22 de noviembre de 2008

nada es verdad, nada es mentira...


Nada es absoluto en sí mismo. Todo es según del color del cristal con que se mira.

Mi verdad es sólo mía. A mí me sirve y le soy fiel. Puede que la compartan otros también, pero cada uno ve las cosas desde su propia óptica. Me reservo la opción de aceptar o no otros pareceres, siempre y cuando no vayan en contra de lo que ya está afianzado en mí mismo, lo que no significa cerrilidad por mi parte pues siempre he estado y estaré a dispuesto al diálogo y desde el respeto a los puntos de vista ajenos. Pero huyo de esa especie de gurús –cada día más que se arrogan ese derecho- que se creen por encima del bien y del mal y tratan de imponerse al resto de los mortales, creyéndose inspirados por no sé qué especie de un inexistente don que no suele reflejar en su manera de actuar la supuesta grandeza de sus pensamientos, haciendo que la gente buena parezca que es tonta o que no tiene cabida en su mundo imaginario.

Son como esos “creyentes” de golpe de pecho y misa diaria, que no acompañan su fe con obras, y de los que san Mateo, en su evangelio, dijo que esa fe era una fe muerta y que no todo el que dice “Señor, Señor” se salvará. Pero persisten en su hipocresía y en juzgar con desprecio al que no es ni piensa como ellos.

En esto nada se diferencia un no creyente del que lo es. A fin de cuentas, ante todo somos personas e independientemente de las creencias son nuestros actos los que inequívocamente hablarán bien o mal de nosotros. Por eso me hace gracia –un decir porque más bien me indigna- la facilidad con la que tanto unos como otros se critican por no comulgar con el mismo ideario, sin que haya tela que cortar para emitir juicios de valor, usualmente viscerales y más bien hechos desde el desprecio a lo que no se comparte, y muchas veces con total desconocimiento los unos de los otros.

Nadie puede estar dentro de la conciencia de su vecino para saber hasta qué punto es coherente entre lo que cree y lo que hace, sea cual sea su opción. Sólo cuando su forma de ser entra en contradicción radical con lo que postulan y somos sabedores de ello porque nos lo demuestran en cada cosa que hacen, nos cabe el derecho de apartarnos de quienes pueden ejercer una influencia negativa, y hasta destructiva, no sólo para nuestros principios, sino para nuestra salud mental.

A veces se siente cierta cobardía para dejar en la cuneta a esos pocos que pueden desequilibrar. Influyen tantas cosas en este mundo que parece perder el norte… Desde una mala entendida forma de lo que es amar, sometidos por pánico a la soledad, hasta los escrúpulos de ser completamente sinceros, confundiendo la prudencia con crearse la obligación de tener que tragar carros y carretas por no ofender a quien no guardará nunca el mínimo respeto por los demás.

Es cierto aquello que cuando uno no quiere dos no riñen, pero también hay que discernir sobre quien no riñe porque sutil y soterradamente abona el terreno para llevarnos a su huerto. Casi me asustan más estos falsos complacientes que quien expone su ideología sin tapujos. Con aquellos nunca sabré a qué atenerme porque a saber por donde encontrarán un punto vulnerable en nosotros –que todos tenemos alguno-, mientras que con los últimos siempre podré o dialogar o capear el temporal.

Y es que si hay alguien peor que el recalcitrante en su forma de pensar, es el que usa las malas artes de la mentira para intentar ganarse voluntades. Prefiero al que me viene de frente, aun cuando estemos en desacuerdo, que al que utiliza todas las artimañas habidas y por haber para terminar desplegando todo su afán de posesión, tratando de seducirnos para atraparnos en su telaraña.

Nada hay absoluto, pero lo único que para cada uno es válido es lo que nos hace obrar con la conciencia tranquila, y aunque algunos se hagan los escandalizados y nos tachen de carcamales o desfasados. Estos suelen ser las más de las veces los inseguros de sí mismos, que como único argumento tienen el ataque como mejor defensa a su falta de ética, o los prepotentes que en su egolatría se creen con derecho a tratarte como a basura porque se consideran mejor que los demás, criticando todo lo ajeno… hasta las baldosas que pusiste en tu casa cuando a lo mejor no tienen ni techo propio. Ni unos ni otros conocen lo que es el respeto a los demás.

Por eso, ni unos ni otros. Ante todo, siempre nosotros mismos que somos con quien dormimos cada noche. La elección es tan simple como desear tener sueños o pesadillas, y eso sólo depende de seguir siendo quienes somos desde la coherencia en todo lo que hacemos.

© P.F.Roldán

Ana Torroja:Ya no me quema

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