9 de enero de 2009

la credibilidad

Decir hoy en día que alguien nos transmite credibilidad es casi como decir que hemos dado con una flor rara, siempre desde la generalización de hablar de las personas como masa de gentes diversas y no de cada individualidad porque, como en todo, hay excepciones. Y es que vivimos, por otra parte, tiempos en los que, como santo Tomás, hay que meter el dedo en la llaga para creer de tan desencantados y llenos de prejuicios nos han dejado en demasiadas ocasiones. Tanto que hasta nos cuesta más de un esfuerzo llegar a confiar en que sea real la credibilidad de otros, con lo que ésta es una cualidad si no denostada, sí infravalorada por la suspicacia, porque gato escaldado hasta del agua fría huye.

La credibilidad, como tal, es una virtud constante y casi innata. No es algo que ahora se pone en práctica, y luego no, a mera conveniencia. Es un estado permanente del carácter que nada tiene que ver con la verdad y la mentira sujetas a vaivenes de estados de ánimo o de buscar el propio provecho, sino con la honestidad, la sinceridad y la coherencia personal permanentes para actuar siempre pensando en los demás, sin dejar que se antepongan nuestros propios intereses sino lo que es bueno o mejor para quienes tratamos o dependen de nosotros, o por lo que trabajamos o luchamos. E incluso aunque la mayoría de las veces nos suponga soportar estoicamente la inquina, y hasta el desafío, de los que prefieren vivir del engaño, porque la honestidad de unos les desmonta y desenmascara. ¿Cuántos políticos nos dan credibilidad, por ejemplo, cuando lo que sólo andan buscando es vivir del cuento, aprovechando las prebendas de sus cargos? Pocos.

Alguien transmite credibilidad cuando se pone en la piel de esos otros que le necesitan de una u otra forma y se descalza de sus zapatos para colocarse en los de los ellos, procurando el bien común, o el de cada individuo en particular, aun a pesar de que nuestro lado oscuro -que todos lo tenemos- nos diga, sin fuste, que estamos saliendo perjudicados en ese momento o que los otros no van a valorar nuestras buenas intenciones para con ellos.

La credibilidad no busca reconocimientos ni agradecimientos, por eso es una cualidad más que rara en una sociedad que, de cada vez más, sólo parece buscar parabienes o sacar tajada de según qué situaciones. Y es que la credibilidad nace desde el desprendimiento, libre de ataduras materiales y de prejuicios de cualquier especie, y es servicial sin ser servil. Simplemente tiene como objetivo la veracidad y la honestidad en todos y cada uno de sus actos, sin importarle que las consecuencias no redunden en la autosatisfacción o en el aplauso ajeno sino que su finalidad sea la entrega desinteresada que no espera nada a cambio. Las recompensas son intangibles y exentas de soberbia:
una, que los demás crean en nosotros siempre porque saben que nunca les defraudaremos en ningún aspecto y, otra, poder dormir cada noche con la conciencia tranquila de haber obrado de acuerdo a nuestros principios.

Encuentro un ejemplo prosaico pero sencillo: mi dilatada experiencia como comercial, habiendo ocupado puestos en todos los estratos –desde la dura venta a puerta fría a la dirección comercial, y hasta la gerencia de Empresa-, que me ha demostrado sobradamente que cuando uno trabaja pensando en lo que será más beneficioso para el cliente, y no para el propio bolsillo, a la larga ha ganado más que aquel que, avasallando para embolsarse fácilmente lo instantáneo, buscó el pan para hoy sin pensar en mañana.

Cuando un cliente comprueba que has mirado por él y no por engrosar tus arcas a su costa, siempre es un cliente satisfecho, y en consecuencia agradecido, que te recomendará a otros y probablemente te traerá uno o varios amigos y conocidos porque le has dado motivos para que crea en ti. Cuando, por el contrario –cosa que he visto en los llamados vendedores agresivos y en las empresas que, sin escrúpulos, forman a sus comerciales en esa venta agresiva e irrespetuosa- sólo se pretende ganar dinero fácil colando sus productos con calzador, puede que hayan ganado varias veces al principio, pero, antes o después, la insatisfacción posterior de quienes se dejaron embaucar hizo que estos hablaran mal de ellos, haciéndoles perder decenas de potenciales clientes.

Sí. Buscaron el pan para hoy pero sin ver que al final era hambre para mañana, así que no es raro, y más en estos tiempos de crisis, que quien no supo hacer las cosas con credibilidad se vea forzado a cerrar el chiringuito; mientras que quienes fueron leales y honestos con su clientela puede que vivan con alguna estrechez la misma crisis global que atravesamos, pero no les faltará quien siga acudiendo a requerir de sus servicios. No es de extrañar que, sobre todo en el sector inmobiliario, hoy estén en quiebra infinidad de negocios que fundamentaron su política en hacer dinero rápido y fácil a cualquier precio sin prever las consecuencias, lo que hoy les pasa factura.

La credibilidad pues, no es “saber venderse”, y mucho menos con artimañas, sino que los demás sepan que “lo que compran” es lo que verdaderamente necesitan. Si cada persona es un mundo, sus necesidades, por tanto, también son diferentes.

Y aplicado al terreno de las relaciones personales es, pues, una incongruencia querer caerle bien a todo el mundo por narices o enamorar a cualquiera por las buenas y con empecinamiento, forzando las situaciones. Habrá quien encuentre en nosotros lo que busca o espera, y quien no. Sin embargo, quien transmite credibilidad –que tiene como una de sus cualidades el respeto- puede que no enamore o no encandile a todo lo que se mueve, pero verá recompensada su honestidad con algún que otro buen amigo que confiará plenamente en él. ¿No es ya todo un regalo?

Porque la credibilidad es a la persona como la clave a una bóveda, a la que si le falta se derrumba. Así, quien no es creíble pierde toda su consistencia ante los demás, con lo que le será muy difícil establecer cualquier tipo de relación ya que, de antemano, ésta estará abocada a su autodestrucción antes o después al no existir la posibilidad de establecer el más estrecho vínculo perdurable, sea de la clase que sea.

© P.F.Roldán

Billy Joel:Honesty

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