10 de octubre de 2008

yo confieso...


No me gustan los confesores. Me gustan los confesionarios vacíos como objetos ornamentales de cualquier iglesia, al igual que columnas, gárgolas o retablos.

Cuando me confieso lo hago ante mí mismo -porque al Dios a quien rindo cuentas está dentro de cada hombre y conoce perfectamente los entresijos de nuestras conciencias- o ante los hombres -porque son quienes han de conocerme y aceptarme o soportarme cada día- sin que mis creencias se vean menoscabadas por no aceptar esa manipulación secular de una Iglesia jerarquizada de que sólo un hombre revestido de sotana y estola es el único que puede atar y desatar nada. Una Iglesia que, farisaicamente según le ha convenido a lo largo de los siglos, ha reinterpretado el mensaje primigenio que le fue dado una vez que fue elevada a religión oficial de un Imperio, y así hasta nuestros días, sin que fuera fiel en muchas ocasiones a los principios fundamentales de ese mensaje, desvirtuándolo ávida de un poder que ha sabido sustentar fundamentalmente en la utilización ladina de las conciencias, imbuyéndolas de prejuicios e intolerancia so pena de terroríficas y apocalípticas llamas.

Creo. Soy creyente pero no imbécil para ser crédulo en las maniobras de ciertos hombres que se creen por encima del bien y del mal, y por encima de los demás sólo por sus pomposas púrpuras, mitras y báculos, desleales a quien representan porque ese boato nada tiene que ver con la pobreza que les pidió mientras miles de personas mueren de inanición en el tercer mundo. Ya no cabría hablar de todo lo que se ha atesorado en centenares de siglos pretéritos porque, aunque de ellos nominalmente, ha pasado a ser un Patrimonio cultural de todos. Pero a día de hoy sólo con lo que cuesta el vestuario de un solo cardenal, para ostentación de una indigna dignidad ¿cuántas bocas podrían ser alimentadas en las hambrunas de Etiopía? Y después de esa falacia ¿he de ir a que esos mismos y sus prosélitos me juzguen según sus códigos?

Pero, a pesar de ellos, creo porque me han hecho creer mucho más firmemente los que admiten no creer pero tienen un corazón que se les sale de grande. Estos son quienes de verdad me han evangelizado. Los que sin fe en ese Dios terrible que los otros predican, son capaces de compartir cuanto tienen, entregarse a los demás y luchar por lo que es justo, sin esperar recompensa alguna si no es la de un mundo mejor para todos. Y gracias a ellos, además de en otros principios:

- Creo en los hombres sin que hayan hecho mella en mí los desatinos y desafueros de algunos de ellos.
- Creo en la honestidad que nos hace ser sinceros y leales.
- Creo en la reciprocidad que nos hace constantes en los sentimientos y fieles en la complicidad, aunque no esté hisopada por presuntos iluminados.
- Creo en la libertad de los demás y la respeto como deseo ser respetado en la mía, sin que ello signifique ni frialdad ni desamor, sino pura generosidad.
- Creo en que sólo se ama bien cuando uno ha aprendido a quererse a sí mismo, siendo la verdad el único medio de comunicarse para construir un futuro mejor.
- Creo en la tolerancia a toda forma de ser y pensar que no sea perjudicial para ningún ser humano.
- Creo en que se nos da lo que damos. El hombre bueno y justo recibirá bondad y el injusto será pagado con su misma moneda.
- Creo en la igualdad de los hombres por Derecho natural, sin que catecismos o Constituciones me lo tengan que decir.

Por eso:
- Aborrezco las guerras y a los que se enriquecen a costa de ellas, rearmando por igual a los contendientes, o interviniendo para sacar tajada.
- Aborrezco a los especuladores que amasan fortunas fáciles a costa de la pobreza de otros.
- Aborrezco a los que mienten para conservar privilegios.
- Aborrezco a los falsos profetas que, con hipocresía, condenan todo lo que no se ajuste a sus propias normas que ellos mismos incumplen.
- Aborrezco a los que se hacen con el poder y no lo ejercen con justicia.
- Aborrezco a quienes juegan con los sentimientos ajenos.
- Aborrezco a quienes humillan y maltratan a sus semejantes, incapaces de amar a su prójimo como a sí mismos.
- Aborrezco a los que aherrojan y venden sus conciencias, por temor o por interés, a todos los anteriores, que me condenarán por aborrecerles, pero sobre todo por no tenerles ni miedo ni un respeto que no merecen.

© P.F.Roldán

León Gieco:Sólo le pido a Dios

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un autentico credo... si señor. Yo, sin embargo no creo en la tolerancia, pienso que nadie es quien para "tolerar nada a otro". Si pudiera votar esto, te daria un 10. Sigue asi chavalote y no cambies