19 de febrero de 2009

enamorarse y amar

Cuántas veces confundimos lo uno con lo otro. Tan parecidos ambos verbos y, sin embargo, cuántas diferencias hay entre ellos, aunque muchas veces ni nos demos cuenta, llevados por la obcecación que provocan los sentimientos que los hacen parecer iguales.

Si tuviera que contar las de veces que me he enamorado me faltarían dedos aun teniendo tantos tentáculos como un pulpo. Y es que cualquiera, con los requisitos imprescindibles, puede despertar en nosotros el deseo de amarle. Esa es la primera fase, la del enamoramiento que yo siempre he visto como “estar en vías” de poder llegar a amar.

Enamorarse es el paso previo de cuando conoces a alguien que te emociona y que hasta te conmueve; con la que, de poder darse, te plantearías un futuro en común porque se dan muchas de las cosas que pueden llegar a hacer que la amemos. Pero eso no es amor. Es únicamente deseo de que lo sea. Es sólo como un prolegómeno de lo que no deja de ser un futurible que puede llegar a más o no. Los primeros tiempos están llenos de pasión y vehemencia; es casi obsesivo no poder dejar de pensar en la otra persona a casi todas horas; necesidad, urgencia de saber de ella, de verla… El corazón que no atiende a más razones que a las suyas, sin que quiera escuchar a nada ni a nadie. Autocomplacencia en el bienestar interior, rayano a veces en el paroxismo de haber tropezado con quien, desde la soledad, creemos que anduvimos a la espera.

Pero amar es otra cosa. Se empieza a amar cuando, pasados esos primeros síntomas, en los que cada uno mostró lo mejor de sí, empezamos a descubrir que también hay -cómo no, como en todos y cada uno de nosotros- una parte oscura que se nos ha ido revelando con el paso de los días, conforme hemos ido conociéndonos. Y se ama cuando uno acepta al otro tal cual es, sin reservas, incondicionalmente; sin pretender que cambie nada de quien conocimos y hemos seguido conociendo… y continuamos sintiendo esa pasión, que amar no es caer en la rutina, y ese hormigueo en el estómago que nos impulsa a que el enamoramiento sea un auténtico amor, sabiendo ya que sus imperfecciones no son un obstáculo para nosotros, como las nuestras no lo son tampoco. El amor no pide, no exige. El amor se da, se entrega.

Es fácil, muy fácil enamorarse. Amar es otra cosa. El enamoramiento se desencanta cuando descubre esos aspectos que no nos gustan y con los que no nos sentiremos en predisposición para aceptar nunca. El amor, por el contrario, salta todas esas barreras. Va más allá. No se queda en lo exterior o en la cara bonita de lo que nos enseñaron en un primer momento. Es la persona que tenemos enfrente, a nuestro lado, la que nos sigue importando tal cual es y con la que estamos dispuestos a iniciar un proyecto en común, porque nada puede interponerse entre ambos.

Si de enamoramientos perdí la cuenta, amar sólo lo he hecho dos veces en mi vida, y la razón es que, aparte de que eso ocurre muy rara vez, hay que dejar pasar esa primera época casi febril, bajando a la otra persona de aquel pedestal que le levantó nuestra ansia de verlo como la octava maravilla, y con los pies en la tierra saber que es tan humano como nosotros, y que no todo será miel sobre hojuelas muchas veces pero que lo que nos une está por encima de cualquier otra cosa.

En enamorarse como en amar hay tanta diferencia como en decir “te quiero” a decir “te amo”… pero con qué facilidad usamos los verbos sin pensar que una cosa es la expresión de un deseo que puede quedarse en agua de borrajas y otra muy distinta el deseo inequívoco de emprender un camino junto a alguien sin que nada lo limite… y sólo tú, yo y la vida sabremos hasta dónde podremos llegar, pero ansiando que nunca se interponga una frontera que no seamos capaces de traspasar mientras nuestras manos estén entrelazadas con el sosiego que ahora sentimos.

© P.F.Roldán

Ana Belén:Agapimu

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