16 de diciembre de 2008

entre azules, despierto está el olvido


Bajo el cielo, sobre la tierra, voces muy lejanas que cruzan laberínticos espacios; miradas que, sin verse, se tropiezan. Vuestro silencio más locuaz que todas las palabras contenidas en un diccionario. Susurros de la mar en calma; olas que acarician la arena, la huella de vuestros pies en ella. Coge tu mano. La entrelazas con la suya. El vello que se eriza. Sobre su hombro reposas tu cabeza. Noche estrellada, llueven veloces las perseidas. Un gemido apenas contenido. Cierras los ojos. Buscas sus labios con los tuyos. Los besas. Te desea. Le deseas…


Te despiertas. Ya amanece. Notas una humedad viscosa sobre tu vientre. Aún desconcertado, no atinas a desperezarte. Incómodo, los párpados todavía entumecidos y cegados por la luz del alba y el azul violáceo de la paredes. Oyes la sirena de los astilleros. Algo te hiere. Es esa consciencia de haberle soñado y saberlo ausente. Te adelantaste a los dos relojes. Suenan ahora las alarmas. Las apagas. Son las siete. Necesitas ducharte y tu habitual café con leche, pero, pese a todo, algo te retiene. Ni ese humor que ahora, frío, se licua en tu pubis, ni el zureo de las palomas que cada mañana se atreven a invadir tu pequeño jardín, te impelen a saltar de la cama. Permaneces inerte.

Quisieras cerrar de nuevo los ojos. Retomar el sueño. Volver a tenerle. Azul es todo lo que te envuelve. De azul ultramar las sábanas; las flores del plumbago, que ves tras los cristales, de azul celeste. Le intentas pensar en el gris azulado de sus ojos. Casi consigues entreverle… pero el sueño no regresa por más que te empeñes. Sin quererlo, desistes, pero continúas sin moverte. Las siete y veinte.

A cada minuto se desvanece la irreal alegría soñada. Se hace más cierta la lejanía de su piel hecha ilusoria verdad entre tus manos ahora vacías. Ya adivinas que arrastrarás todo el día la melancolía de haber tenido lo que no tienes. El deseo que, sin haber sido, es tan patente como ese primer rayo de sol que, a través del ventanal, te acaricia en este instante la frente.

Y despiertas del todo al fin. Y, como cada mañana, abandonas la inmensa cama, balsa de náufrago a su suerte en estas largas noches sin su compañía.

El temporizador habrá encendido la calefacción del baño. Afeitarte. Una ducha tibia. El desayuno con tostadas –hoy no sabes si mermelada o con sal y aceite-, un vaso de zumo y café caliente. Camisa blanca; traje azul marino… te vestirás pausadamente. Mientras, como cada día desde hace tres meses, te pondrás a pensar cuándo o cómo fue que os hicisteis daño –“todavía te amo”- para que se alejara de ti –“todo te lo di”- con esa inexplicable indiferencia que, aunque ya no te duele, despierta al olvido cada mañana y no te impide que, entre infinitos azules, cada noche le sueñes…

© P.F.Roldán

Luis Eduardo Aute:De alguna manera

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