14 de septiembre de 2008

un rincón entrañable



Enclavado en el antiguo barrio de pescadores, ya inexistente, el callejón de la Soledad fue uno de mis lugares preferidos para pasar los ratos que hacía pellas en el colegio, o al menos paso obligado para subir aquellas tardes de transgresión al nada frecuentado castillo “de los patos”, que era como popularmente se motejaba, y aún mucha gente la llama así, a la Alcazaba.

Capilla cubierta, en un pequeño recoveco, con un sencillo altar en el que desde siempre he visto, aun hoy, algún recipiente –aunque fuera un tarro de cristal de café soluble- con flores frescas y algunos velones; incluso bolsas de plástico de supermercado colgando, que por cierto respeto a quienes las ponen nunca he curioseado. Recuerdos tengo de los exvotos de cera que colgaban a ambos lados del cuadro de la Virgen. De pequeño, me imponían un temeroso respeto, hasta creo que morboso, aquellas menudas piernas, manos, brazos, e incluso cabezas, con minúsculas lazadas de cinta de raso con las que las enganchaban a las escarpias. Ya no hay… ¿O estarán en esas bolsas que antes mencionaba?

El descubrimiento del Teatro Romano y de la muralla bizantina ha desfigurado la calle, en la que permanece exclusivamente la capilla del siglo XVIII, hoy apuntalada esperando su ya aprobada restauración, como mudo testigo de antiguas tradiciones y acontecimientos, como nos contara Federico Casal, en 1947.

Quiero hacer un inciso para hablar de Casal, porque cronista de la ciudad varias décadas, en 1936 logró rescatar –no sin tener que argumentar como buen historiador- la imagen bizantina de la Virgen del Rosell, la más antigua que se venera en la región, y las de los Cuatro Santos, dieciochescos, de Salzillo, cuando fue asaltada la Catedral, sin que el hombre pudiera hacer más por salvar de las llamas el resto de la imaginería que atesoraba Cartagena.

También de mi infancia, guardo el recuerdo de cómo el sábado santo las humildes gentes del barrio, que mantenían a duras penas la conservación de la capilla, descolgaban el cuadro y levantaban un altarcito con guirnaldas de flores en la Cuesta de la Baronesa, casi en la esquina con la calle del Cañón, en honor de la Soledad de los Pobres que procesionaba aquella tarde. En una época de extrema pobreza como aquella aún se hacían rogativas esperando que el cielo les ayudara a través de la misericordia de los más favorecidos que ellos.
Casi todos los vecinos sacaban añosas y medio desvencijadas sillas de su casa para ver el paso de “su Virgen”. Algo que con los años, desaparecida también esa tradición, una mujer del barrio, lotera callejera, apodada “la Pelela”, una institución porque no había en la ciudad quien no la conociera, convertiría en lucrativo negocio durante toda la Semana Santa, sin que pudieran con ella ni munícipes ni los concesionarios de las sillas para ver las procesiones. Mujer de armas tomar, la Cuesta de la Baronesa era “de ella”, su incuestionable feudo.

Copio textualmente, por curioso y porque nada de aquel tiempo que describe Casal ha llegado hasta hoy, lo que publicó en el diario El Noticiero, en marzo de 1947:


"La Fiesta de la Cruz.- El día 3 de mayo, festividad de la Invención de la Santa Cruz, se celebraba en Cartagena la tradicional y popular "Fiesta de la Cruz", especialmente en el Barrio llamado de los Pescadores y, en muchas calles de los Barrios altos y de los bajos.
Consistía esta fiesta, en colocar en la habitación más espaciosa, una gran mesa a guisa de altar, muy bien adornada con luces y flores. Colgada en la pared, la Santa Cruz, rodeada de pendientes, sortijas, collares, rosarios, encajes y pañuelos bordados.
Asistían las Mayas, ataviadas de lujosos corpiños y sayas, luciendo ajorcas, abalorios y toda clase de perendengues. La moza más guapa o rica del barrio era elegida Presidenta y ocupaba el trono, un gran sillón cubierto con un vistoso mantón de Manila o japonés, colocado sobre una mesa rodeada de flores. Las Mayas, fueron prohibidas por R.O. de 21 de Abril de 1769.
En la habitación donde se ponía la Cruz, se cantaba, se bailaba y se bebía.
Desaparecidas Las Mayas, decayó la fiesta, quedando reducida a una simple cruz más o menos adornada con flores de trapo o papel. En las casas ricas, las cruces estaban espléndidamente adornadas y también se bailaba y bebía de lo caro.
En 1793, vivía en la calleja de N.P. Jesús Nazareno, un sujeto llamado Juan Llavador. Hizo en la rinconada de ella un altar con la imagen de la Soledad y los atributos de la Pasión, en el que se estuvo diciendo misa todos los domingos hasta que, en 1820 la suprimieron los revolucionarios de Riego, pero respetaron el altar. La calle tomó el nombre de calle de La Soledad que todavía conserva.
En esta estrecha calleja, desde que se instaló el altar, comenzó a celebrarse la Fiesta de la Cruz, y se celebra todavía durante siete días, adornándola con guirnaldas y cadenetas de papel de colores, banderas, colgaduras y alumbrado en los balcones. A esta fiesta se la llama ahora Verbena de la Cruz; se pide limosna con una bandeja, se baila y se divierte la gente.
Es la única verbena que perdura. El Altar y la Virgen fueron destruidos en 1936, y se restableció en 1940 haciendo un modesto altar y colocando en él un cuadro de la Virgen de la Soledad pintado por el laureado artista Sr. Portela."


Ni Mayas, ni verbenas, ni cruces de mayo quedan ya en un barrio que ha sido desalojado casi por completo para mayor gloria del Teatro Romano, y aunque la Catedral, que se asienta en parte de la cávea de aquél, siga en ruinas setenta años después de ser devastada por un bombardeo de los “nacionales”.

© P.F.Roldán

Katia Ricciarelli & Lucia Valentini:Stabat Mater (Pergolesi)

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