6 de noviembre de 2008

la vida no es un juego


Hace ya muchos años que me propuse que no dejaría a nadie jugar nunca más con mis sentimientos. Sé lo que fue perder la lucidez en el pasado por causa de ellos y llegué, después de mucho batallar conmigo mismo, a la conclusión de que quiero vivirlos con serenidad, sin que nadie vuelva a desquiciarme hasta el punto de perder mi paz interior.

En muchas ocasiones, en casi todas, los hombres dejamos que el corazón tome las riendas de nuestras vidas y eso es bueno y positivo cuando se vive en mutua correspondencia, dando paso a que la razón, día a día, vaya asimilando que el camino es compartido por dos, por diferentes que sean pero en igualdad de deseos por llegar a una meta común. Cuando no es así se corre el riesgo de acabar sometido a la voluntad ajena y hay que ser inteligentes para no convertir nuestra vida en una continua, larga y hasta deprimente espera, aguardando a que el otro equilibre sus supuestos vaivenes emocionales, que excusan con mil mentiras, mientras ellos tratan de aprovecharse de que te creen seguro de tus emociones e ilusionado con algo que parece no llegar nunca… y que lo más seguro es que nunca llegue porque nunca tuvieron intención de que así fuera, convirtiendo muchas vidas en un infierno del que no se sabe cómo salir ni qué camino tomar, cegados los que creen que es amor por lo que no es más que una estafa emocional.

Son quienes sólo conocen las palabras “yo, mí, me, conmigo”, aunque susurren palabras de amor en otros oídos. En el mundo, por desgracia, abundan los egocéntricos que anteponen sus necesidades particulares como única prioridad en su relación con los demás y uno, que es paciente, educado y tolerante por naturaleza y en grado sumo, les escucha e intenta ponerse en su lugar, pero al final siente como poco a poco aquellos se van convirtiendo en vampiros energéticos, a los que sólo les importan su ego y sus circunstancias por encima de cualquier otra cosa que afecte a quien les escucha diariamente con todo su afecto. Exigen que estés cuando te necesitan, pero pocas veces se les encuentra cuando ellos hacen falta, si es que no te dan la patada antes una vez satisfechas sus inseguridades o porque, insatisfechas, buscan una nueva víctima con la que empezar desde cero su maquiavélico juego egocéntrico. ¡Qué tristeza de vida! Y el caso es que esa misma vida, antes o después, les devolverá como un bumerang todo el daño que, inconscientes en su egolatría, hoy hacen.

Pero, personalmente, de ese color ya vi muchos trajes y sé que ni su vida es más importante que la mía ni que la de cualquiera, ni sus avatares mejores ni peores que los de los que les quieren. Todos valemos lo mismo y no me dejo engatusar, aunque dé la impresión muchas veces de lo contrario, por esos que, como niños mal criados, son ludópatas de los sentimientos de forma compulsiva, jugando con los corazones ajenos como quienes acuden horas y horas cada día a un bingo a poner cruces en casillas, dejándose incluso lo que no tienen en ello hasta caer en un pozo sin fondo. ¿Será ese desbarajuste destructor de la vida propia, que ven desde una óptica fantasiosa, lo que les lleva a intentar destrozar las de los demás?

No, la vida no es un juego en el que uno, impotente perdedor en muchas cosas, gana fácilmente a costa de otro, poniendo a quien creyó en sus palabras al borde de una profunda tristeza, cuando no de una depresión, con sus caprichosos y desestabilizadores altibajos y retorcidos embustes, porque supieron ganarse su voluntad con hermosa verborrea seudo sentimental… y es innegable que vivimos en tiempos en los que el empobrecimiento de las relaciones personales nos hacen ansiar a alguien que nos quiera.

Si aprendiéramos de una vez que la soledad no es mala; que lo peor es caer bajo las garras de esos desaprensivos… ni perderíamos la sonrisa ni la autoestima.

No creo en esos tahúres de los sentimientos, que una cosa es escucharles y decirles que sí a todo por contentar su ego, sin que merezcan un ápice de sinceridad, ya que nunca aceptarían una verdad como cualquier adicto a lo que sea y no merece la pena intentar abrirle los ojos a quien no quiere y encima se regodea en sus actitudes, y otra muy distinta rendirse ante unos encantos que no tienen ni por asomo porque son unos auténticos desconocidos a causa de deformar continuamente su paupérrima realidad por aparentar que son maravillosos, cuando en verdad no dejan de ser unos infelices que te creen un trofeo más del único juego en el que no suelen perder… si te dejas.

Por eso insisto tanto en el poder de la mirada mutua y compartida como la única manera de despertar mi fe. ¿No se dice que la cara es el espejo del alma?

No, la vida no es un juego como para perderla a mitad de camino por culpa de cualquier trilero emocional.

© P.F.Roldán

Pitingo:Quisiera amarte menos

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