30 de noviembre de 2008

la vida continúa



Hace años, una mujer culta y ama de casa de lo más corriente, mi abuela materna –de la que heredé cierto don, uno de esos en los que nadie cree hasta que los pasmas con un augurio que se cumple- me enseñó una especie de ritual para alejar a las personas que no son buenas para tu vida. Y lo extraño del caso para los incrédulos es que siempre que lo he puesto en práctica ha funcionado en menos de 72 horas.

No es nada perverso ni tiene que ver con magias negras puesto que no se le desea mal a nadie. Que el Cielo nos libre de que se nos devuelva con creces aquel daño que se pueda desear a alguien. Es únicamente una oración –qué cosa más simple ¿no?- para apartar de nuestro lado a quienes no son positivos para nuestra evolución y que, a veces cegados por los sentimientos de amor o de amistad, no pensamos en que lo sean.

Son esas raras cosas que parecen impropias de una persona con una cierta cultura, pero que se han transmitido durante generaciones y, sin que por ello uno sea un analfabeto, porque ahí está la experiencia para demostrar que funcionan. Cada equis tiempo, cuando son tiempos revueltos, las suelo poner en práctica y nunca han dejado de ser eficaces. A la vista salta a raíz de los hechos más recientes.

Fue curioso encontrar ese mismo ritual en un recopilatorio de América, la madre de Olvido Gara, Alaska, que también ésta aporta al libro el suyo propio. Así que, por lo visto, es algo que viene de lejos.

Habrá quien piense que son supercherías, pero nada más lejos de la realidad. Son ritos que se vienen practicando ancestralmente, desde las distintas formas de cultura y por diferentes motivos, desde que el hombre pintaba en las cuevas para atraer la caza. Pero los hombres del siglo XXI sólo solemos creer en lo que vemos o es tangible.

Anteanoche, cuando tuve el rifirrafe con el de los sms, me acordé de que hace tiempo que no lo ponía en práctica y me puse a ello, porque tal vez -por esa dejadez- vengo cayendo últimamente en manos de algún otro desaprensivo o sin las ideas claras –digámoslo así por ser piadoso, porque a cierta edad ya no somos niños- que juegan con los buenos sentimientos y la confianza de los demás.

Para los que no lo vean una estupidez, transcribo este ritual, nada complicado de ejecutar y que sólo requiere creer en su efectividad.

Una cuartilla de papel, en blanco, sobre la que vamos escribiendo en el anverso –a ser posible con lápiz, que es un medio menos artificial- los nombres de todos, absolutamente todos, los que conocemos, incluidos los familiares, los amigos de siempre, los nuevos, los simples conocidos… y en el reverso una sencilla oración: “Ángel de mi Guarda que me proteges siempre, líbrame de aquellos que, de entre todos estos aquí nombrados, sean un obstáculo para mi vida o me deseen algún mal. En ti confío para que los alejes y me libres como hasta hoy de quien no me quiere. No les deseo ningún daño. Al contrario, te ruego que su propio Ángel les ilumine. Amén.”.
Acto seguido encendemos con cerillas, nunca con mecheros, una vela blanca, a ser posible de las que dan en el Oficio Pascual del Sábado de Gloria (siempre tengo la de un año para otro), aunque vale cualquier otra mientras sea blanca, y en un cuenco de barro le prendemos fuego al papel. Una vez quemado se arrojan las cenizas a una corriente de agua, que en casa se sustituye por el inodoro, concentrándonos en que desaparezcan de nuestra vida todos aquellos de ese listado que no son benéficos para nosotros a la vez que agua arrastra esas cenizas. Pasados unos minutos, apagamos la vela, nunca soplándola sino con las yemas de los dedos humedecidas previamente.

Hace no más de dos horas se despedía de mí alguien por quien yo sentía mucho, intentando –como todos- venderme como premio de consolación la moto de lo del amigos para siempre (que de esos y buenos tengo los suficientes), pero de quien dudaba desde que le vi por última vez por una serie de historias raras a medio explicar poco convincentemente, esperando que tal vez otro día serían más clarificadores sus argumentos. Ahora ya sé que, como supuse, ese día no llegará porque todo él me ha demostrado que es una mentira tras otra (y eso que no quise escuchar a quien quería ponerme sobre aviso porque aborrezco los dimes y diretes de gentes despechadas). El tiempo es maestro y, además, estoy bien protegido como vuelvo a comprobar para que me hieran de forma gratuita.

Reconozco que soy muy crédulo a veces y no niego nunca la oportunidad de que la gente se pueda sincerar. Es una oportunidad que no se le puede negar a nadie y menos cuando deseas quererla. Lo he repetido muchas veces. Me tienen que dar tres patadas para que me dé cuenta de que van a por mí. La primera siempre la interpreto como algo accidental; la segunda, me da qué pensar pero la disculpo; la tercera me empieza a abrir los ojos… la cuarta llega cuando ya no pueden hacerte daño porque te has protegido, aunque incluso sin daño puede llegar a doler porque no somos de piedra… El caso es que se ha despedido y, aunque el corazón se ponga renegón, la razón sabe que ha sido lo mejor porque ya me costaba confiar en él.

Soy de mucho razonar y analizar, así que cuando me ha ofrecido simplemente su amistad, no he tardado ni una hora en concluir que no me interesa para nada seguir en tratos con alguien del que ya dudaba como persona y por qué no entiendo que se cree la gente que es una amistad de verdad, cuando ninguno de sus actos en estas semanas me han demostrado que sepa lo que es y a pesar de mi absoluta incondicionalidad que no le ha pedido explicaciones en ningún momento. En fin. Seguimos aprendiendo día a día.

Y la vida continúa. No se queda atascada en una historia que en breve es agua pasada, y porque de esas historias hemos vivido muchas, demasiadas, como para recaer en estados indeseables. Por mucho que se haya llegado a sentir y a querer, abandonarse a la melancolía es una pérdida de tiempo cuando detrás de ella suelen venir las lágrimas y la tristeza. A veces, sin ser insensible, se me hace incomprensible el verso de Neruda: “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”, porque, por romántico que sea, no resulta nada práctico para la salud mental. Y sin ésta dudo que pueda volver a sentirse amor de nuevo.

Por el contrario. Hay que seguir conservando ese otro don: el de la sonrisa, porque mañana volverá a salir el sol, seguiremos viviendo y hay que ver el lado positivo de las cosas. Aunque no nos haya gustado perder lo que creíamos real y nos hizo felices, hay que pensar que si ha ocurrido así es porque se nos ha liberado de un lastre, uno menos, para nuestra vida.

Dejé claro que soy muy heterodoxo en cuanto a mis creencias, pero nunca dejo de tener en cuenta que tengo un Ángel de la Guarda que vela por mí. Tenga la forma que tenga y sea quien sea, el caso es que nunca he dejado de sentir su protección desde bien pequeño.

¿Supersticiones? Afirmo rotundamente que hasta ahora “ese Alguien” me ha ido librando de todo mal, sacando de mi vida a quienes no merecen estar en ella. Y puede que mi corazón no lo entienda, pero siempre me queda la sensación de una inmensa paz. ¿Paradoja o simplemente el sentido común?

© P.F.Roldán

Astor Piazzolla:milonga del ángel

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