22 de diciembre de 2008

el pico esquina


En Cartagena a las esquinas no se las llama tales, sino un pico esquina. Así, cuando se cita alguien lo hace en tal o cual pico esquina, y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera se nombra la calle sino el nombre del edificio, organismo o comercio que haya en ella. Por eso, es habitual oír por acá “nos vemos en el pico esquina de Hacienda, o en el de Correos”.

Es la nuestra un habla peculiar, llena de modismos locales, que nuestro admirado Isidoro Valverde, y para muchos querido y apreciado amigo, dejó plasmada en uno de sus libros, “Cartagena entrañable”, –uno de los muchos que escribió, pues fue literato incansable y apasionado sobre “nuestras cosas”, además de coronel jurídico de la Armada y Cronista de la Ciudad-. http://www.comarcacartagena.com/el%20habla%20de%20cartagena.htm
(En esta web podéis encontrar muchas de esas palabras en un extracto del libro citado.)

Un pico esquina como el del Taibilla (edificio de la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, en la confluencia de las calles Mayor y Cañón con la plaza del Ayuntamiento) es de merecida mención pues por aquí discurren, o pueden verse, todos los eventos más populares de Cartagena: los pregones desde el balcón principal del Palacio Consistorial, las procesiones de Semana Santa (esquina privilegiada para verlas girar por la calle del Aire y bajar, con una perspectiva magnífica, la rectilínea cuesta del Cañón), los desfiles de Carnaval, de las tropas y legiones de las fiestas de Cartagineses y Romanos, la cabalgata de Reyes, los pasacalles de los domingos de cuaresma de granaderos y “judíos” de las Cofradías “semanasanteras”, la salida de las ofrendas florales a La Caridad, el viernes de Dolores, o cualquier otro acontecimiento callejero de envergadura como fue hace unos meses, por ejemplo, La perle, de Les Plasticiens Volants, siendo como es la calle Mayor paso obligado en los itinerarios.

Pero si hubo una cabalgata entrañable y secular, y suprimida hace poco más de década y media, fue las de La quema de Judas, acto que se celebraba en la noche del Domingo de Resurrección y en el que se quemaba la figura de cartón de Judas para poner fin a la Cuaresma y a la Semana Santa. Dicha figura cerraba el desfile de siete magníficas carrozas que representaban los siete pecados capitales, que junto a los gigantes y cabezudos portadores de bengalas multicolores, desfilaban por la ciudad hasta la plaza de los Héroes de Cavite, en el Puerto, donde se quemaba “al” Judas mientras se disparaba un castillo de fuegos artificiales.

El evento resistió las dos primeras décadas de la dictadura franquista, pese a su carácter profano y carnavalero en una España que había visto prohibidas muchas de estas celebraciones, como los Carnavales. Y también, finalmente, eso ocurrió a fines de los cincuenta con la Quema, que al final fue suprimida sin que volviera a recuperarse el desfile hasta 1989, y sólo por tres años. En 1992 dejó de salir a la calle definitivamente.

Tuve la suerte y la desgracia –tener cierta edad nos da estas cosas- de verla cuando ya daba sus coletazos antes de su supresión, de la que se dice que tuvieron que ver en ella los procesionistas de cierta prosapia y afines al Régimen que veían con malos ojos que la Semana Santa tuviera como colofón un acto que consideraban grotesco y poco acorde con las procesiones, pero que, para el pueblo que salía masivamente a la calle a contemplarlo, era motivo de fiesta grande en una ciudad entonces plagada de sotanas y la parafernalia de viáticos por las calles, y uniformes que paralizaban a todos los ciudadanos a cada izada y arriada de la bandera en sus cuarteles, y con muy pocas diversiones.

Tengo grabada en esa parte más atávica de la memoria que nos evoca recuerdos de la infancia más remota cómo me asustaban los gigantes y cabezudos, especialmente estos con aquellas enormes cocorotas de cartón piedra de semblantes que me parecían terroríficos, y sobre todo, llorando a moco tendido en brazos de mi padre -yo solo tenía 4 años-, el espectáculo pirotécnico final en el que las cañas y carcasas de los cohetes caían indiscriminadamente, a cada explosión, sobre el público que abarrotaba la plaza del Ayuntamiento si la brisa soplaba de lebeche.

Pesaombre, maica, gumia, falluto, chuchurrío, gilillero, abonico, icue,… Vocabulario que conforma parte de la identidad cartagenera, entre otras muchas cosas, como aquellas fiestas que nos escatimaron un día pero que permanecen en la memoria colectiva de muchos: la Quema del Judas; la Feria de Cartagena en el muelle, los diez días entre el Carmen y Santiago, que eran las fiestas de la ciudad, con las batallas de Flores o la Velada Marítima (desfile náutico de carrozas sobre barcazas por la bahía, la noche del 25 de julio); los Juegos Carthaginenses de atletismo; los Caballitos, con su noria, carrusel, coches de choque, el tren de la bruja, los tiros al blanco…

Muchas historias, anécdotas y recuerdos de esta trimilenaria Cartagena; pero un día quedamos en el pico esquina del bar Sol, qué sabrosos sus asiáticos, o en el de La Viña, mientras bebemos unas láguenas o unos reparos, y te las cuento.

© P.F.Roldán

Cartagena (Viernes Santo 1927): Marcha - Nuestro Padre Jesús

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