25 de noviembre de 2008

cualquier parecido con la realidad...


Cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia muchas veces. Que uno por pudor o respeto se guarde los nombres propios a los que muchas de estas historias atañen; que incluso se juegue literariamente a cambiar las situaciones en la forma aunque el fondo sea el que es, en nada desvirtúan esa realidad.

Siempre hago mucho hincapié en el respeto a los demás, y por eso me reservo dar pelos y señales que a nadie le importan si no es la historia en sí. Y es que las historias son verídicas porque, además de presuntuoso, resulta muy atrevido escribir sobre lo que no se sabe o no se siente. La finalidad última es contar cosas que nos conciernen, aunque dejemos que la imaginación, o la fantasía –como el lector guste-, es relatar sin delatar. ¿Qué se gana con poner en evidencia a nadie ante los demás?

A veces escribimos sobre deseos, ilusiones, esperanzas… Dejamos que salgan a flote los anhelos personales que todo hombre lleva dentro en forma de sueños… pero cuando narramos esas otras historias que hacen referencia directa a ciertas situaciones y a ciertos individuos sin nombrarlos, esos relatos suelen tener sus protagonistas de carne y hueso.

También es cierto que en ocasiones tomamos como referente retazos de las experiencias ajenas, sin que por ello nadie se haya de sentir aludido porque no hay intencionalidad de desvelar la privacidad más íntima de nadie, y menos cuando son personas a las que queremos en diferentes grados. Se utilizan sus vivencias exclusivamente como recurso literario porque éstas también nos enseñan o nos abren caminos para contar, generalizando, lo que nosotros no hemos tenido como experiencia propia. Es algo intrínseco al que escribe, independientemente de que lo haga bien o mal.

Y cuando ha podido surgir un malentendido a causa de esto con alguien por el que tienes un especial afecto, nada hay mejor que hablar y aclarar los motivos que nos llevaron a usar lo que nos reveló y explicarle que no ha existido nunca el ánimo de que se llegara a sentir ofendido, sino al contrario. Lo que aquellos nos desvelaron nos sirvió de gran ayuda para poder expresarnos con propiedad y no desde la ignorancia.

Ni Falcones construyó Santa María del Mar como tampoco Follet levantó ninguna catedral –ni en Kingsbridge ni en ninguna parte-, ni Boney vistió jamás un pijama a rayas como Shmuel, pero seguro que han buceado en libros de Historia, en los testimonios y vivencias de otros, en la tradición oral que ha pasado de generación en generación o en hechos actuales… Y así todos los que, mejor, o pésimamente –porque ya quisiera uno ser un Auster, y con las ganas se queda- , tratamos de decir algo y, vividos o no en primera persona, los relatos se basan sobre anécdotas o acontecimientos verídicos aunque la trama sea una ficción… o guarde esa veracidad tras una apariencia que no menoscabe a nadie, por mucho que alguno de esos alguien en concreto y que suelen ser una exigua minoría merecieran que se colgaran libelos por todas las esquinas de su ciudad porque demostraron ser personas sin honor. Pero ¿quién es nadie para difamar a otros, aunque tampoco sea lo mismo que calumniar? Porque difamar es revelar verdades que acaban con la fama de alguien, mientras que la calumnia siempre está fundamentada en la mentira. Y si cometo la inmodestia de aclararlo es porque no dejo de comprobar que hay demasiada gente que confunde ambos términos, como otros muchos… Que cómo se está empobreciendo el vocabulario y perdiendo hasta el hablar con propiedad.

Siempre defenderé que la conciencia es algo individual y que no todos estamos al mismo nivel de evolución y que somos diferentes en muchos aspectos, lo que no es óbice para que discernamos con quien queremos o no llegar al complejo y en muchas ocasiones incomprendido ámbito de las complicidades compartidas. Eso siempre será una elección fundamentada no sólo en la empatía sino también en la honestidad de los actos de otro.

Y es que cada uno en nuestros pecados, por llamarlo de alguna manera, llevamos implícita la penitencia, y aunque unos pensemos que no exista un Dios que todo lo ve y aunque otros creamos que nadie conoce nuestros secretos, sí que hay quien está al corriente de nuestros entresijos más ocultos y que nos castiga: nuestra propia conciencia… si es que se tiene despierta. Ella es quien nos exigirá cuentas. Ya exhortaba Jorge Manrique a ello en las Coplas a la muerte de su padre, y algún momento habrá en que se nos despierte el alma dormida… pero siendo cosa de cada cual, no me gusta la gente sin conciencia y falta de escrúpulos.

Sólo cuento historias o me abandono a ensoñaciones, y cuando me permito dar nombres, rara vez, es porque son personas públicas que todo el mundo conoce y sobre las que no miento porque es del dominio común su forma de actuar, y esa forma afecta a miles de personas. Si no les gusta que les critiquen su incompetencia que se queden en su casa a vivir privadamente como hacemos los demás, que ya se dice que el que no quiera polvo que no vaya a la era… pero a ver quien de ellos renuncia a sus sueldos millonarios y aunque hasta la Prensa se haga eco un día sí y otro también de sus despropósitos.

Los demás, con sus virtudes y defectos, permanecerán siempre en el anonimato. Unos por afecto sincero, que son quienes de verdad me importan para llegar lejos; otros porque bastante tienen consigo mismos y no me llevarán a ninguna parte.

© P.F.Roldán

La Ley & Amaral:Más allá

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