31 de octubre de 2008

celos


Quien no haya sentido celos alguna vez en su vida que tire la primera piedra. Es casi inevitable que donde hay amor no haya habido celos en algún instante, pero cuando estos se vuelven enfermizos, imaginando y hasta padeciendo fantasmas inexistentes, que tire la segunda piedra quien no haya sufrido como su relación se volvió un infierno y hasta acabó destruyéndose por completo las más de las veces.

Me ha costado encontrar una canción en la que no se ensalcen los celos como un paradigma de que gracias o a través de ellos se ama mucho, cuando la realidad es que son una muestra de desconfianza en quien amamos y el reflejo de nuestras propias inseguridades. Los celos no demuestran amor, sino un afán de posesión del otro a toda costa, a extremos que rayan la neurosis. Y lo perverso es que también hay quien los fomenta porque piensa que si no tienes celos no le amas con intensidad, como si no te importara, porque creen que los celos son una demostración de cuánto se les quiere.

He releído Celos, de Esther Vilar, que no ha sido nunca una literata de mi devoción, pero qué bien los describe en el primer relato de los dos que componen esta novela corta. Cómo una vez que se han sentido celos exacerbados ya parece imposible librarse de ellos aunque nos hayan dejado de dar motivos para sentirlos, y si es que esos motivos existieron alguna vez para llegar a alimentarlos con tanta visceralidad.

Como un mal incurable, nos convierten en seres posesivos traumatizados y en maniacos perseguidores de cualquier indicio, por leve que sea, para seguir alimentando ese cáncer que se nos ha colado dentro, haciéndonos insufribles para quien nos ama porque le hemos perdido todo el respeto a su libertad a causa de las dudas, hasta que, en una metástasis imparable, acaba matando el sentimiento. Registramos sus cajones, los bolsillos de su ropa, olemos sus camisas, buscamos un pelo delator, y hasta podemos convertirnos en tristes detectives controlando cada uno de sus movimientos. ¿Qué clase de amor es el que llega hasta esas cotas de desconfianza? ¿No sería mejor cortar por lo sano si tan seguros estamos de que nos dan motivos suficientes para sentir esos celos?

No. No se cortaría. Cuando los celos se convierten en una enfermedad nos volvemos adictos a ellos; son como una droga emocional que necesitamos como una parte intrínseca de la relación, sin ser conscientes de que la están asesinando día a día, cebándose hasta en el pasado del otro, cuando ni le conocíamos. Los adobamos con escenas patéticas de un mal entendido querer en el que pasamos de desear ser poseedores de alguien al estado más humillante de sometimiento. Despiertan la ira, la desesperación, los reproches, las lágrimas de rabia, las declaraciones paroxísticas de un amor que, aparentemente incondicional, pone condiciones para que sea un amor que no es sano para ninguna de las dos partes…

Los celos separan, nos condenan a perder a quien más amamos y que fue el que más nos amó tal vez. Dejan cicatrices para futuras relaciones. Ya no se puede vivir sin sentirlos y hay quien, por no poder vivir, puede hasta matar en un ataque de furia a causa de ellos.

Aspiro a creer en quien amo sin fisuras, y que ese amor dure lo que haya de durar. Si llegan las dudas, nada mejor que hablar y comunicarse antes que volverse un paranoico. Si no hay respuestas veraces y creíbles, mejor dejarlo estar, sin volver la vista atrás antes de que los celos se apoderen de uno y nos transformen en hombres amargados. No se puede ser feliz en un estado de permanente incertidumbre ni podemos retener a nadie contra su voluntad, y los celos y sus manifestaciones suelen ser el arma incontrolable que se utiliza para esos fines, aliados con el chantaje emocional.

Si no hubo motivos habremos destrozado un buen amor. Si los hubo ¿qué lograríamos intentando imponernos cuando quizás fuimos los causantes del hastío que llevó al otro a darnos los motivos para sentirlos? Y si no los dimos ¿de qué serviría luchar contra la naturaleza del otro, que difícilmente cambiará, en vez de asumirlo como es si queremos seguir a su lado?

La eternidad absoluta no existe entre las personas, aunque sea el estado deseable al que siempre querríamos llegar, e indudablemente nada hay imposible. Pero el amor es eterno mientras dura de mutuo acuerdo y ambos se aceptan como son. Los celos son el veneno que irá convirtiendo en piedra el corazón del otro y lo acabará por alejar inexorablemente de nosotros y para siempre, dejándonos tras de sí su desprecio… Lo terrible es que el celoso, transformado ya en un sufridor masoquista, hará de ese desprecio la palma gloriosa de su, teóricamente, martirizada vida.

Y es que los celos también ciegan, hasta el extremo de obnubilar nuestro raciocinio, haciéndonos perder nuestra capacidad de autocrítica y con ella nuestra dignidad.

© P.F.Roldán

Gotan Project:Celos

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