28 de agosto de 2008

noches oscuras


No hay un solo cine en el casco urbano de Cartagena. El más entrañable, y quizás también el más lujoso -con sus terciopelos, artesonados y frisos, columnas de orden jónico que sustentaban el palco de platea, y sobre él un gallinero que en nada desmerecía al resto-, fue el cine Central en el que no me perdí, amén de una extensa filmografía variopinta, ni una de David Lean: El puente sobre el río Kwai, Lwarence de Arabia, La hija de Ryan, (Doctor Zhivago la pasaron en el Mariola)… pero para su última película, Pasaje a la India, ya vivía en Valencia, y para entonces había leído la novela de Forster; de todas formas, el cine había echado por esas fechas las persianas definitivamente. Siempre me frena un poco leer un libro y ver luego la versión cinematográfica; tanto como a la inversa. He sufrido alguna que otra decepción.

Para ejemplo, Muerte en Venecia, de Visconti. Mientras que la película a muchos le pareció un tostón por lenta y por ser un tanto escabrosa en 1974 al contar la historia de un hombre maduro enamorado de un adolescente, a mi la música de Mahler y la estética viscontiana -siempre impecable- me sedujeron; mientras el libro homónimo, de Thomas Mann, del que se había extraído el guión me costó digerirlo. Será aquello de que una imagen vale más a veces que mil palabras.

Llamado en sus comienzos Cine Sport, del Central, edificio ecléctico en su exterior, con un poco de modernista y un mucho de racionalista, hoy aún se desconoce el destino que se le dará, tapiadas casi todas sus ventanas casi tres décadas y dando más de un disgusto a los patrimonialistas de esta ciudad por los contubernios entre algunos dirigentes de varios partidos que, aun manteniendo enconadas posturas políticas fruto de sus siglas, se confabularon en una más que supuesta trama para derribarlo y hacer lo que les viniera en gana. Se habló de un centro comercial, de un pabellón deportivo, de viviendas…

Sólo sé que unos de los obituarios de Blanca, en el periódico El Faro del 22 de febrero de 2004, un periodista al que no voy a citar por amistad, pero ahí están las hemerotecas, llegó a decir que Blanca le había contado que ese tejemaneje la había terminado de hundir en sus últimos días, perdiendo la fe en sus compañeros de camino en la política ya que alguno de ellos estaba involucrado en la historia.

Cartagena vive una permanente noche oscura. Salvo los cuatro bares de copas de la zona del Ensanche y tres discotecas para veinteañeros, el resto de cafeterías, bares y restaurantes cierran antes de medianoche. Así que no hagamos nada para intentar cenar después de las 23 horas. Cerraron los cines de toda la vida: Mariola, Máiquez, Principal, Sala Azul, Carlos III, Alfonso XIII, y más recientemente las novísimas multisalas de los centros comerciales: las Ábaco y las de Espacio Mediterráneo, quedando sólo las de Mandarache, a las que fui a ver la última de la Coixet, Elegy, y éramos una veintena de espectadores; con lo que no sería de extrañar que echaran también el cierre un día de estos.

El único cine que sigue funcionando en el Centro es el Teatro Circo, un todo terreno. A veces no hay cine porque viene alguna compañía de teatro a dar un par de representaciones; cuando no, los carnavales celebran su certamen de chirigotas, o las ediciones internacionales de jazz, o lo que sea, menos cine a diario.

Inconcebible en una ciudad que está en el “club” de las 25 ciudades más grandes de España. Inconcebible y vergonzoso cuando, una vez finiquitado el estatus de ciudad militarizada, se pretende que sea un destino turístico de primer orden. No es de extrañar que atraquen los cruceros por la mañana y, vistos nuestros monumentos, partan al atardecer hacia otro puerto.

La ciudad al oscurecer, a partir de que empiezan a cerrar los comercios, languidece; es como si entrara en el letargo. No hay nada que hacer, a no ser que te apetezca dar un paseo nocturno por el muelle, al borde del mar. Con un poco de suerte quizás puedas tomarte una cerveza o una copa en el par de garitos que hay y a los que de cada vez va menos gente porque a esas horas comienza el desfile de putas hacia sus dominios: el Puerto y la Cuesta del Batel.

“¿No sueles salir?”, me preguntan amigos y conocidos que nunca han estado en Cartagena. Y yo me respondo que a dónde si no es durante el día.

Aquí las noches son oscuras.

© P.F.Roldán

Mahler:Symphony No.5 Adagietto

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