20 de septiembre de 2008

afuera miedos


Releí no hace mucho El porvenir de mi pasado, de Benedetti. Copié una frase en una cuartilla porque, simple en apariencia, ha sido mi filosofía durante bastantes años:

“En un platillo de la balanza coloco mis odios; en el otro mis amores. Y he llegado a la conclusión de que las cicatrices enseñan; las caricias también.”

Pero, mi experiencia es que el pasado jamás ha de interferir en el porvenir, lastrándonos de tal manera que el futuro sólo sea una prolongación continua de ese tiempo pretérito que no ha de volver.

Siempre he creído que nunca se olvida, y tal vez por eso Neruda decía “qué largo es el olvido”; pero, personalmente, hace tiempo que me propuse que el recuerdo pudiera ser como el contenido de un saco que uno lleva consigo de por vida. Pero ese saco hay dos maneras de llevarlo.

Una, los que lo cargan a su espalda para que no entorpezca el caminar siendo un obstáculo. Muy de vez en cuando uno se detiene, pone ese saco ante sí, lo abre y hurga dentro de él para, como dice Benedetti, revisar cuanto de bueno y malo nos ha acontecido para ver que nos enseñó la experiencia de lo vivido. Y una vez comprobada, se vuelve a echar al hombro para continuar al camino.

Otra, los que se empeñan en llevarlo asido delante de ellos, ante sus piernas, tropezando continuamente con él sin que puedan avanzar mucho porque viven del recuerdo, y sobre todo de los recuerdos que dejaron cicatrices “imposibles de borrar”, como canta el bolero. Estos son los que, anclados a ellos, no pueden mirar hacia delante, haciendo de su futuro una perpetua incertidumbre, acobardados por sus viejas heridas y sus miedos.

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Quizás se nos olvida detenernos para abrirlo y comprobar que nos hizo tropezar la primera vez. Aun así, prefiero tropezar de nuevo a no hacerlo jamás, porque quien no se cae no se levanta, lo que es, en cierto modo, una buena señal. No lo controlamos todo y eso nos hace, en contra de los que creen que es una debilidad, sumamente humanos.

Quien analiza y racionaliza en exceso su vida es como el que lleva el saco delante. Siempre se estará oponiendo sistemáticamente a que la vida suceda como lo ha de hacer, previniéndose de antemano. No siempre las experiencias pasadas pueden marcar a las que están por venir. Nada en nuestra vida es igual, ni siquiera semejante… sobre todo en lo que a sentimientos se refiere.

De niños aprendimos a que no hay que meter los dedos en un enchufe una vez que lo hicimos y recibimos la descarga. Aprendimos a nadar cuando nos caímos en una piscina y supimos que nos habríamos ahogado si alguien no nos hubiera rescatado a tiempo. Aprendimos muchas cosas, sí. Cosas que estimularon nuestro instinto de supervivencia. Pero lo que tal vez no nos quedó claro es que eso no es aplicable a otros aspectos de la vida. Si el temor al pasado nos inmoviliza en un sillón para no correr el peligro de que nos vuelvan a herir, nunca sabremos si hubiéramos sido heridos o no. Si las posibles nuevas cicatrices pudieron ser caricias.

Quien se encierra en su caparazón por recelo a lo que la vida nos pueda traer de doloroso, está negándose a la vida misma pero hay que seguir aprendiendo de ella. Con cada acierto. Con cada fallo.

Nunca hay que cerrarse la puerta. No me conformo con ganar pequeñas batallas para sobrevivir atrincherado, sino en ganar la guerra; y ésta suele estar ante todo dentro de nosotros mismos. Si no salimos al mundo a pecho descubierto, éste no va a venir a buscarnos a casa, y si no aceptamos el reto de vivir tendremos pasado pero no porvenir…

© P.F.Roldán

Tantas veces oída, tantas veces bailada, pero qué pocos conocemos su letra:
Gloria Gaynor:I Will Survive

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