3 de septiembre de 2008

¿minimalismo versus sencillez?


Parecen términos sinónimos pero creo que a su vez antagónicos en los tiempos que corren y dependiendo de por dónde se analicen y se practiquen ambos conceptos. Y en este caso me centro en lo que se refiere al propio hábitat.

Lo minimalista ya no es necesariamente sencillo. En la mayoría de las ocasiones, requiere dentro de su sencillez aparente un rebuscamiento en el que nada está fuera de su sitio ni un milímetro. Suele ser caro porque se le da forma con muebles u objetos de diseño, que nada tienen de simples aunque ocupen poco espacio. Combinar todos esos elementos lleva horas de esfuerzo para conseguir un entorno elaborado, muchas veces poco práctico por incómodo y hasta frío de apariencia.

Lo sencillo es lo que sin ocupar metros innecesarios, y con líneas sobrias, se armoniza espontáneamente, creando un ambiente confortable y acogedor. También consta de pocos enseres pero no tienen por qué costar una fortuna. Son especiales sólo porque crean un clima en el que apetece estar.

Toda mi vida, cuando hubo un tiempo en el que me lo podía permitir, he sido muy derrochador, pero nunca he perdido esa vena práctica que no crea veinte metros cuadrados adrede sólo por presumir de tener una tumbona, o chaise longe si se prefiere, tapizada en piel, de le Corbusier, y que nunca utilizas, aunque te cueste un riñón y parte del otro, y en la que sólo los amigos se sientan unos minutos por probarla.

No hay duda de que tiene su encanto visual, pero al final todos acaban en el mullido sofá o en la butaca o tirados en la alfombra sobre grandes almohadones, alrededor de una mesa baja, para tener una tertulia agradable. Factores como una luz adecuada, colores cálidos, una música que les llegue a todos… son más sugerentes si de lo que se trata es de crear una atmósfera en la que todos se sientan a gusto y no en un mausoleo.

A veces el cerebro es igual. De quererlo tan minimalista, por un burdo entender la modernidad, está diáfano, desamueblado, estrictamente compartimentado para no salirse de ciertas pautas muy preconcebidas al conversar y con el que se suele hacer una exhibición de conocimientos tan rebuscados como el entorno que se ha creado su dueño. Mientras que una mente sencilla es la que habla de muchas cosas y sabe escuchar de otras tantas; la que es espontánea y a la vez puede ser comedida; la que no piensa mil veces lo que ha de decir antes de abrir la boca a la vez que se escucha cada palabra que pronuncia, porque es natural y sabe aceptar un error igual que no se vanagloria de un acierto. Algo que puede resultar ofensivo como, jugando, quien gana hace aspavientos humillando al contrincante.

El minimalista que se define post moderno se rodea de pocas cosas pero para asombrar a los demás, hasta el punto de horrorizarle una lámina, aunque sea una litografía de Matisse de 150 euros. Antes que colgar “eso”, prefiere recorrerse las galerías de arte en eventos como ARCO, aunque le cueste cien veces más ese horror de acrílico de dos por tres metros que no le gusta ni a él, pero que, además de caro, combina con el “blanco roto” de esa pared de veinte metros cuadrados y el negro de los dos sillones de cuero, en los que ni te puedes recostar porque el respaldo no te llega ni a media espalda. Es casi como vivir en un escenario deshumanizado, sólo digno de portada de revistas de decoración.

Quien es sencillo se rodea de pocas cosas también, que es el minimalismo puro, pero busca hacer más grato el lugar en el que uno se cae vivo cuando llega a casa por las noches, que muerto se cae uno en cualquier parte, y en el que reúne a quienes quiere y ante los cuales no ha de hacer alarde nada.

Me gusta lo minimalista, pero a otros niveles. Por poner unos ejemplos, me gustan las composiciones de Nyman y Mertens. Los reddy-made de Duchamps. Las pinturas de Reinhardt… Pero, en cuanto a lo que se refiere a nuestro hábitat se ha desvirtuado mucho el significado primigenio de que lo minimalista era la tendencia a reducir a lo esencial, despojando a las cosas de sus elementos sobrantes, e incluso, y sobre todo, aplicándose también a los grupos o individuos que practican una forma ascética de vivir y que reducen sus pertenencias físicas y necesidades al mínimo.

Cuando el minimalismo se ha convertido en un signo externo de poder y lujo, ha perdido todo su sentido para mostrarse ahora como antes se mostraban los salones atiborrados de caoba estilo inglés y cortinajes de terciopelo como signo de riqueza. Y, por cierto, me encanta el fauvismo de Matisse, que, aunque no sea minimalista en el más puro sentido del término, su simplicidad alegra mi casa con sus colores vivos y sin que me haya dejado una fortuna porque es sólo una lámina.

© P.F.Roldán

Wim Mertens:Humility

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