1 de diciembre de 2008

la alegría de ser yo mismo


Con mis virtudes y defectos, sé quién soy, lo que quiero y lo que espero. Y estoy alegre porque, aunque me caiga cien veces, cien veces sabré levantarme, porque soy consciente de que aún me caeré muchas más, pero tengo la valentía de enfrentarme con todo lo que la vida quiera ponerme a prueba.

Nunca me han faltado arrestos para encarar cualquier situación difícil, por el contrario me crecen en valor y fuerza; al revés de lo que hacen otros que se las pasan lloriqueando sus males y siempre sintiéndose fatal… incluso con fingimiento a veces porque no es para tanto, sobrecargándote.

Tal vez aprendí hace tiempo a no entrar en según qué juegos a varias bandas, como si vivir fuera una mesa de billar en la que te llevas tacadas por todas partes, ni a dejarme avasallar por unos y otros, como si fuera un pelele sin cerebro ni sentimientos, porque algunos vivan sólo pendientes de su entrepierna sin saber lo que significan palabras como respeto, lealtad o sinceridad. Vocablos que sí están en mi diccionario cotidiano y que practico, proporcionándome una existencia más llevadera cuando vienen mal dadas y te quedas un poco fuera de juego por unos instantes cuando las circunstancias te sobrepasan, a la vez que me hacen sentir un poco más libre que quienes viven esclavizados por sus instintos, mintiéndose y mintiéndote..

Y es que también he aprendido a sobreponerme enseguida de esas situaciones. Hace mucho que supe que es una inutilidad alargar sine díe los duelos; que es estéril llorar por una planta, aunque fuera muy valiosa, que se ha secado y que por más que la riegues nunca retallará. Quien jugó a perderme perdió más que yo. Sólo hay que volver a recordar el poema de los Epigramas de Ernesto Cardenal. También me libera.

Al menos a mí me queda lo que siempre he conservado como oro en paño, lo que cuantos me habéis leído ya sabéis: mi sonrisa. Esa sonrisa que puede hacer sonreír a otros –lo que ya es suficiente para llenarme de alegría- porque la vida no vale nada si nos quedamos impasibles ante quien precisa de nosotros. Ella es la que me sigue manteniendo lúcido ante los desatinos ajenos y llenándome de coraje para vivir y ser útil a quienes de verdad me necesitan. Quizás por eso colaboro en la medida de mis posibilidades con varias organizaciones, que sería una presunción citar.

¿Recordáis el cuento “La camisa del hombre feliz”? Al final resultaba que tras mucho buscarle, el hombre feliz no tenía camisa. Pues así me siento en cierto modo. Despojado de todas las cosas superfluas que, como cadenas, me impedirían ser algo más feliz algún día de estos. La moraleja de aquel cuento era ésa. Se alcanza la armonía interior cuando no se alberga dentro de uno ni rabia, ni odio, ni envidia, ni resentimiento, ni penas incurables, ni tantas de esas cosas que nos hacen desgraciados porque otros sean felices… o porque tomamos como excusa que otros nos impiden ser felices porque nos odian, nos envidian, nos rechazan o nos hacen la vida imposible, alimentando con ello un insano victimismo. Sólo se puede alcanzar un poco más de felicidad cuando, liberados de todas esas triquiñuelas que se inventa nuestro egoísmo o nuestra cobardía, somos capaces de ser generosos con los demás sin esperar nada a cambio.

En nuestras manos siempre tenemos el poder contrarrestar todo el mal que pretenden hacernos, sobre todo emocionalmente, las gentes vacías si sabemos quienes somos y que nada puede desbaratar nuestra paz interior… y a pesar de que, humanos, suframos raptos de impotencia y anonadamiento, no exentos de justa ira, ante la perfidia de otros. Pero sólo de nosotros depende que duren lo preciso para no ir a la deriva a causa de ellos, dejándonos arrastrar por esas marejadas, y coger el timón para virar a tiempo antes de encallar en peligrosos arrecifes que sólo conseguirían ahogarnos en un mar de sufrimientos.

En nuestro poder está la balanza para conocer el peso justo de las cosas y su verdadero valor. A quien darnos y a quien no, y a veces, a nuestro pesar, no será tanto como creíamos; otras valdrá más de lo que esperábamos. Lo único importante, sin resignarse –nada más triste y patético que la resignación, más propia de coplas y boleros desfasados-, es aceptar las cosas como vienen, poner de nuestra parte para saber vivirlas tal cual e intentar asumir que la vida, como las rosas, no deja de tener también sus espinas, y que unas veces la disfrutaremos y otras nos herirá, pero no por eso dejará de ser hermosa si la vivimos hacia afuera.

Cuando uno es uno mismo, y vive como es y es como vive, no hay espina que se pueda clavar tan hondo como para dejarnos maltrechos indefinidamente, aunque queden cicatrices. Sólo los débiles, los cobardes, los faltos de identidad, los que se ignoran a sí mismos, los que se encadenan a su ego, los que se dejan maltratar… nunca tendrán la fuerza suficiente para encontrarle valor a su existencia y sobreponerse a cualquier desafortunado avatar, del que no estamos libres ningún ser humano pero algunos sí tendremos la capacidad para superarlo.

La diferencia estriba en querer vivir hasta la muerte o vivir muertos en vida.

© P.F.Roldán

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