21 de agosto de 2008

in memoriam



Blanca era especial. Podría decir lo mismo si no hubiera sido mi hermana -como un cartagenero más- porque así me lo dicen a diario otros muchos que la llevan en su recuerdo en el que sigue viva, después de cuatro años y medio, como en bastante de la memoria colectiva de esta ciudad.

Poca gente que yo conozca, o haya conocido, ha vivido con tanta entrega y generosidad, casi sin tiempo para ella misma.

Nos burlábamos de ella cariñosamente con su “tengo prisa, tengo prisa”, diciéndole que parecía el conejo del cuento de Alicia, porque no paraba jamás… sólo que esto no era para Blanca el País de la Maravillas.
Entregada casi por completo a defender con uñas y dientes el Patrimonio de la ciudad, siempre en vilo por las decenas de atentados continuos, que la llevaron a meterse en política para luchar desde dentro de las instituciones sin que le gustara un ápice ese mundo. Era tan poco lo que le entusiasmaba que cuando, una vez concejala, la entrevistaron en La Verdad no se cortó en decir que los políticos eran todos unos “chorizos” (sic). Pero iba ganando pleitos, como el que interpuso por la losa de hormigón sobre el yacimiento púnico de la calle de la Serreta; al igual que iba perdiendo otras escaramuzas, como cuando no consiguió que se paralizara la demolición del modernista Convento de las Siervas, llevado a cabo con alevosía un sábado de agosto cuando la ciudad se vacía hacia las playas.

Su pasión, su profesión de arqueóloga que le deparó la fortuna de descubrir el Templo de la Tríada Capitolina en el Cerro del Molinete unos pocos años antes de entrar en el Ayuntamiento. Ese cerro fue su caballo de batalla. Antiguo barrio chino de Cartagena y ya casi demolidas las viviendas, en 1995 se iniciaron las preceptivas excavaciones, encontrando en ellas lo que muchos otros arqueólogos consideraron entonces, ante la magnitud de los hallazgos, como una nueva pequeña Pompeya y, sin lugar a dudas, la Acrópolis fundacional de lo que pudo ser la Qart-Hadast púnica.

Ante el empecinamiento municipal de recalificar el suelo para construir sobre los yacimientos, a pesar de que el SEPES se desmarcó de aquella aventura caciquil, fundó la Coordinadora para la Defensa de El Molinete y en 1998 arrastraba tras de sí a tres mil personas para manifestarse en contra del ladrillo en la cumbre del cerro. Ni antes ni después han conseguido reunir a más de una cincuentena de ciudadanos para eso.
Si Blanca tenía otra virtud era la de ser carismática porque, como dice Aniorte en su libro “El Molinete, un barrio en lo alto” sobre ella, creía en lo que hacía y transmitía ilusión. Y consiguió paralizar todo aquello y a fecha de hoy se ha conseguido un replanteamiento del proyecto y se está conformando un Parque Arqueológico.

Pero no era su única dedicación. La podías encontrar con sus tres hijos a cuestas siempre, cuidando de mi madre, de mi nonagenaria tía Lola, de su propia familia; al igual que en cabeza de una manifestación contra la guerra que aporreando el vallado del ruinoso, entonces, Palacio Consistorial cada sábado a mediodía, secundada por decenas de cartageneros que pedían la rehabilitación de esa otra joya del modernismo cartagenero. Al final, justo cuando ella ya estaba ciega e inmovilizada, el Ministerio de Fomento le quitaba la vez a la desidiosa corporación municipal, emprendía la rehabilitación -de la que le pude dar la noticia, sabiendo que se iría con una alegría- y desde hace año y medio, en todo su centenario esplendor, se ha recuperado lo que ya nos temíamos en el suelo.

No podía estarse quieta. Rabo de lagartija hasta el final, llegó a cartearse con la Reina –algo que muy pocos saben- pidiéndole y recibiendo apoyo para la arqueología de Cartagena. De hecho, y me emociona, cuatro años y medio después de su muerte ADEPA (la Asociación para la Defensa del Patrimonio) sigue manteniendo en su web http://www.adepa-patrimonio.org/ en la página principal, el obituario que entonces escribieron porque esa pasión que sentía por la arqueología fue y sigue siendo un referente para cuantos a ella se dedican. No pasó en balde por la vida.

Sólo muere lo que se olvida. Cuántas veces me habéis oído decir esto, pero es lo que siento. Sobre todo cuando compruebo la impronta que Blanca ha dejado en tanta gente que ama esta ciudad por la que ella, que también la amaba, dio casi por completo su vida.

© P.F.Roldán

Les Petits Chanteurs de Saint-Marc:In memoriam

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