23 de septiembre de 2008

hacia el cielo


Tanto el cielo como el infierno están en la tierra, ahora mismo, y la mayoría de las veces somos nosotros mismos –nuestra voluntad- los que podemos estar sacando el billete para uno o para otro sitio.

Si “en sobre raíces” decía que no somos como árboles anclados al terreno en el que se plantaron, para vivir pasivamente aunque corra cada día savia nueva por su interior, también recuerdo lo que copié de Susana Tamaro, de su libro Donde el corazón te lleve, en cuanto a que un árbol ha de guardar un perfecto equilibrio entre el tamaño de sus raíces y el de su copa para sostenerse y poder fructificar.

Hoy he ido a visitar a mi madre, a la que no veía desde antes de mi cumpleaños. Al salir de su casa he tomado una foto de tres palmeras a las que he visto crecer desde que mi familia se trasladó a vivir a ese paseo hace 42 años. Decir que han crecido el doble sería aventurado porque yo era un crío y hasta lo pequeño era más grande, y porque no sé cuánto puede aumentar en altura una palmera en tantos años. A lo mejor, incluso, lo han hecho más de lo que imagino… pero lo que sí es seguro es que lo han hecho y que se yerguen hacia el cielo.

Ha sido una fotografía de ésas que sacas por sacar entre decenas más, que de mil malas se consiguen diez mediocres y dos buenas. Ésta ni siquiera es mediocre, hecha a contraluz y sin buscar el mejor ángulo, con el antiestético carenero al fondo estropeándola. Pero, cuando las he descargado en el ordenador al llegar a casa, visualizándolas, me he quedado con la parte menos prosaica de esa mala foto.

Si no quisiera ser nunca, como ya dije, un mayestático árbol, condenado a vivir inerme para cambiar hasta de hábitat, sí que me gustaría ir siempre hacia arriba, a la busca de ese cielo, en este caso metafórico porque hablo del crecimiento interior, aunque mis pies pisen siempre tierra para no confundirlo con otros paraísos artificiales.

Sin embargo, aún ha sido más importante reafirmarme en que ese continuo ascenso es volitivo; un acto que depende sólo de mi voluntad y de nada ni de nadie más., sean cuales sean las circunstancias que me toque vivir. Que todo depende de cómo se asume cada acontecimiento, cada instante vivido, por buenos o malos que sean. Que el infierno es encerrarse en uno mismo, aislarse de la realidad, y no aprender lo que se nos enseña cada día, malviviendo sin querer mirar el mañana con ilusión y haciendo crecer cada día la parte amarga un poco más, sin querer admitir que en nuestro interior están ya muchas de las respuestas que necesitamos para seguir creciendo cada día un poco más.

Tres palmeras, una mala foto y qué conclusiones saca uno si se detiene a pensar un poco… Y no me gusta creer en esas señales que llaman, por llamarlas de alguna manera, esotéricas; pero no es menos cierto que llevaba casi un mes de punta con toda la familia -apenas algún telefonazo- por algo que sucedió de cara a mi aniversario. Sin embargo, en este momento pienso que nunca hay mal que por bien no venga, desmenuzando sobre actitudes y acontecimientos, cuando hasta hace un rato todavía no terminaba de asimilar lo que pasó aquel día y aún me quedaban rastros de mala baba con ellos, que es lo peor que puede instalarse en el corazón o en la razón para seguir mirando al frente.

Sin que se lo propusieran, gracias y a pesar de ellos, fue el cumpleaños más feliz que he tenido en muchos años sólo con oír durante horas su voz. Si hubiera tenido una celebración familiar, como habría sido de pura lógica, no podría hoy agradecerle al destino que me hiciera pasar aquella noche en el cielo.

© P.F.Roldán

M People:One Night In Heaven

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