14 de septiembre de 2008

la sabiduría del destino


Cuando sólo se ha estado enamorado una vez en toda la vida durante más de veinte años, con absoluta lealtad incluso en todos los altibajos que son consustanciales a tan larga convivencia, se llega a pensar en los años siguientes a la ruptura que difícilmente surgirá quien nos vuelva a despertar algo que nos remueva de nuevo, aunque siempre se hable de esperanza y confianza en el futuro que, por muy optimista que se sea, puede más el realismo de saber que los trenes de tan largo recorrido son muy escasos y no todos llevan la dirección de tu destino.

Siendo como soy nada enamoradizo, y mucho menos promiscuo, vas cerrando, sin ser de piedra pero sí coherente, infinidad de puertas durante años. Si el primero, tras la separación, resulta difícil porque la soledad forzosa duele –aunque fuera uno mismo el que pusiera fin a todo-, y más si te vas amando mucho, no es menos cierto que esa soledad se va convirtiendo en una aliada que te hace discernir si quien llama a tu corazón tiene lo que ha de tener para volver a comprometerse. Y así han ido transcurriendo las horas y los días, las semanas, los meses y los años sin sentir que vivir de esta manera fuera como una carga insoportable. La soledad no es mala compañera. Lo que sí es nefasto es sentirse solo en compañía.

Y ocasiones nunca faltan. Para qué vamos a engañarnos. Ante mí han pasado muchas, que siempre hay quien está dispuesto aunque sea para compartir una sola noche de sexo desaforado y desenfrenado, pero ¡qué vacío se queda uno después! Lo experimenté tantas veces antes de enamorarme la primera vez… Por eso he tratado de evitar después esas correrías, habitualmente nocturnas, a las que no me hubiera negado treinta años atrás, cuando la genitalidad se anteponía a todo. Pero no me he inmutado y he preferido esperar, sin desesperación ni ansiedades, a que el destino pudiera un día volver a cruzar caminos; a que pudiera aparecer una persona buena con la que fuera posible compartir la vida.

Poco, casi nada, me he prodigado en estos seis últimos años en ese aspecto. Puedo contar con los dedos de una mano quienes han sabido de mi piel en este tiempo y sólo una vez estuve en un tris de pensar que podía ser que hubiera un no sé qué más. Existía cierta chispa, pero faltaba lo esencial: que además de sexo hubiera complicidad para esas otras horas en las que quieres compartir algo más que sólo fluidos.

Sé que otros creerán anómalo por inusual que a mí nunca me hayan dado buena espina las relaciones que comienzan en la cama para intentar luego consolidarlas. Siempre he pensado que duran lo que dura el primer apasionamiento y luego languidecen solas sin visos de futuro; y siendo mi carácter pura dicotomía porque disfruto a tope con el buen sexo, a la vez soy lo que daría en llamar un romántico analítico, es decir, poco dado a la verborrea amatoria sin ton ni son, sino a hablar de sentimientos cuando sé con quien podría hacerlo porque la chispa ha encendido la hoguera y en ésta hay de todo lo anhelado con otro, además del revolcón, por lo que me cuido muy mucho de caer en las redes quienes sólo van buscando un aquí te pillo y si te vi ni me acuerdo.

He dejado que la vida utilice mi verbo preferido: fluir, pero sin renunciar ya a los principios en los que la he ido fundamentando a lo largo de las edades vividas.

Sin embargo, el destino es sabio y un día sucede. En el que menos lo esperas, una ilusión nueva, diferente a todas las que se pudieron vivir antes, porque nada en los sentimientos es comparable, te llena de arriba abajo, sacudiéndote el corazón con una alegría que tiene más fuerza que mil taquicardias, y sin haber ni rozado siquiera la piel ajena. Ese día te das cuenta de que lo que pudo hasta parecer cursi serías capaz de hacerlo tuyo, como los versos que Shakespeare puso en labios de Romeo para decirle a Julieta que por un tesoro así se convertiría en piloto para arriesgarse a cruzar el océano si ese tesoro estuviera en la más alejada orilla… y ni la había besado.

Cuando uno se enamora dejan de existir las fronteras que separan, los procelosos mares, los inmensos continentes, y el mundo se hace cada vez más pequeño cuanto más se ensancha el corazón que otro hace latir como nunca lo había hecho antes.

© P.F.Roldán

Elvis Presley:Love Me Tender

1 comentario:

Kafeamargo dijo...

wow que buenos textos, me gusta mucho su manera de expresar...