23 de diciembre de 2008

cuando uno se siente gris...


Hoy ha sido un día extrañamente triste. No había ningún motivo aparente para levantarse con el pie izquierdo, al menos de manera consciente, pero así ha sido por más que me he empeñado en buscar y encontrar un porqué sin conseguirlo.

Me he negado a pensar que es a causa de las fechas en las que estamos, ante la inminente Navidad, que siempre –aunque rechacemos de plano las sensiblerías- nos pueden jugar la mala pasada de pasar por nuestra cabeza, como una fugaz a la vez que intensa película, todo lo que añoramos en lo más recóndito de nuestro interior.

Me he negado a pensar en eso porque no soy de los que se detienen en tiempos pasados, que nunca fueron ni serán mejores o peores que éste, porque cada día es nuevo y lo hace todo distinto aunque pueda parecer una continuidad de ayer y de anteayer…; me he negado porque aquellos a quienes quise y están muertos siguen vivos en mi corazón; porque los vivos que enterré, desterrándolos de ese mismo corazón, están muertos en mi olvido.

He salido a primera hora a tomar unas fotos y a comprar tabaco –que inconstante o necio me vuelvo para dejar de una vez la nicotina, por mucho que haga el propósito y aunque sepa que me acabará haciendo daño-; he vuelto después a salir simplemente a pasear un rato, a ver si este tonto nubarrón se alejaba tal y como ha venido, y casi por todas partes llegaban las voces de los niños de san Idelfonso cantando las últimas bolas del sorteo de lotería navideño, desbaratando a la vez las ilusiones de quienes tenían puestas sus esperanzas en unos números para paliar sus maltrechas economías; he regresado a casa sin apetito –mi cuerpo está algo anárquico estos días con los horarios de comidas y las horas de sueño- y me he dedicado a esas tareas domésticas que siempre se aplazan –el polvo sobre los innumerable libros, ese suéter de lana que hay que lavar a mano, los altillos de los armarios…-; he comido casi a las 6 de la tarde, y ya me he puesto a contestar correos, aunque no he mandado ninguna felicitación de prósperos años nuevos a nadie… No estaba de humor, y además cuanto más lo pienso más absurdo me parece. ¿En qué se diferencia un 3 de enero de un 29 de diciembre aunque tengamos que comprar agenda o calendario nuevos? La prosperidad se la labra uno a diario, no viene sola porque cambien los dígitos del año y a la gente que quieres le deseas lo mejor cada día.

Y de repente entras tú en el messenger y he aparcado esto. También estabas triste y, sin embargo, a los diez minutos ya estábamos a carcajadas entre iconos… Qué sana es la risa, y sobre todo entre amigos que dejan que se disparaten las lenguas y los dedos en el teclado. Todavía estoy riéndome…

Ahora, después de cerrar la ventana de conversación, no sé cómo estarás. Espero que bien. Yo pensando que sólo ha sido un día bobo sin más y que no pasa nada por no estar exultante, ni siquiera medianamente contento. Que, como comentábamos, es bueno bajar un poco de vez en cuando para valorar el estar más arriba y que darle vueltas a las cosas sólo lleva a enredarse más y más, sobre todo cuando son jugarretas del subconsciente y no está en nuestras manos ni entendederas ponerles solución, porque no son reales en sí mismas. Que la melancolía, la tristeza, la nostalgia… también son estados naturales en cada ser humano y que lo único importante es no quedarse estancado en ellas.

Sólo ha sido un día nublado dentro de uno mismo y, sabiendo que mañana volverá a salir el sol, confiar en que sea el pie derecho el primero en salir de la cama… y que nuestras neuronas no se dejen arrastrar a nuevas pesadumbres sin sentido cuando hay tanto por hacer más positivo que tratar de batallar con todos esos instantes grises que, sin fundamento, no conducen a ninguna parte.

© P.F.Roldán

Facto Delafé y Las Flores Azules:La luz de la mañana

No hay comentarios: