17 de septiembre de 2008

trapos sucios


Me confunde, por no decir que me harta, el discurso repetitivo de esta pequeña sociedad burguesa con ínfulas, pacata y endogámica, en la que me muevo por la obligación de tener que coexistir con ella, aunque sea tropezándomela por las calles. Es lo malo de cuando la gente se conoce de toda la vida. Pero nunca mejor dicho que la confianza da asco, porque, sin que realmente yo les importe nada, ese conocimiento les hace tratarte como si fueras uno más de “su” hipotética familia de gentes “de orden” –yo que soy un desclasado, aunque tenga muy arraigados principios que no son los de ellos-, pero es una familiaridad mezquina, con una simpatía hipócrita desplegada para irte sacando cosas sutilmente, como si les importara de corazón cómo van tus cosas. Todo mentira. Después de hablar contigo, correrán a ponerlas de boca en boca, adornadas con comentarios, exageraciones y conclusiones de su propia cosecha.

Me aturden. Personas a las que hace siglos que no veo, pero que oyen tu nombre o tu apellido y se lanzan a saco, aunque se nos hayan desdibujado las caras después de tantos años. Otras con las que apenas si me he vuelto a tratar desde mi regreso aquí, porque han cambiado nuestras respectivas vidas, sea en lo ideológico, sea en lo personal. Lo mismo les da interrogar por la familia que por mí mismo, hasta el punto que, de tan hastiado, me ha dado por practicar aquel refrán que hace años me enseñara mi abuelo materno de “al que quiera saber, mentiras con él” o el tópico “tú como los gallegos, a una pregunta responde con otra”; lo que por otra parte es indicativo, para que te den consejos así, de que el chafardero de aquí ha sido desde siempre un espécimen típico y frecuente, casi endémico, y que para no parecer impertinentes e indiscretos, porque ante todo hay que guardar las formas, aunque lo son y lo son aún más porque para sonsacarte intercalan en el interrogatorio historias o anécdotas de terceras personas, algo que les da pie para formular nuevas preguntas…y que escucho con resignación porque no me interesan los entresijos ajenos como no me gusta airear los míos.

La diferencia que se percibe cuando alguien tiene un sincero interés por las cosas particulares de uno de esos otros, es que estos utilizan un lenguaje casi escabroso para hurgar en lo más íntimo. Y lo curioso es que me consta que en el fondo no hay maldad manifiesta; sólo quieren saber. Tener algo nuevo que contar en sus tertulias del Club de Regatas o del Casino para matar las horas “poniendo al día” al que las quiera escuchar para combatir sus tediosas tardes. No, no es maldad, sólo pura frivolidad, pero, sin dudarlo, igual de dañina.

Sales a pasear tranquilamente y es que nunca falla. Siempre te encuentras con algunos de estos peripatéticos desocupados, a la caza del ingenuo de turno que necesite desahogarse. Es como una epidemia de correveidiles.

Suelen empezar adulándote “Hay que ver, estás como siempre…” y después, con cara de compasión para ganarse tu confianza, lo mucho que sintieron la muerte de tu hermana, y detrás un “Vi a tu madre anteayer en misa… la pobre, con lo que ha tenido que sufrir y sus piernas tan mal y que voluntad de hierro para no dejar de ir…”, acto seguido viene lo de “¿Y quién se ocupa de ella? porque la veo siempre con tu hermana pequeña… ¿Va todo bien con el resto de los hermanos?... porque –te excluyen, claro- nunca los veo con ella”
Pones cara de póker. “Sí, claro, pero es que es la que vive con ella”… “¡Ah! Que tú no vives con ella ¿y eso?... claro a tu edad te gustará vivir solo”… Mueca paciente de asentimiento por mi parte… “Pero ¿sigues soltero, no?... ¡Ay, hijo! Como tu tío, que se casó pasados los cincuenta”.
Uy, uy, uy… Arenas movedizas a la vista. Ahí puedes decir cualquier cosa que suene medio verosímil, pero seguirán implacables. “Tú no te preocupes, que una chica buena siempre puede salirte en cualquier momento aunque ya seas muy mayor”…
Ya está. Si no lo sueltan para ver por donde sales, revientan. Se huele ya a ciénaga.
Sí, sí… en eso estoy pensando yo, te dices para tus adentros, pero de cara a la galería cambias de tercio por donde más les duele que es devolverles con la misma moneda, preguntando. “¿Y que ha sido de tu hijo menganito?”... Ahora la cara de póker es del otro. “Es que como hace siglos que no lo veo…” y ni me importa, para ser sincero.
Al hijo todo el mundo lo lleva en lenguas… no me interesa en absoluto el por qué, pero ya otro te comentó que hace años, sin más, desapareció del mapa…
Contestan algo casi ininteligible a media voz y vuelven a contraatacar. “Sí, sí… está muy bien… ¿tu hermano se separó no?... pobre chica su mujer, con lo guapa y buena que parece… Y esas criaturas… Es que me han dicho que se ha liado con…. con… bueno, ya me entiendes…” Y te sale un “Pues no, no te entiendo.”
Y casi susurrando y con mucho énfasis te sueltan una animalada… Haces como que miras el reloj con cara de apuro. Sacas la mejor de tus sonrisas. “¡Vaya! Qué lástima, con lo a gusto que estoy charlando contigo, pero me esperan a tomar un café y ya voy con retraso. Seguimos en otro rato de estos. Encantado de verte. Hasta pronto”
Y sin darle tiempo a reaccionar, sales a escape como alma a quien llevara el diablo, calle Mayor abajo, aunque no te espera ni el lucero del alba. Y a lo lejos te llega un “Dale recuerdos a tu madreeeee…”
¿Pero no ha dicho que la vio hace dos días?

Podría haberle contado que los hermanos nos llevamos a matar; que la que cazó a mi hermano es una víbora; que mi ex cuñada era más vaga y trasto inútil que Homer Simpson; que no me casé porque me dejé a mi novia por un chico hace muchos años; que vivo solo porque a mi madre la quiero un montón pero es insoportable pasar más de 20 minutos con ella y llevo muchos años así, con una paz que envidiarían; que mi hermana pequeña, que aspira a ser la heredera universal, no me descuartiza porque tienen el congelador hasta los topes, además de quedarte con las ganas de soltarles el exabrupto: “vivo solo porque me sale de los huevos ¿algo que objetar?”… Pero uno es comedido, se traga el mal genio y trata de ser educado, a pesar de todo y aun cuando no lo merezcan.

Y es que, además, los trapos sucios se lavan en casa.

© P.F.Roldán

Manu Chao:Mentira

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