9 de noviembre de 2008

la lúcida borrachera


Hurgando entre mis viejos papeles, me he encontrado con un texto que escribí allá por abril de 1977 y que ahora rescato porque, después de treinta y un años, me dice bastante de lo que ya entonces despuntó como punto de partida del que ahora soy.

“El alcohol invade mis sangre. Se mezcla con ella y me conduce a otros mundos. Perdida la consciencia descubro, si embargo, el que he estado albergando en mí en mis pocos años. En mi delirium tremens algo me delata que me río porque llorar sería de una estupidez estéril. Sí. No estoy consciente, pero algo me dice que soy capaz de reconocer lo que he estado intentando ignorar para no caer en el vacío de lo que las gentes llaman inadaptados; y me debato, ignorando qué pasará cuando vuelva a la realidad, para que se rebele mi instinto contra la autodestrucción que no supe reconocer como tal durante todos estos años.
No puedo moverme, inerme, inerte, pero sé que levanto un brazo hacia ti, completo desconocido, invocando un nombre que no reconozco a la vez que impetro tu consejo mientras mis otros dedos se deslizan desde mis ingles hasta mis genitales, con una nueva ternura, queriendo conjurar las tempestades de prejuicios que otros sembraron en mi adolescencia acerca de gozar de ellos fuera de sus normas en cuanto al deseo… y me encuentro conmigo mismo y me siento crecer por momentos.

Antes yo era, pero sólo era el que otros deseaban que fuera, sumergiéndome en la dulce ignorancia de una castración de la que desconocía, o prefería no conocer su significado. Así fue durante años, mientras cada amanecer tomaba posesión de la tierra sin que yo supiera entonces que era como un moribundo que no disfrutaba de la restallante euforia del sol, viajando en una nebulosa hermética, en la que había sido encerrado por las mentalidades obtusas que me rodeaban. Pero ahora aquella pesadilla se va haciendo sueño.

En ese sueño, me despierto a la vida una mañana de primavera -mi sangre sigue su apareamiento de mestizaje con el alcohol-, riendo de felicidad porque nunca antes me he visto con tanta nitidez, llegando hasta dentro de mi auténtico yo con la sinceridad que hubiera querido poseer en estos años en cada paso dado.

¡Que importan los demás! Sólo me digo que un día te conoceré y me pregunto como será la vida contigo o sin ti. Elijo pensar en ti y en el lugar donde ahora posiblemente habitas. Dejo vagar mi sueño por tu planeta, para mí aún desconocido, y me fundo en tu existencia sin temor. Y ahora sé que soy porque tú serás, y que tú serás porque yo seré, y en ese instante de mutua conjunción ya nada podrá separarnos pues residiremos el uno en el otro y, abrazados en nuestra desnudez, nuestra realidad se hará constelación inviolable por la huella implacablemente hipócrita de los demás hombres y la palabra, tuya y mía, alimentará un amor sin espejismos.

Me remuevo inquieto. Este desdoblamiento entre la borrachera y la lucidez no puede ser normal, en el concepto de normalidad en el que he sido imbuido desde niño. Me vuelvo a abandonar al sueño. En él, mis labios recorren poro a poro lo que todavía eres una fantasía. Mis manos se estiran para alcanzarte, y tu piel se va convirtiendo en ellas en pequeñas escamas plateadas que, revolviéndose en nueva pesadilla, se tornan en afiladas punzantes astillas de cristal que hieren hasta hacer sangrar mis dedos. ¡No te vayas! Sólo son residuos atávicos. Deseo besar tu corazón, único entre cientos de miles de corazones, pero ahora no lo encuentro mientras el gozo que hace unos segundos se anudaba en mi garganta se vuelve en mudo grito. ¡Dónde has ido!

Y despierto a la realidad con la cabeza embotada. Tú todavía eres. Sé que lo seguirás siendo por el resto de mi vida aunque ahora ya no estás a mi lado como cuando dormía. Pero te he presentido enjugando mi sudor, gota a gota; humedeciéndome la frente con tus besos y acariciando mi piel, apoderándote de mí que ya no dejaré de buscarte incansable, incesantemente, porque sé que he de reencontrarte… aunque ahora no sepa ni cuándo ni cómo ni dónde.

Me niego a pensar que sea la embriaguez. No es producto de ningún estado febril. Eres real y no una distorsión de los delirios de una primera borrachera. No es el alcohol, excusa facilona siempre en estas tesituras. Soy yo.

He dado gracias porque ahora soy consciente de valer más que todos los amaneceres de miles, de millones de soles que nunca tendrán la dicha de saber que existen y que pueden amar como yo. Y se me han saltado unas lágrimas serenas de la reafirmación recién descubierta. Y he sonreído porque he sabido que soy capaz de llorar, de sentir, de vibrar… creyendo firmemente en el futuro, aunque ya sepa que seré un hombre diferente para los demás… Y me he reído a carcajadas porque he sabido que mis labios podían al fin sonreír a lo que ha de ser real un día.

Estoy convencido de que he de volver a encontrarte cuando haya crecido interiormente y se hayan mitigado mis ansiedades de adulto adolescente. Entre los sedimentos de la batalla librada esta noche entre los sueños y las pesadillas, he salido indemne, sin cicatrices que pugnen por sugerirme que sólo ha sido todo producto del alcohol, ingerido anoche sin mesura para hacerme el machito ante el grupo de amigos.

Mi verdad anterior ya no es verdad. Ahora sé que, aunque pueden pasar muchos años, sólo encontraré respuestas a la verdad que ahora sí siento mía cuando encuentre tu pecho y repose en él, y nos demos calor mutuamente como nadie nos lo dará jamás.

Me levanto a trompicones. Voy al baño y el espejo me devuelve mi imagen. Parezco una sombra, un espectro, con un cansancio casi infinito marcado en mis ojeras. La cabeza aún me da vueltas y cierro los ojos por un instante. Sé que he de volver al mundo, pero ya no será el mundo que conocía. Y, con los párpados apretados, me abandono a una última ensoñación antes de asearme y tener que salir a encararme con lo que otros verán como fatalidad y que para mí es el comienzo de la alegría.

Por un momento, es como si me encontrara sumergido en un carnaval. Me he quitado el disfraz de payaso que he llevado tanto tiempo y no hay confeti. Vuelan en cambio, surrealistas, sobre los rostros enmascarados, miles de palomitas de maíz y brillan luces de colores que nos envuelven. Busco tu cabeza, tu rostro entre cientos. Quiero entrelazar mis dedos en los tuyos…. Pero no te encuentro. Aún no. Todo parece un decorado de cartón piedra made in Hollywood. Veo un arco iris, pero va desapareciendo conforme avanza por él Dorothy con sus zapatos rojos, cantando. ¿Estarás al otro lado?

Oigo un grito. Mi madre a punto de recriminarme.. Sé que mi aspecto es lamentable. Sin apenas prestarle atención, le digo lo que sé que antes o después habré de decir antes de que le llegue a través de extraños. Suelta otro grito, pero esta vez, los ojos desorbitados, es desgarrador no de enojo.

Sus gritos me han devuelto a la realidad y ahora echo de menos las horas pasadas en la oscuridad del dormitorio, reposo de la embriaguez en el que adivino que bullían palabras -no pronunciadas quizás en voz alta- sólo para ti que, invisiblemente, sentado al borde de mi cama velaste mi intranquilo y a la vez plácido sopor.

Un remolino de una pasión antes desconocida arrebola mis mejillas y hace palpitar mi cuerpo a más de un centenar de pulsaciones por minuto. Al segundo grito materno han aparecido otros, pero no veo ya a nadie. Sólo pienso en cada palabra suspirada la noche anterior; cada deseo silencioso que tardará en realizarse; cada beso, recomido en mi imaginación sin consciencia; cada abrazo inconcluso…

Sé ya que soy diferente. Nada me importan las miradas, sean atónitas, desagradables o embobadas, de quienes me rodean. Como la sangre agolpada en mis sienes, tu imagen está en mi interior y me dice que no pronuncie otros nombres porque sólo existe el tuyo. Tu nombre ya es un estigma en mi lengua y he pasado a ser un chico malo de casa bien.

Ahora he sido yo el que ha lanzado un grito contundente para rebasar el círculo que, entre morboso, indignado y hasta compasivo, trata de engullirme. Y escapo a la claridad de lo que ellos considerarán desolación y que para mí es el comienzo de la felicidad.

He destrozado la fingida magia de sus principios deformantes. Y mientras que ellos me verán como a un triste hombre alejándose de sus obsoletos principios, yo siento la satisfacción de ser por primera vez yo mismo, obstinado ya en salirte al encuentro sin prisa, convencido de que te encontraré, y renunciando de una vez a las falsas quimeras tantos años creídas a ciegas. Esa obstinación sé que me cerrará muchos de los corazones de quienes me han querido hasta ese momento, pero yo ya soy libre para encontrar un día el tuyo, enamorado de ti que todavía no eres, para hacerte sentir desde el primer minuto junto a ti que no habrá nadie tan especial como tú.

Mientra tanto, todavía tengo tiempo suficiente para ir madurando y ser para ti como nunca lo fue ni lo será ningún otro… y sabremos reconocernos entre toda esta multitud que finge ignorarnos porque no nos sumamos a su dinámica adocenada y devastadora, pero que en su fuero interno no dejarán de envidiar nuestra felicidad.”

(Murcia, 1977)

© P.F.Roldán

La Oreja de Van Gogh:Apareces Tú

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