1 de septiembre de 2008

la percepción de lo real



Nunca me ha importado lo que los demás, generalizando, piensen u opinen de mí. He escuchado sus puntos de vista; he aceptado que en ocasiones no han sido erróneos e incluso han sido de gran valor y ayuda para mejorar en según que aspectos. Pero siempre han sido acertados, habitualmente, desde la óptica que tienen los que me quieren y saben adentrarse en mí. Los que se quedan en el exterior jamás podrán juzgar mi interior, ni siquiera por mis hechos, que nunca serán interpretados de igual forma por unos u otros de los que no me conocen. Habrá quien, los vea desde la incomprensión, desde la envidia, desde la extrañeza…

Cada persona somos un microcosmos demasiado complejo para que desde fuera se nos pueda juzgar alegremente por ignorancia. La realidad suele llegarle deformada a la mayoría, dependiendo del ángulo desde el que nos miren, porque su percepción se reducirá a retazos del que somos y sólo se quedarán con gestos, muchas veces descontextualizados; con actitudes que les sorprenderán debido a su propia manera de ser y ver la vida, mediatizada a menudo por prejuicios socioculturales o religiosos y hasta políticos.

Siempre me he sentido libre en ese aspecto. Cuando la opresión que causan los que te prejuzgan llega a agobiar, me he limitado a quitarme de en medio; o, si por cortesía en algunas circunstancias he tenido que soportar el aguacero de esas gentes sin criterio suficiente, mi cabeza ha estado en otro sitio. A fin de cuentas lo único que cuenta es tener tranquila y en paz la propia conciencia, de la que no hay por qué rendirle cuentas a nadie. Cada cual responde de la suya.

A ella sólo tienen acceso los elegidos por el propio corazón, que a su vez también te han elegido. El solo hecho de quererse implica la aceptación del otro, aunque a veces se nos pase por la cabeza que, en algo concreto, no le entendemos, y eso de “yo no lo haría así si estuviera en su piel”… pero sabemos que no lo estamos y prevalece el respeto, que es primordial para que cualquier clase de relación afectiva –amigos, pareja familia…- llegue a buen puerto con absoluto entendimiento.

No soy soberbio ni llevo una coraza para no aceptar un comentario o una crítica constructiva. Al contrario, estoy abierto a aceptarlo con completa aquiescencia; pero quiero, así mismo, sentirme libre para sentarme a solas y hacer un ejercicio de autocrítica y reflexionar, y llegado el caso obviar o aceptar lo que se me dijo. Pero sí que me armo con mi propio caparazón cuando siento o presiento que en lo que se dice hay más malicia que buenas intenciones, más demagogia que argumentos sólidos, y evito enzarzarme en discusiones bizantinas que a nada conducen si no es a que, al final, nos termine hirviendo la sangre… y no estoy ya para esos trotes, que hay quien confunde dialogar –que es cosa de dos o de varios- con enfrascarse en soliloquios vacuos; más bien seudo metafísica en el más rancio estilo, en los que no puedes, porque no te dejan, ni abrir la boca. Y total para no llegar a ninguna parte.

Quien me quiere, quien llega a amarme, y porque participamos del mismo sentimiento, sabe en todo momento sin necesidad de circunloquios porque siempre soy transparente por simple y pura complicidad. Quien no se molesta en ir más allá de donde llega la vista únicamente captará una imagen distorsionada del que soy… Y ver no es lo mismo que mirar.

© P.F.Roldán

Kate Havnevik:Kaleidoscope

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