23 de agosto de 2008

agosto, tarde de sábado



La ciudad está desierta.
Como en una torre de babel, se escucha casi más inglés, francés o alemán que castellano, y eso en las zonas monumentales o museísticas y en la ineludible calle Mayor porque es paso obligado de todos los que nos movemos por la ciudad vieja, y que es donde más se nota ese efecto idiomático en las terrazas de sus cafés y bares… excepto en el pequeño reducto del viejo Casino, en el que mucho anciano oriundo sale en pequeños grupos de amistades a tomar “la fresca” al caer la tarde, repantigados en los decimonónicos sillones de mimbre, horchata en mano.

Me he parado unos minutos a saludar a Manola, una señora octogenaria de las que conoces de toda la vida, que vive a dos edificios del Casino del que es asidua. Me decía que ya se fue a “tomar los barros” para el reuma en el Mar Menor, en junio; que ahora es cuando de verdad se está a gusto en las calles sin esos agobios de paseantes invernales que se acercan al Puerto para aprovechar un rato de sol.

De allí venía yo precisamente. Me he acercado a ver los preparativos de la Med Cup, que inicia aquí su quinta etapa de la regata el próximo lunes. Sólo era una excusa, aunque me gustan los barcos, porque lo que de verdad me atrae como un imán es la mar.

Es agradable hablar con Manolita. Es de esas mujeres cultas con las que puedes conversar de todo.
Se ha puesto algo enfurruñada porque, cuando le he dicho de donde venía, me ha saltado conque no hay derecho que el trofeo se haya bautizado con el nombre de Región de Murcia, cuando en Alicante se llama como la ciudad y no Comunidad Valenciana. Ella es cartagenera de pura cepa y hasta la médula; algo más frecuente en la gente mayor que en los jóvenes; estos más despreocupados de esas cosas del politiqueo.
Pero salta de un tema a otro, siempre crítica como todas las personas de más o menos su edad y que, además, han conocido lo que ellos llaman “la Cartagena que se nos fue”. Está también muy disgustada con el recientemente inaugurado Museo del Teatro Romano. Te habla de Moneo, con la misma soltura como otra lo podría hacer de su vecina de arriba, y dice que se ha lucido; que vive de las rentas de su fama. Que hace unos años estuvo en Mérida y que allí sí que hizo un edificio de envergadura para el Museo Nacional de Arte Romano, no como esta “piltrafilla” (sic) que nos ha colado aquí. Y que, de tan minimalista, parece que está vacío con todo lo que tenemos para enseñar en él.

Hoy, cosa rara, está sola y no se explaya mucho. No es que le dé por hablar ex cátedra cuando está con las amigas, pero le gusta la tertulia, el debate que las otras le montan cada vez que argumenta porque es bastante radical pero sin ser taxativa.

La he dejado para acercarme al supermercado, como todos los sábados. Y entro en la plaza de san Sebastián y el vacío se nota más cuanto más te alejas de la calle Mayor. Un par de almas y, a pesar de ser sábado y por la tarde, los obreros que están en las obras de peatonalización, trabajando a marchas forzadas porque en breve la ciudad volverá a ser un hervidero, pero ya se sabe que hay para un año por lo menos.

Me doy cuenta de que, como a Manola, me agrada que no haya tanto trasiego y no envidio a los que están ahora en la playa, buscando un metro cuadrado en el que plantar la sombrilla y las toallas en la arena. Me he reservado para más adelante una semana y pico y quisiera disfrutarla saliendo de la ciudad… a ser posible, lejos de ella… donde pueda, entre otras cosas, respirar aire puro entre hayedos, robles y avellanos, mezclados con arces, tilos, fresnos, castaños y nogales...

© P.F.Roldán

Texas:Summer Sun

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