4 de septiembre de 2008

la imagen del espejo


Los espejos siempre le habían atraído. Tenía espejos por todos los rincones de su casa. A mí también me gustan. Amplían el espacio. Aumentan la luminosidad de las habitaciones al reverberar, directa o indirectamente, la luz, Son un subterfugio idóneo para un rato de erotismo. En la práctica cotidiana, la realidad es que Octavio sólo se miraba en ellos al afeitarse o cuando salía a la calle por aquello de no irse desaliñado.

Hace como un año escaso, un día en casa de su madre, le dio por tomar una foto con el móvil al marco del que tenía en el pasillo; un marco de más de doscientos años que siempre le había llamado la atención aunque nunca hubiera tenido cabida en sus paredes. Demasiado historiado para su gusto aunque no dejara de apreciar su factura.

No había vuelto a mirar la foto porque en realidad no era del otro mundo… pero, revisando sus imágenes un día, sintió que del otro mundo sí parecía ser la imagen que se reflejaba en una de sus esquinas y de la que nunca antes se habia percatado. No podía ser la suya. Se había agachado para sacar la foto en escorzo y, de paso, que nada saliera en él. Siempre se trata de buscar el mejor ángulo del motivo que interesa fotografiar. Además no; él nunca había llevado bigote, excepto una vez por agradar a su padre. Pero de eso hacía ya muchos años.

Aunque el rostro no era suficientemente nítido, se empeñó en que no podía dejar de reconocer a su padre, quien le tenía manía a ese espejo porque venía de donde venía. Procedía de una de sus cuñadas -a la que él no soportaba-, viuda y sin hijos, que lo heredó de su suegra que lo había heredado de una tía soltera y ella, a su vez, sin herederos, se lo regaló a la madre de Octavio en un arranque insólito de desprendimiento porque era sumamente agarrada; y de hecho alguna vez que se dejó caer por aquella casa ponía voz lastimera cuando se paraba ante él. Es lo que tiene cuando se dan las cosas en un arrebato y sin generosidad.

Su madre lo conservaba porque era coleccionista compulsiva de todo lo que uno se podría encontrar en cualquier almoneda, además de por no hacerle el feo a su hermana mayor, pese a la inquina del marido. Pero algo tenía que sentir para que se le removiera el estómago porque, beata como era, siempre sacaba el agua bendita que guardaba como oro en paño, y no había noche en la que, antes de irse a dormir, no le echara unas gotas arrastrando los dedos como si dibujara una cruz. Algo que irritaba a Octavio, ateo confeso.

Los supersticiosos dicen que jamás hay que aceptar como regalos objetos de cristal, y en especial espejos, que hayan pertenecido a otros. Que los espejos guardan encerradas las alegrías y miserias de sus antiguos propietarios que un día se reflejaron en ellos. Personalmente, no creo en esas supercherías. Mi mente es demasiado cuadriculada y racional para que me engatusen con esas bobadas,… pero Octavio era sumamente influenciable, y repetía una y otra vez que le asparan si lo que allí había no era su padre, aunque quisiera negarlo, no muy convencido, porque comprendía que era del todo incomprensible para cualquier cabeza lúcida; pero argumentaba que su madre estaba en el dormitorio y no había nadie más en la casa que se interpusiera entre la cámara de su móvil y el marco que estaba fotografiando.

Una vez, hace años y al poco de morir, le había dicho una de ésas que se les dan de brujas, médiums o lo que quieran aparentar ser, que “podía ver” a su padre pegado a su hombro; que se había quedado junto a él para protegerle y que no sufriera daños, algo que jamás yo he creído, por supuesto, porque mira que le dieron mil por todas partes.

Se obsesionó tanto que me la mandó por mail. Decía tener ganas de mandársela a Iker Jiménez, a Tercer Milenio. Alegaba que no era sólo el bigote, sino también las comisuras pronunciadas desde la nariz a los labios y el mentón, y porque de haber sido él también habría salido sin duda su cámara, que no aparecía por ningún lado en la foto.

Le dije que era demasiado nítida para ser un caso de los llamados paranormales, acostumbrados a que nos enseñen fotos en las que menos caras parece verse de todo; y demasiado nebulosa como para que afirmara categóricamente que fuera su padre o cualquier otro… Qué perra cogió. Que si yo no creía en él, quién lo iba a hacer. Que estaba seguro y que no se lo podía sacar de la cabeza…

Qué pasadas nos juega la imaginación, reconocía otres veces. Incluso aunque, para él, quedara una supuesta constancia de ellas en imágenes; así que, al mismo tiempo que intentaba retractarse de lo que parecía ya una paranoia, me decía balbuceando, porque conocía de sobra mi opinión al respecto, que era tan inexplicable que el dichoso espejo estuviera en un pasillo de metro y medio escaso de ancho y sólo reflejara la pared de enfrente que aun la mente más incrédula, pudiendo negar lo imposible, no podía hacerlo ante lo evidente.

¿Veía lo que veía o quizás sólo era un espejismo de su inconsciente que ansiaba creer que lo que veía reflejado en el espejo era real?…

Octavio murió hace un par de semanas. Un coche se saltó un paso de cebra y se ha ido sin salir de su aturdimiento y confusión... y pese a tener como presunto guardián a su padre como le pronosticara aquella enredadora que presumía de vidente o a saber, que hay mucho embaucador suelto con tal de sacar 60 euros por consulta a los incautos... Algo inexplicable y contradictorio en alguien como Octavio que se consideraba un descreído convencido y, sin embargo, caía en la trampa de creer a esos desaprensivos y sus visiones del más allá.

He visitado a su madre anciana, que está que no cabe de amargura porque es tan antinatural que los padres sobrevivan a los hijos..., y he visto también el susodicho espejo. Es un espejo antiguo, sí, pero corriente como cualquier otro.

En mi raciocinio no caben ese tipo de engañifas... Pero ¿y si fue verdad? Me sigo diciendo que no; que no es posible… aunque también puedo ver la imagen reflejada. Y, aunque no conocí a su padre en vida, miro y remiro la foto de su mail y tampoco es Octavio. Con total seguridad…

© P.F.Roldán

Led Zeppelin:Dazed and Confused

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