3 de diciembre de 2008

llevarse palos... no siempre duele


A veces nos vapulean, pero no está mal a pesar de que nos podamos sentir fuera de órbita en los primeros momentos, y aunque sea duro si sobre todo sabemos que no nos merecíamos que se nos tratara así.

Cada cosa que nos acontece no es solamente una nueva experiencia que almacenar en el chip de la memoria. Es una nueva lección que, sabiendo asimilarla, nos ayudará a no sobrestimar nada y a nadie por encima de su auténtico valor guiados más bien por las emociones que por la razón.

A final todo acaba poniéndose en su lugar porque, no existiendo las casualidades -al menos para mí-, el destino te acaba cruzando con quienes te dan la respuesta a lo que pareció un sinsentido. Y es que estos te confirman que algunos no son lo que aparentan para hacerte creer en ellos, fingiendo una imagen tan edulcorada artificialmente sobre su personalidad cuando sólo es simplemente una tramoya que consigue que tu sexto sentido deje de funcionar para caer en la trampa que ladinamente han ido tendiendo con premeditación, estudiándote antes a fondo para encontrar tu talón de Aquiles.

Cuando te abren los ojos a la verdadera realidad –nunca es tarde si eso libera y enseña- empiezas a comprender que los primeros análisis que hiciste al recibir el varapalo no iban muy desencaminados aunque en un principio el sentido común estuviera tan obnubilado como para aceptarlos como acertados o verosímiles. Pero, después recuerdas que hasta te negaste incluso a escuchar a los que veían de antemano la que se te venía encima, porque uno mismo, erre que erre, eligió la ceguera y la sordera bajo los efectos adormecedores de la conciencia que los anhelos del yo más primario despliegan, ofuscándote.

Es cuando ya te has llevado el palo que recobras la sensatez y escuchas y ves lo que no quisiste aceptar en un primer momento, y te das cuenta de que también tus alarmas sonaron entonces porque había cosas que te descuadraban lo que ya tu experiencia sabía, pero las desoíste porque deseabas confiar en tu fuero interno que, aun estando escaldado, esa vez todo era creíble. No era posible que nadie pudiera mantener una mentira tanto tiempo. ¿No tienen las mentiras las patas cortas, dicen?

Pero, de sopetón, cuando ya has recibido la bofetada y se ha pasado esa euforia, más propia de primerizo, y has bajado del cielo a la realidad en un santiamén y los sentidos vuelven a ponerse en marcha, incluido el sexto –al que anestesiaste con tu afán de creer un poco a tontas y a locas-, vuelves la vista atrás y entonces recuerdas que no ha sido la primera vez que caíste. Que siguen existiendo los embusteros profesionales, bien pertrechados en su dilatada experiencia con artificios que ignorabas porque eran nuevos para ti, aunque siempre tengan alguna pieza que no encaja porque ya es tan vieja como sus artimañas compulsivas. Era la pieza que no te encajaba en el rompecabezas, la que te descuadraba el puzzle y que preferiste obviar porque las otras eran más atractivas por novedosas para tu credulidad, pero ésa ha sido la que finalmente te ha acabado dando la clave cuando has quitado cerrojos a tu recaída en la estupidez y has escuchado a los demás y, sobre todo, a tu interior que cada día se va volviendo más prudente.

Ahora eres consciente, al fin, de sus carencias emocionales y hasta culturales; de su vacuidad disfrazada con arrumacos que te atontaban; de su pretenciosidad que sólo era la máscara de su pobreza en principios esenciales… Y disculpabas todo eso, que presentías sólo fachada pero te negabas a ver, porque querías amar y el amor lo disculpa todo… aunque ahora reconoces lo poco que habría durado, de haber continuado, al no poder existir una reciprocidad que os hiciera cómplices más allá de las caricias o los besos, en esas otras horas en las que la comunicación no habría sido posible al estar en diferentes planetas a años luz el uno del otro. Y en vez de entristecerte, hasta te sientes aliviado y contento de que te hayan apaleado

Y por eso decía al principio que no está mal llevarnos un palo, aunque cada vez sea más de tarde en tarde, porque nunca seremos lo suficientemente experimentados en toda nuestra vida para saber protegernos siempre de las asechanzas de algunos. Esta nueva lección nos ha servido de mucho como para no apreciarla, dejándonos arrastrar por la iracundia del sabernos estafados.

La rabia no conduce a ninguna parte; pero reconocer con humildad que seguimos y seguiremos siendo vulnerables, pese a todo lo vivido, y que hemos de seguir aprendiendo cada día hasta el final nos hará aún mas fuertes y un poco más sabios.

© P.F.Roldán

La Lupe:Teatro

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