7 de septiembre de 2008

escribir


Recuerdo cuando compré la novela de Mañas, Soy un escritor frustrado, que leí casi de un tirón.
Aunque el argumento nada tuviera que ver con mi realidad personal, el título era tan evocador de lo que desde hace más de veinticinco años siempre he pensado -o me hicieron pensar- acerca de lo que escribo que fue lo que me atrajo para comprarlo porque no tenía ninguna referencia del libro.

Empecé a escribir muy pronto, hace más de cuarenta años, de noche y a escondidas, y aunque siempre eres consciente de que no vas para el Nobel, ni para el Planeta,y ni siquiera para ganar unos Juegos Florales en las fiestas de tu pueblo, en esa edad adolescente sólo tenía ilusión en contar cosas. Unas veces, verídicas y hasta mordaces; otras, pura fantasía surrealista que me evadiera de lo gris que nos sucede a veces cuando se empeñan en que has de ser lo que no quieres. Escribir, pues, era entonces casi un acto de rebeldía. Era como un arma arrojadiza –la palabra lo es con frecuencia cuando eres libre para decir lo que sientes, le pese a quien le pese- contra quienes me coartaban para construir mi propio destino y no el que ellos habían elegido para mí.

Después, un día te enamoras y esperas que quien está contigo no sólo te anime, sino que hasta te apoye y crea en ti y en lo que haces. Pero durante muchísimos años estuve oyendo que, sin que se molestara en leerme jamás, escribir era una estupidez y una pérdida de tiempo. Eso y dibujar o pintar, que son otras de mis aficiones y que crecieron a la par, siendo consecuencia muchas veces unas de otras, porque un dibujo me llevaba a escribir o viceversa.

Llegó el día en que dejé de expresarme por no oírle, hastiado de escuchar las mismas infundadas críticas, y aquel incomprensible desprecio me envenenó con una cierta inseguridad que aún hoy es como una rémora pese a haber superado todo lo demás hace años.

Sin ir más lejos, el relato anterior a éste post –una historia irreal de alguien que ha roto su relación de años y en su soledad fantasea conque nada será imposible en el futuro- fue el principio de un libro de una serie de relatos cortos que sigue inacabado seis años después. Ha ido creciendo lentamente, pero siempre me queda la duda de hacerlo bien y corrijo, y rehago, y después lo dejo por ahí perdido en carpetas del ordenador, con la eterna duda de que llegue al corazón de alguien. Porque qué es si no escribir…

Desde hace seis años escribo más que nunca, pero la timidez persiste. Tres novelas –una acabada, una a falta de corregir y otra que algún día de estos terminaré- duermen el sueño de los justos, quizás injusto, junto a estos relatos y decenas de poemas, dentro de este ordenador y en cajas en las que guardo manuscritos de cuando ni tenía una de aquellas Olivetti de antaño y mucho menos este Word que tanto facilita.

Aun así, no desisto porque nunca es tarde para nada. Sé que existe quien puede creer en mí y darme un antídoto contra aquel veneno del que aún quedan secuelas. A veces, para estas cosas, no basta con tener confianza en uno mismo porque lo que se está creando lo es para los demás. Peor veneno sería caer en la autocomplacencia.

Me viene a la memoria como anécdota final, de la que hoy no puedo por más que reírme, que cuando mis padres me encontraron los primeros poemas -sólo era un crío de trece años- su reacción inmediata fue llevarme al psiquiatra. Y todo porque ya me habían predestinado a vestir un día de uniforme, como casi toda la familia paterna. A saber qué interpretarían sus mentes conservadoras de aquellos primeros versos…

Cuando, con el paso de los años, los he releído me han parecido siempre de una ñoñería absoluta propia de aquella edad, aunque ya despuntara la rebeldía...

© P.F.Roldán

Just Jack:Writer's Block

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