2 de septiembre de 2008

insomnio




Esta noche es una de esas extrañas noches en las que, aun acostándote más temprano que de costumbre porque mañana urge madrugar antes de lo habitual, parece confabularse todo para que empiece a dar vueltas en la cama sin conseguir conciliar el sueño.

No hay motivo para esta especie de desazón. Al menos conscientemente no lo hay. ¿O tal vez sea el pensar que por nada del mundo puedo quedarme dormido ni un segundo cuando suenen los dos despertadores, a falta de uno, lo que me crea esta leve ansiedad, que aumenta conforme pasan los minutos?

A mi pesar, enciendo la luz y me levanto unos minutos al baño. Bebo después un vaso de leche tibia, que es conseja de abuela, y vuelvo a la cama. No tengo tabaco. Hace días que estoy tratando de dejar de fumar y desde hace tres días no he encendido un solo cigarrillo. Tampoco me sosegaría, porque es falso; este insomnio sería sólo la excusa para volver a meterme nicotina en los pulmones, así que cojo un caramelo y un libro.

Intento leer un poco a ver si se cierran los ojos de puro agotamiento, pero al contrario. Para más inri he cogido un libro de esos que siempre tienes pendiente porque me resultaba poco atractivo -Ojos azules, de Toni Morrison- y me está atrapando. He decidido ponerle el punto de lectura y apagar la luz. Quizás si hago varias respiraciones profundas, tratando de no pensar en nada, me duerma sin apenas darme cuenta… pero no funciona.

Tengo cita para extraerme sangre a las 7.30 en el ambulatorio. No es lo que me inquieta. Me hago un chequeo anual, y además soy donante, con lo que no es pensar en agujas, jeringuillas y pinchazos. La lata sería fallar porque has de volver a pedir cita con la médico de cabecera y que ésta vuelva a solicitar las analíticas y de nuevo al mostrador de la entrada a que te asignen día y hora. Un incordio. Además, me molesta ya no sólo retrasarme, que está reñido con mi carácter, sino quedarme dormido y ni acudir.

¡Dios! Faltan sólo dos horas apenas para que suenen las alarmas de los relojes. El tiempo vuela. ¿Tanto he leído? Y a pesar de estar desvelado no siento nada, ni siquiera cansancio.

Los ojos abiertos como platos y ya no sé qué hacer. Si ahora cojo el sueño, seguro que no me levantaré. Si no duermo saldré del Centro de Salud como un zombi, y hay que afrontar el resto de la mañana. Avanzan las manecillas del despertador analógico y los dígitos rojos del otro… ¡Qué dilema!

Opto ya por aguantar el tirón y venirme aquí a contar sobre la noche toledana, a la que sólo le faltaría un dolor de muelas para que fuera completa. Toco madera, mientras aparece el primer bostezo. Pues ¡ahora no! Toca apechugar.

Voy a afeitarme y a ducharme; me vestiré y, como supongo que me sobrará tiempo, una de dos: o sigo leyendo a la Morrison o me veo las noticias de la prensa digital como hago todas las mañanas, sólo que hoy un poco más temprano. En lo único que pienso ahora es que sobrellevaré mal, sin haber dormido, lo del ayuno forzoso para que me saquen sangre… y ¡qué ocurrencia! en que ya podría haber socorristas de madrugada para estas emergencias, como en la playas, pero no. No hay.

O sí. Seguro que entre tus brazos habría caído en el sueño más sosegado hace muchas horas, reposando mi cabeza sobre tu pecho, sintiendo tus caricias en mi espalda y tu cuerpo cálido contra el mío.

Ni consejas tibias de abuela, ni respiraciones profundas, ni lecturas nocturnas… Seguro que nada hay como sentir tu respiración acompasada, abrazado a ti, mientras nos deseamos una buena noche con un beso lleno de ternura.

© P.F.Roldán

Angelo Badalamenti:the dance of the dream man

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