jorge Drexler:Polvo de estrellas

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