25 de agosto de 2008

el sosiego



Todo está en calma. El silencio es absoluto en medio de esta nada que es tanto porque aquí comienza el Parque Natural de Calblanque y que, conforme se avance hacia el este, se irá haciendo más exuberante, como ya se empieza a adivinar al fondo; siempre acariciado por la mar que bate las olas en él.

En sus estribaciones, dos farallones emergen como dos guardianes ante la especie de puerta que forman entrambos, para dar paso al sosiego que hay al dejar atrás el tráfago de coches, personas, rutinas… Es media tarde y el sol ya no molesta para un paseo tranquilo. Al contrario, lo inunda todo con una luz casi mágica en la que los verdes son más brillantes y hasta el violáceo de la láguena -que es como aquí llamamos a esa clase de roca pizarrosa - se irisa desde los grises a los púrpuras casi morados.

Culebrean por el sendero, invadiéndolo, plantas rastreras glaucas y carmesíes, entremezclándose como una rara alfombra de contrastes, que apenas si levantan dos centímetros del suelo mientras sobrepaso el tronco seco gris plomo casi negro de una palmera a la que debió cercenar un rayo y a la que ahora medio se abraza un granado solitario en plena floración, rojo intenso, rodeado de palmitos y de gramíneas asilvestradas ya amarillentas desde los primeros calores de finales de abril.

El mar está ahora azul intenso allá lejos, porque le roba su color al cielo que está magnífico esta tarde.

Vuelvo a ver la foto de esas rocas. Una de las del medio centenar que hice en ese largo paseo que culminó en la cumbre del Monte de las Cenizas -la paz casi absoluta- que ya conocéis en este blog los que nunca habéis estado en él.

Para qué decir lo que despiertan en el pensamiento al verlas cara a cara, como ajenas a lo que las rodea, sobresaliendo solas pero juntas en mitad de ese trecho llano antes de que empiece la sierra en sí.

Daría hasta lo que no tengo para, en una noche de novilunio, sin luz que las delate ante los escépticos, ser el portador del sortilegio que, sin miedo a lo imposible, les permitiera por fin abrazarse cuando nadie las viera y fundirse en una sola, porque por un instante imagino que ése es su eterno deseo. Tal vez la palabra mágica fuera “fe”, que dicen que mueve montañas.

Tendré que comprobarlo un día de estos.

© P.F.Roldán

Fugees:Killing me softly

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