5 de septiembre de 2008

mens sana




No hay alimento que me sacie porque no siento la necesidad de saciarme. A decir verdad, mi estómago parece cerrado como para que le entren ganas de comer más allá de lo estrictamente necesario. Mi inapetencia puede parecer extraña para quienes me conocen. Tengo fama de “tener buen saque” y, no sin cierta envidia, más de uno me dice que dónde meto lo que como porque sigo delgado como hace veinte años.

Alrededor de los treinta pasé de una talla 38 de pantalones a una 40, y ya no he vuelto a subir. Ni en pantalones, ni en camisas, camisetas o suéters. Y tampoco hago mucho porque sea así. Hago el ejercicio suficiente para mantenerme bien sin esos arrebatos de los que se ha dado en llamar vigoréxicos o adictos a horas interminables de gimnasio.

Camino mucho; entre 5 y 10 kilómetros diarios, dependiendo del día; algunos abdominales de tarde en tarde y algo de mancuernas para estos palillos que la naturaleza me ha dado por brazos. La verdad, practico deportes porque me gusten, pero no me mato porque prefiero dedicar más tiempo a las cosas de la cabeza.

El cuerpo, por mucho que hagas, acabará deteriorándose con la edad. Ya he visto algún caso de bíceps descolgados o vientres caídos tras haberlos trabajado años, porque estos pasan factura y no nos regeneramos tanto como para ser eternamente jóvenes físicamente. Así que procuro mantener una cierta forma física que me dé más calidad de vida, pero en donde encuentro auténtico placer, sobre todo, es en la lectura, sea cual sea el palo que toque. El cerebro, si la vida no me castiga un día con una de esas enfermedades que te sumergen en el olvido, llegará lúcido hasta el final sea cual sea mi apariencia exterior.

Pero, ahora lo que me preocupa un poco es esta falta de apetito tan poco habitual en mí. No puedo achacarlo al estrés ni a un estado ansioso u otras de esas zarandajas que los médicos muchas veces, por quitarse el mochuelo de encima, te diagnostican. Ni es depresión, ni hace falta una consulta a un endocrino puesto que no hay pérdida de peso; ni las analíticas reflejan que haya una anemia que exigiría un aporte vitamínico extra. Soy una persona que, con o sin problemas, tiene un espíritu vitalista de hacer muchas cosas, pero sobre todo de ánimo sereno aunque no me niegue a vivir muchas cosas al límite más allá de lo concebible según lo que convencionalmente se establece para los que pasan de los cuarenta y cinco años… En definitiva, sé que no me pesan los años; al contrario. Día que pasa día que siento un impulso irrefrenable de hacer cosas que nunca he hecho pero que aún me siento hábil para aprenderlas e intentarlas.

Dice el refrán que “el comer y el rascar todo es cuestión de empezar” y no niego que me pones delante un plato apetitoso y doy buena cuenta de él. Pero no hago viajes al frigorífico ni a la despensa; ni siquiera ataco a los helados del congelador o al chocolate, que siempre me han gustado más allá de la tentación, porque soy goloso por naturaleza. Pero ni esto.

Me dice un amigo, entre bromas, que si no me estaré alimentando de otra cosa. Posiblemente, le respondo entre risas. ¿La felicidad alimenta?

De lo que sí estoy seguro es que los que abordan la nevera a todas horas y compulsivamente, hasta de madrugada, son los que tienen algún problema que resuelven, un decir, enmascarándolo, atiborrándose de todo lo que pillan y aunque el cuerpo no les pida esos excesos.

Curiosamente, esta falta de apetito no me produce hambre. El estómago no ruge pidiendo comida. Paso por delante de una pastelería y como si lo hiciera delante de una mercería. Y es que comer, como. Lo justo y necesario que el cuerpo me reclama para no resentirse. Comer, como, pero de una manera frugal y sana. Me preparo muchas y variadas ensaladas, por ejemplo.

Pero, aunque suene a paradoja, en lo que disfruto es cocinando y de todo, y no lo hago mal. (Cómo me gustó la película "El festín de Babette", inspirada en un cuento de Isak Dinesen.)
Pero es algo en lo que me explayo poco ya y sólo con los cinco sentidos cuando lo hago para alguien. Es un verdadero gozo que alguien saboree con uno de una buena mesa y un buen vino, pensados y hechos para compartir...

© P.F.Roldán

k.d.lang:You're OK (All that you can eat)

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