1 de agosto de 2008

océano en el cielo


Me gusta la voz de Eva Marton interpretando la nana de El Sueño de una Noche de Verano. Siempre que la escucho y cierro los ojos, me viene a la imaginación todo ese mundo shakesperiano de juguetonas hadas con su reina Titania siempre a la greña con el rey Oberon y su confidente, el duende Puck. Las historias de los mortales enamorados se quedan en un segundo plano, aunque sean inseparables de las de los fantásticos seres porque los acontecimientos que viven esa noche son por causa de la rivalidad entre los mitológicos reyes. Prefiero la parte del mundo de los sueños porque la del real nos es muy conocida aunque no intervengan seres mágicos, pero son tantas las veces que acaban así, como el sueño o la pesadilla de un momento, sea cual sea la estación… Terminen bien o mal.

Sin embargo, medio adormecido esta noche, más bien atontado por el exceso de diazepam, y por no sé qué capricho de mi subconsciente, o tal vez por las pastillas, tu imagen se entrecruza en mis ensueños.

Estoy tirado en el sofá y no quiero recordar lo que tengo más que olvidado, así que me levanto perezosamente con las piernas flojeándome y voy a buscar el dvd de la versión que Hoffman hiciera hace casi una década de la comedia. Mucha gente aborrece las películas basadas en guiones de los clásicos porque les parecen aburridas; mas a mí me gustan, especialmente ésta que me devuelve al mundo de los sueños. El reparto es tan genial además. Ver juntos a Kevin Kline, la Pfeiffer, Rupert Everett o a Calista Flockhart es una gozada, al menos para mí.

La pongo sin sonido. He dejado en repeat la lullaby de la Marton. Necesito dormirme en paz, escuchando esa canción de cuna, a sabiendas de que nunca volveré a despertar.

Me da vueltas la cabeza, como si se quisiera ir por momentos, que sigue jugándome malas pasadas. ¿Suena el cd de la Marton o es Mercedes Sosa cantándole a Alfonsina Storni? No. Es la soprano una y otra vez, aunque empiece a ver seres marinos flotando a mi alrededor.

En un fugaz instante soy consciente de que me estoy yendo por momentos. Es tan fugaz como el flash de una cámara de fotos. Apenas un segundo ¿dos?

Me parece oír el pulso de las carótidas. Tengo la impresión de que decrece vertiginosamente. Ya no oigo la música, sino a mi cuerpo del que voy saliendo lentamente. Arrebujado bajo la pequeña manta en el sofá, ahora ya no sería capaz de mover un solo músculo. He intentado alargar el brazo para fumar mi último cigarrillo, con los ojos entreabiertos, pero los párpados se descuelgan y los brazos ya no me obedecen. Es un instante dulce. Un inmenso océano lleno de coloridos seres parece invadirlo todo, hasta el cielo. A su alrededor va creciendo, agigantándose, una espesa oscuridad, sólo rota por fulgurantes y breves estallidos de extrañas luces. Todo se hace borroso. Y de repente un espantoso grito.

Es mi propia garganta la que chilla. Me he despertado empapado en sudor. Las sábanas y la almohada están húmedas. No puedo reaccionar y saltar de la cama. Oigo tus gruñidos por haberte despertado y, sin girarte ni preguntarme, cómo me chistas reiterada y quedamente, más por recuperar tu sueño que por mí. En otro tiempo me habría abrazado a ti, huyendo sobre tu pecho de la pesadilla. Hoy ya no. Siempre he prestado mucha atención a todo lo onírico, porque son como presentimientos que se me han ido cumpliendo a lo largo de mi vida; y esta madrugada sé con absoluta certeza que, cuando me despierte de nuevo -si consigo conciliar otra vez el sueño-, te diré adiós para siempre.

© P.F.Roldán

Mercedes Ferrer:Adiós

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