4 de diciembre de 2008

girasoles


Terminé anoche de leer Los Girasoles Ciegos, de Alberto Méndez. Qué buen y emotivo libro. (Gracias por descubrírmelo, como hiciste con El Libro de la Ilusiones, de Auster… aunque he de confesarte que no te hice mucho caso con El niño con el pijama de rayas, de Boyne, que leí la semana pasada y que a mí si me ha gustado, como un terrible cuento de Perrault, aunque no tanto como “los girasoles”; en esto te doy la razón.)

Cuando regresaba de León hace un par de meses, tomé desde el bus una fotografía de un campo de girasoles que salió movida porque la cámara que llevaba no está preparada para captar fotos a mucha velocidad. A punto estuve de eliminarla cuando empecé a seleccionar de las fotos del viaje las que merecía la pena guardar, pero ésa en concreto, pese a estar desenfocada, me resistí a borrarla sin saber entonces porqué.

Siempre que he pasado por Castilla a principios de otoño, me ha gustado contemplarlos; ese amarillo brillante que dan a los páramos de la meseta, a veces pardos de infinitos matices, en ocasiones marrón oscuro -como humoso-, salpicados de exiguos verdes –alguna pequeña pinada solitaria- según otras épocas del año, porque son tierras llenas de contrastes según sean los cultivos (viñedos, trigales, olivares, pastizales…)
Ese amarillo de una flor a la que, aun hermosa en plena floración, no había dejado de considerar hasta ahora algo “tonta”, tan prendada del sol que lo va siguiendo durante todo el día sin voluntad propia.

Ahora, al terminar el libro, intuyo que realmente es una flor condenada, para subsistir, a seguir de por vida -como sometida a él, no enamorada- el decurso de la luz diurna… como los personajes vencidos de los cuatro relatos del libro.

Me ha emocionado especialmente la historia de Lorenzo, el niño del último de los relatos que da nombre al libro, aunque no dejan de hacerlo igualmente el capitán Alegría, Eulalio, luchando por la vida de su hijo recién nacido, o Juan Senra. Vencidos y humillados hasta extremos inhumanos, que en un momento crucial y al límite encuentran la dignidad, que les han robado, en dejar de someterse a pesar de saber que les espera el más indeseable final, en una voluntaria y suicida ceguera.

Cuántos girasoles ciegos nos rodean cotidianamente sin que sepamos nada de ellos hasta que salen en las páginas de sucesos. Nos cruzamos con ellos por las escaleras, en los autobuses urbanos, en el supermercado… y nada sabemos del sufrimiento que arrastran, escondidos en un disimulado armario, como una tumba en plena vida. Mujeres, y también algún que otro hombre porque no sólo ellas sufren la violencia llamada de género, sometidas y apaleadas por sus parejas o ex parejas; verbal y físicamente vejadas, hasta que un día se revuelven contra una vida que les niega hasta la alegría más pequeña en manos de un sujeto atroz, del que sus vecinos siempre dicen, sorprendidos -aunque cueste de creerles-, que jamás sospecharon de su violencia y crueldad como si esos síntomas esquizoides surgieran por generación espontánea en un funesto segundo inconcreto.

Y es que existimos otros girasoles ciegos, pero sin la dignidad de aquellos. Los de la falsa ceguera; los que cerramos los ojos a los que nos rodean, siguiendo mecánicamente -por miedo o por comodidad- nuestro incesante rotar diario… aunque a través de las rendijas de las ventanas y puertas, de los tabiques o respiraderos comunitarios, nos lleguen, desgarradores, los gritos y lamentos de aquellos que acabarán sucumbiendo a manos de sus tiranos.

© P.F.Roldán

Luar Na Lubre:Domingo Ferreiro (imágenes de "los girasoles ciegos", de J.L.Cuerda)

Bebe:Malo

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