22 de septiembre de 2008

vida tras la muerte


Desde 1994 soy donante de órganos. Ya lo era de sangre unos años antes, pero me dijeron que pertenezco al grupo más raro (AB negativo) con lo que no hay muchas posibilidades de ser llamado.

Fue una decisión firme desde que lo pensé, aunque algo meditada en cuanto a que sé como piensan la mayoría de los deudos si ocurre que tomas piola de este mundo y no lo has dejado bien claro: que pasan de avisar a quien competa o se niegan si no se puede demostrar fehacientemente la voluntad del donante. Por eso siempre llevo mi carné de donante encima, como llevo el de conducir o el DNI.

La verdad es que ocurrió de una forma un tanto peculiar si analizo las circunstancias.

Por aquel entonces ya llevaba 14 años junto a mi ex pareja, pero en los dos últimos no viajábamos juntos como antes. Nuestro último viaje fue el de India y, mientras que a mí aquella experiencia fue de un aprendizaje interior tremendo, a él le traumatizó por completo. Regresó asqueado de los olores, de la suciedad, de la miseria, de las heces de las vacas sagradas por las calles… y se decantó por el turismo, sin mí, a las capitales y grandes ciudades europeas y norteamericanas, en las que descubrió –si alguna vez la había ignorado- su adicción irrefrenable al sexo con extraños.

Cuando amas a alguien, y aunque pueda ser considerado un amor enfermizo (esto es tema para otro post), aceptas y respetas al otro. Yo me decía que total eran treinta o cuarenta días de verano, pero que regresaba a mí hasta el año siguiente en el que reiniciaría su periplo, vete a saber dónde: Berlín, San Francisco, Nueva York, Londres, Ámsterdam, París, Montreal,… En el 93, y aunque él aseguraba que no hacía apenas nada y siempre con todas las precauciones, decidí hacerme las primeras pruebas de VIH ya que él era reacio a hospitales y jeringuillas. Yo no. Y mucho menos cuando, sin comerlo ni beberlo, podía estar exponiéndome a coger algo, aunque desde que empezaran sus correrías ya no hubo nunca más sexo “a pelo” como antes. Pese a eso, nunca se sabe…

Cada año esperaba, con absoluta serenidad, un tiempo prudencial de cuatro meses desde sus regresos (a partir de los 90 días ya se sabe si sí o si no) y me hacía las analíticas; y, sinceramente, siempre fui a recogerlas sin ningún miedo. Uno que es coherente desde siempre sabe que quien juega con fuego puede quemarse, así que iba con la mente bien lúcida a por ellas, asumiendo que cualquiera que fuera el resultado nada podría cambiarlo pero sí seguir viviendo con dignidad, de una u otra manera, y tomar las oportunas medidas en el sentido que fuera.
Desde entonces, y aunque rompimos en 2002, no he perdido la costumbre de incluir en mis chequeos anuales las pruebas de serología; incluso aunque haya estado hasta más de dos años y medio sin relaciones. Ya que han de sacarte tres tubitos de sangre ¿qué más da que haya un cuarto una vez que la aguja ya está en tu vena? Recogí las últimas el pasado abril, pero me las he vuelto a repetir el 4 de septiembre; justo cuatro meses después de mi último roce y aunque no se llegara a consumar nada porque no había química emocional para que la hubiera sexual. Uno que es así.

A lo que iba. Fue después de la segunda vez que me dieron los resultados cuando tomé la decisión de lo de ser donante. Tenía entonces 42 años y la misma salud de hierro que sigo teniendo con 56, porque de lo que hoy te cuides depende la calidad de vida que se tenga mañana, y aunque la genética también tenga parte en ello.

Pensé que estaba sano y que viajaba constantemente en coche, autobuses, trenes y aviones por motivos de trabajo, con lo cual estaba más expuesto a un accidente que cualquier otro que llevara una vida más sedentaria. Bueno; en el caso de sufrirlo de avión poco se podría haber aprovechado de mí después de ver la espantosa tragedia de Barajas. Pero en eso no piensas cuando decides que quieres seguir siendo útil hasta después de muerto y parodiando el dicho, “lo que se han de comer los gusanos que ayude a los humanos”.

No sé que se podrá utilizar de mí, pero, sea lo que sea, espero de corazón que a alguien pueda servirle algo de lo que tengo. Cuando ves que hay colas de personas desesperadas esperando un riñón, un hígado, un corazón o una simple córnea, te pones en su lugar y piensas que desearías que haya quien pudiera salvarte de ese calvario. Y como dicen en Valencia: pensat i fet.

Así que –aparte de las creencias de cada cual- sí que hay vida después de la muerte cuando tú puedes dársela a otros. Es todo lo que hay que pensar como única razón para hacerse donante.

© P.F.Roldán

KJ-52:Life After Death

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