18 de octubre de 2008

comunicación


El mundo es grande para recorrerlo, pero qué pequeño se ha vuelto para comunicarse con los demás desde que tenemos el ordenador en casa. Pero ¿solemos comunicarnos?

En la última década, Internet nos ha acercado a todo el planeta, y no sólo para buscar o adquirir nuevos conocimientos. Messenger se ha vuelto, al igual que el móvil, en el sustituto de la correspondencia de otros tiempos. Ahora lo mismo tienes un amigo en Grecia que en Uruguay con los que hablas a través del msn o enviando un mail o un sms; incluso verte a miles de kilómetros de distancia con tan sólo conectar la webcam.

Pero, como escribí en “basura informática”, cuánta de esta gente se queda por el camino porque a la vez que un gran medio de comunicación, también se ha convertido en un contenedor repleto de mentiras. La red de redes desinhibe tanto que muchos no se resisten a fabular sobre sus vidas como no lo harían en un cara a cara, al que temen y ante el que se rajan a la hora de la verdad para no ser descubiertos en la tela de araña que han tejido durante un tiempo. El que ha durado la credulidad de su lector.
Por eso me preguntaba antes si realmente solemos comunicarnos o muchas veces tan sólo esta tecnología, impensable no hace tanto, es un vehículo para fantasear y, por tanto, el otro interlocutor, con toda su buena fe, acaba siendo nada más que el receptor de historias, las más de las veces insípidas si no llenas de calculado doblez, que nada tienen que ver con la realidad.

Con muy pocos contactos, de tantos como se hacen, me acabo quedando después de todo, porque hay quien entiende la comunicación como un blablabla sin fuste, o como un libro de cuentos -como los de Calleja- o con guiones del peor cine de serie B, porque no existe la C, cuando es la base fundamental para conocer de verdad a los demás y compartir con ellos desde lo más nimio a lo más importante de cómo somos y lo que nos sucede. ¿Cómo establecer una relación, del tipo que sea, si no existe honestidad a la hora de hablar con otros?

Lo impactante del caso es que la mayoría de veces nos creemos lo que nos cuentan y todavía tiene un pase cuando nos reímos de sus gracias, si las hay, pero ¿y cuando nos condolemos con sus penas, al final más falsas que aquellos duros de Cádiz del tanguillo?

Hablar con otro no es soltar la retahíla de los fantasmas interiores, a los que se encubre con falsedades, rehuyéndolos, porque no se sabe encauzarlos hacia el lado positivo, cuando conversar es crear complicidad al poner en común todo lo que nos alegra, lo que nos inquieta, lo que nos entristece, lo que nos hace soñar o maldecir incluso, si fuera el caso.

Cada día creo menos en muchos de estos “conocimientos” que hacemos por vía informática, aunque es innegable que a veces te llevas la gran sorpresa de que surja algo grato porque si tú te muestras tal como eres puede que todo dé un viraje inesperado, aunque sea en excepcionales ocasiones. Y es que de cada uno que realmente merece la pena y con el que se establece una auténtica amistad, son centenares los que resultan un verdadero fraude por mucho que te laman el oído con palabras bonitas o con penurias de cualquier índole. Como dice el refrán “el agua clara y el chocolate espeso”, y todo lo que se salga de la mínima veracidad carece de sentido para mantener lo que no se sostiene ni por sí solo. Por eso mi messenger vuelve a ser limpiado, como de costumbre, tras un tiempo de esperar el santo advenimiento sin que éste llegue a materializarse en una auténtica comunicación.

Esa complicidad se hace real cuando somos capaces de ser sinceros y compartir, siempre compartir nuestras verdades, para que el otro sepa quienes somos si es que realmente queremos ir más lejos de unos ratos de cháchara llenos de contradicciones, porque esto no es fundamento para futuro de ninguna clase; ni siquiera para continuar mañana. Pero la mayoría creen que enseñar la parte bonita, aunque sea inventada, granjeará más simpatías y no se dan cuenta de que mantener una mentira es demasiado complicado a la larga, e incluso no muy a la corta. Si uno se dedica a distorsionar su propia realidad ¿qué se puede esperar de él para una realidad en común? Sólo conseguirá ir cerrándose puerta tras puerta cada vez que sea descubierto, que ya se sabe aquello de que “las mentiras tienen las patas cortas”.

Personalmente, esa gente tan previsible en sus empanadas mentales, no me interesa. Puede resultar hasta más gratificante hablar del tiempo con la panadera o el carnicero de siempre que perder el tiempo con quien nunca ha sido ni será sincero ni contigo ni con nadie porque ni lo son con ellos mismos.

© P.F.Roldán

Mina & A. Lupo:Parole parole

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