25 de noviembre de 2008

el tren de las mareas de la luna llena (y 2)


Alrededor de mi casa, cercana al mar del que me costaría vivir lejos a no ser que fuera inevitable, plañen en círculo las gaviotas. Cada día se aventuran un poco más hacia el centro de la ciudad, merodeando en busca del alimento que ya no encuentran en su hábitat marino.

De la mar guardaré ya eternamente el mar de nuestras miradas compartidas, la tuya y la mía, paseando por un espigón del puerto, contra el que rompen las olas, un anochecer en el que veremos, por fin juntos, el mismo oleaje; el que hace tiempo se entrecruzara ignorando su destino -tal y como lo presentí al regresar aquí hace cinco años, cuando supe que al volver había cambiado el mío elegido por el verdadero destino, ignorando a qué hora, en qué día sería- y que, desde esa noche, conseguirá que mi corazón me susurre, con tu nombre -que ya conozco- a todas horas, que los mensajes han llegado al final de su viaje hasta quien tanto anhelé en aquellos aciagos días, y durante tanto tiempo esperándote.

Porque mi piel ya te ha reconocido en tu piel, suave; mi verde mirada, en tu mirada –oscura y a la vez transparente como tú–, penetrando en mi interior con la sabiduría que sólo da el corazón; mis labios, en tus labios,... y se han hecho por fin reales tus manos a través de tus caricias, y tu aroma es ya mío, fundido con el conoces de mí. Sé a que sabe tu cuerpo porque mi cabeza ha reposado en tu pecho y mis manos y mi boca lo han recorrido con ternura y con deseo, como tú el mío.

La luna estará creciendo ese atardecer como van creciendo cada día los sentimientos.

Pero ¿sería posible todo eso si no fueras tú, sólo tú, tal como eres? Podrá ser, es, será, porque siempre has sido. No imagino ya otro futuro en mi tiempo aunque el destino, siempre imprevisible, pudiera negarme un aciago día tu presencia...

Cherchez la femme, escuchaba de adolescente, allá por el 68, cuando todavía mis deseos no miraban hacia otro lado... y al fin te he encontrado.

Inequívocamente, me emocionas y me conmueves; hermoso por fuera lo que veo y más aún por dentro lo que te hace real en mi interior, que te intuye en cada gesto. Pronuncio tu nombre decenas de veces al día, al unísono del latido de mi corazón que bate descontrolado cuando pienso en ti y sabiendo que con el tuyo compartiría cuanto soy y tengo.

Y es que, desde nuestro primer encuentro pienso en ti cada vez más, a casi todas horas, porque ya sé de tu existencia, tanto tiempo aguardada sin impaciencia, que ahora tampoco tengo. Todo ha de llegar y ser a su debido momento para que no sea sólo la consecuencia de un vehemente arrebato, y sin que voces ajenas empañen lo que he de ir descubriendo de ti por ti mismo, porque solo tiene valor lo que desde ti me llegue.

Aun así ya sé que quiero poder amarte sin límites, me repito. Ojalá pudieras llegar a amarme, deseo en todo momento. Y, si en mis manos estuviera el inexistente libro de los sortilegios, buscaría el que te rescatara de las dudas y de las penas pasadas para leerlo a pleno pulmón y que mi voz llegara a todo rincón del mundo, si no bastara con decir ese "te quiero" que ya ves reflejado en mis ojos cuando los miras en silencio. Que, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, día a día, con esas tantas pequeñas y grandes cosas que escriben indeleblemente los prolegómenos del amor, te vas adentrando en ese territorio profundo de mi alma que ya sólo creía mío por siempre de tanta vacuidad a mi alrededor.

Estoy cogiendo ese tren que, detenido en mi estación, sé que apenas si pasa una o dos veces en toda una vida, y cómo deseo que lo cojas conmigo. Yo, al menos, no quiero perderlo... para poder ser como Prometeo, tú mi Pegaso alado, cabalgando en un vuelo interminable hasta el cielo, al encuentro de nuestra propia luna llena, camino del sol en busca de nuestro eterno e inextinguible fuego.

(1ª parte editada el 27 de junio)

© P.F.Roldán

The Platters:Only You