20 de agosto de 2008

las edades


En nueve días, mi quincuagésimo sexto cumpleaños. ¡56 años ya! Y me siento feliz de estar aquí; de todo lo sucedido en tanto tiempo porque, bueno o malo, mediocre o espléndido, todo ha contribuido a que crezca y a eso no le puedo poner precio, porque la vida no se puede evaluar como una mercancía cualquiera.

De lo vivido no me arrepiento de nada. No hay duda de que muchas cosas habría sido mejor no hacerlas, no vivirlas, no pensarlas o decirlas… pero ¿sería quién y cómo soy? Porque de todo he aprendido y seguiré aprendiendo mientras siga viviendo con ganas de Vivir. Hasta de los fracasos, de las derrotas, de los naufragios. Así se pasa por este mundo, como cuando nos subimos en una montaña rusa sólo que ésta dura tanto como la vida misma. Ahora arriba, ahora bocabajo; ahora el vértigo, o el cosquilleo, o la lenta ascensión para volver a bajar y a subir. A veces con temor, otras riéndonos de él y gozando de la travesura de la aventura. Instantes de alegría, hasta de euforia; momentos de pena, hasta de dolor intenso. ¡La vida! Siempre sorprendiéndonos como un mago de feria o un malabarista. A veces con actuaciones impecables; otras perdiendo la paloma de la chistera o con los bolos para cada lado, pero sabiendo que mañana podemos volver a hacerlo mejor, que malos días los tiene cualquiera.

Cada mañana doy gracias por volver a ver la luz; cada noche por el regalo de haber disfrutado de un día más que, positivo o negativo, forma parte del equipaje con el que llegaré al último que se me dé. Nunca lograré la perfección, la felicidad absoluta, el conocimiento de todo lo que hay por descubrir, pero seré más perfecto, habré conseguido ser más feliz y sabré unas cuantas cosas más. Todo lo absoluto es una entelequia que, aunque deseable, no es posible. La vida no es ni una carrera a galope tendido ni una batalla contra uno mismo ni contra el mundo que nos rodea para ser lo más de lo más sobre un movedizo pedestal, sino un camino que hay que recorrer buscando ante todo la serenidad que nos haga mejores, algo más sabios y un poco más agradecidos por todo lo que conseguimos con nuestro esfuerzo diario al estar aquí.

Siempre lo repito. Creo, incluso, haberlo escrito ya pero es una regla de mi vida cotidiana que no puedo soslayar nunca:
Se es más feliz valorando lo que se tiene en el presente que deseando imposibles, aquello que no se tiene y posiblemente no se tenga jamás sin ver que lo que hemos logrado es tan valioso como lo que iremos consiguiendo. Cuántas veces maldeciríamos al Cielo si éste nos concediera todo lo que le pedimos, porque en ocasiones somos tan caprichosamente volubles y cerriles y nos obcecamos tanto que nos negamos la alegría de vivir por empecinarnos en lo que tal vez no sea conveniente, sin querer comprender que lo que ha de ser para uno, así será.

Y no es resignarse. Quien me conoce bien sabe que aborrezco la resignación; pero tanto como odio la apatía. Y es que vivir es un trabajo diario -a veces fácil, a veces duro- porque quien nada siembra, nada cosecha y a la única conclusión a la que personalmente llego siempre es que se acaba siendo como se vive y viviendo como se es. Y si retrocedo en mi tiempo, cuánto he ganado en todos estos años, y lo que espero que me quede por ganar en los venideros.

Sólo deseo seguir aprendiendo, como hasta ahora… y que la vida me siga regalando el don de la sonrisa del que hablaba hace pocos días, y poder entregársela un día a quien la quiera compartir conmigo.

© P.F.Roldán

Violeta Parra:Gracias a la vida

No hay comentarios: