25 de agosto de 2008

sobre héroes sin tumba



Monumento a los Héroes de Cavite y Santiago de Cuba, inaugurado en abril de 1923 por el rey Alfonso XIII (quién habría de decirle que saldría hacia el exilio desde aquí ocho años justos después) y el dictador Primo de Rivera. Se dice que el único que existe dedicado a aquellos en todo el mundo.

Si Cavite y Santiago fueron las tumbas del colonialismo español allende mar, allá por 1898, es éste, un obelisco para conmemorar las derrotas de los últimos que defendieron Filipinas y Cuba.

Monumento porque casi todas las dotaciones de los buques hundidos eran cartageneras o habían embarcado en la Base Naval de Cartagena.
“Anti-monumento”, si se puede decir así, porque en vez de erigirse para celebrar victorias es el metafórico mausoleo en memoria de cuantos dejaron allí lejos sus vidas por seguir defendiendo un imperialismo que nos quedaba ya muy grande en una España subdesarrollada, con grandes desigualdades sociales e innumerables problemas internos.

¿Alguien les preguntó si querían ser héroes por defender unas tierras de las que sólo sacaban beneficios los potentados de las altas esferas de la metrópoli?

Qué fácilmente se nos llena la boca muchas veces para hablar de patriotismo cuando los héroes muertos son los otros. Héroes a la fuerza, salvo la oficialidad de las naves en cumplimiento del deber de su oficio, porque las familias más humildes no tenían recursos para pagar el canon que los librara de marchar a la guerra, como sucedía con los hijos de las familias pudientes. Hecho éste que, diez años después, condujo a la Semana Trágica de Barcelona, donde se amotinó el pueblo, cansado tras los desastres del 98, de ser como siervos de la gleba medieval, contra el Gobierno de Maura que, ante la pérdida de las otras colonias y no resignado al descrédito internacional como potencia, buscaba expansionarse en el norte de África, enviando tropas –compuestas en su mayoría por quienes no tenían los 6.000 reales para librarse- para defender el honor patrio pero, en el fondo y como siempre, más bien los intereses mercantilistas de dos aristócratas, Romanones y Comillas, que construían una línea de ferrocarril desde Melilla a las minas de Beni-Buifur y que había sido atacada por los cabileños de la zona, hartos de colonialismo. Un pequeño incidente que tendría a toda España inmersa durante 18 largos años en otra costosa guerra, y sobre todo en vidas. La Guerra de Marruecos.

Se huele a sal.Todos paseamos por ahí infinidad de veces. Arriban continuamente cruceros con turistas de diferentes nacionalidades. Las terrazas están llenas de gentes que ignoran que el mar que ven, a pocos metros del monumento de esta plaza -la cual se alarga en una inmensa explanada hasta el cantil del puerto-, guarda también en el fondo de sus aguas la barbarie de otra guerra. Casi quinientos cuerpos.
Por un lado los casi doscientos marinos y guardias civiles asesinados en 1936, en el España número 3 y en el Río Sil, a la altura de Cabo Tiñoso, por considerarlos afectos al alzamiento franquista; por otro, los casi 300 marineros republicanos de la dotación del Jaime I, que se hundieron con él en la bahía, en 1937, tras una tremenda explosión en el interior del acorazado que ya venía remolcado desde Almería, tras haber sufrido el impacto de tres bombas.

Y, triste realidad, no tenemos ni un solo monumento en nombre de la Paz. Sólo hay una corta y estrecha calle sin salida dedicada a ella en la zona del Ensanche. La paz no da héroes a los que ensalzar grandilocuentemente. Todo lo más, y no en todos los casos, a los demás se les levantan unos minúsculos, casi ridículos, pilares con un busto y una pequeña placa, pero pasan tantas veces desapercibidos en los rincones de la ciudad...

La paz no resulta tan gloriosa, se gane o se pierda, y aunque sea el anhelo de las mayorías y la beligerancia el afán de poder unos pocos; así que todo lo demás sólo se queda en una decorosa ilustreza mal premiada.

© P.F.Roldán

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