27 de julio de 2008

madres que son madrastras



Raro es que me siente delante del televisor, pero esta noche, por esas cosas de un sábado aburrido en casa, he encendido el aparato y me ha enganchado un debate en el que madres acusaban a sus hijos de malos tratos. Alguna de ellas incluso decía haber presentado hasta denuncia en Comisaría, según los informes que tenía la coordinadora del programa de marras. Y no niego que habrá, por desgracia, casos verídicos. Los malos tratos están a la orden del día... pero éste olía a tremendismo, como a relleno de programa veraniego al que le faltaran otras noticias.

Los contertulios, esa ralea de famosuelos metidos a periodistas, clamaban al cielo contra esos hijos degenerados. En unas tres entrevistas pregrabadas, un psicólogo daba explicaciones peregrinas sobre el asunto, con ese lenguaje tan propio de quien proyecta sus propios traumas; en otra una madre se quejaba amargamente del comportamiento agresivo de su hijo; en una tercera uno de esos hijos trataba, sin éxito, de explicar el por qué de ese comportamiento. Y digo sin éxito porque ya lo habían condenado los vocingleros mediáticos.

Me recordaba esos programas de prensa rosa donde otros, que también se dicen periodistas porque hurgan en las vidas ajenas, buscando sus miserias, atacan con saña hasta el acoso y derribo, juzgando sin imparcialidad al entrevistado porque una vez fue infiel y eso ”está muy mal”, o porque se sale de los parámetros que impone una sociedad intolerante que denosta sin piedad al que rompe sus reglas. Lo hacen sin pudor ante millones de personas ávidas de morbo, sirviéndoles en bandeja la carnaza que el público espera ansioso, y encima éste opina a través de mensajes sms, que te colocan en la parte baja de la pantalla, con insultos y calumnias, a favor o en contra de ese entrevistado de turno.

Lo de esta noche no tiene nombre. Psicología barata, moralina despreciable, y compasión por esa madre que cuenta su versión, sin que nos den objetivamente la del otro, con cierto aire angustiado pero sin una lágrima, sin una sola mueca de dolor. Nada creíble la señora, muy “puesta” y recién llegada de la peluquería para salir ante las cámaras a vender su historia sin ninguna vergüenza; y encima la tildan de valiente por dar la cara.

Si hubiera estado allí, le habría dicho cómo es su cara y habría arremetido contra ella, no contra su vástago, como la típica madre posesiva y castradora, más madrastra que madre, que martiriza a su propio hijo hasta límites insospechados. Los ojos y la voz, la forma de mirar y de contar, delatan a según qué gente. Y esta señora ha dado la imagen de las que se creen con todo el derecho a manipular por el simple hecho de haber parido, como si eso la convirtiera en propietaria para cebar sus frustraciones en lo que tiene como su posesión por no sé qué derecho fisiológico, sin dejar que el otro tenga el mínimo derecho al pataleo o incluso a la rebeldía ante una situación insostenible por insoportable.

Sería de cínicos negar que hay madres crueles que nunca han ejercido de madres, que las hay infames, o arpías cizañeras, y hasta monstruosas parricidas, como salía en un telediario esa joven de una aldea de la España profunda que ha asestado no sé cuantas cuchilladas a su bebé nacido hace diez días, antes de tirarlo a un descampado.

A algunas el "ser madres" parece que les da un derecho similar al de los antiguos señores feudales para disponer de la vida de su hijo, indiferente la edad de éste, sin que éste les importe algo más que aquel sacrosanto polvo en el que lo engendró y, como consecuencia, un doloroso parto que te echan en cara toda su vida.

Posiblemente tienen un marido alcoholizado que las maltrata, o que las engaña o las ha dejado; posiblemente una economía que no les da para vivir como las artistas que tanto envidian en las revistas; posiblemente una cuñada o una vecina que les refriegan las últimas y paradisíacas vacaciones que ellas no se podrán permitir nunca… y, como alguien tiene que pagar sus desdichas, a sufrirlo el más débil; el que será condenado de antemano por faltarle el respeto a su progenitora, la cual bien se encarga de airear la historia. Pero ¿ésa es la verdadera historia?

A mí no pueden engañarme. Paso ya de los cincuenta con una madre octogenaria por la que no siento odio pero a la que jamás podré perdonarle la mala vida que me ha dado y a la que no lloraré hipócritamente cuando se muera. La lloraré porque soy carne de su carne y sangre de su sangre, y mis lágrimas serán por la madre no por la persona. Y la echaré de menos y me dolerá su ausencia... pero eso no evitará que sienta que nunca supe lo que es tener madre, ni lo que es haber tenido infancia ni adolescencia; y que, aún ahora, pese a las edades, sigue intentando gobernar la vida de cuantos la rodeamos sin preocuparse jamás de nuestras cosas, de nuestros problemas; siempre egocéntrica sólo nos usa para sus necesidades entre quejumbres de sus malengues sempiternos. Toda su vida igual. Una matriarca heliocéntrica y el marido, los hijos, las amistades... sus planetas.

Así es a veces la vida -afortunadamente las menos- y no como la pintan esos realities basura, que, sin profundizar en nada, encima van de intelectuales porque han encontrado “especialistas” o “enteraillos” en la materia a los que no conocen ni en su casa.

© P.F.Roldán

Zbigniew Preisner:Les Marionettes

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