28 de julio de 2008

¿desamor o estupidez?



Hay personas cuya enfermedad es la estupidez a pesar de que nos intenten hacer creer que es el desamor porque, aunque les sirven en bandeja de plata, no ya el amor sino una incondicional amistad, desprecian ésta sin explicaciones tras dos o tres intercambios de pareceres con incontables y desconocidos interlocutores, para luego seguir regodeándose en la soledad que dicen sentir y en el continuo abandono al que parecen sentirse irremediamblemente abocadas, una vez que se les han puesto los puntos sobre las íes. No quieren realmente escuchar que hay esperanza; no les importa que alguien les coja aprecio y que incluso llegue a quererles sin pedir, y menos pues exigir, nada a cambio. De aceptar eso, se quedarían sin heridas que relamerse frente al gran público ante el que exhiben sus continuos males de amores. Dejarían de ser personajes de tragedia griega o de novela romántica. Se han hecho a sí mismos para ser eternas kareninas, chatterleys, lammermoors o bovarys. En sus venas corre, ficticia, la sangre del drama en la que han convertido conscientemente su vida, que no sería vida para ellos sin ese halo de tragedia.

Buscan la compasión ajena pero no hacen nada para remediar su situación. No buscan realmente comprensión, ayuda, afecto sincero en sus potenciales cómplices, oyentes o lectores. Su única finalidad es el victimismo desde una perspectiva egocéntrica del dolor que dicen sentir. Pero ¿realmente buscan solucionarlo?

Hay quien goza en su pena y el paroxismo del placer es colocarla en el escaparate para despertar, bajo la apariencia de reflexiones insolubles, el cariño ajeno al que nunca corresponden porque no desean paliar sus reiteradas desgracias, adornadas de todo tipo de ditirambos sobre su capacidad de soportar los tormentos que se ceban en sus vidas.

Quien sufre desamor de verdad, sin hacer de él sólo literatura personalista, se confía a sus íntimos o, haciéndolo público, se abre a la posibilidad que esto les brinda de ser escuchados por otros. Mejor o peor llevado, trata de encontrar la luz al final del túnel y poner soluciones. No se revuelca en sus desgracias hasta el infinito con propios y extraños, haciendo seudo ensayismo metafísico de su sufrimiento.

No muy en el fondo, lo único que al final y después de todo hay es desamor hacia sí mismo. Falta de aceptación de la propia realidad. Dicotomía entre el que se es exteriormente de cara a la sociedad en la que se mueven y el que quisieran ser, aunque el que quieren ser es el que planta cara porque siempre aflora el que llevamos dentro y que no muchos aceptan por no enfrentarse a esa sociedad con la cabeza alta. Y, entonces, desde el anonimato, se explayan en dolores falaces porque son irreales. Sólo fruto de no asumirse y mostrarse, pues, como individuos capaces de salir al mundo en vez de refugiarse en ficciones, recreándose en rocambolescas contradicciones sobre la auténtica naturaleza de su verdadero yo.

Uno, a estas alturas, ya se pregunta si será masoquismo o exhibicionismo, pero sólo se concluye en que lo que hay, pese a todo y a la postre, es una muy baja autoestima. Sea cual sea la motivación que les alienta, la finalidad es querer demostrarnos que son tan especialmente diferentes a todos los demás que son como almas en perpetua pena a las que nadie logra encajar en ninguna parte, incluso aunque nos traten de hacer creer que son como todos y que ellos sí lo intentan una y otra vez. Pero lo cierto es que tiene que resultar desalentador querer a quien no se quiere una vez descubiertas sus triquiñuelas de eternos mártires.

© P.F.Roldán

Jorge Drexler: Hermana duda - Desvelo

1 comentario:

David Lepe dijo...

Qué buen texto. Estoy de acuerdo en mucho de lo que escribiste. A veces hasta se acostumbran tanto a sufrir, que ya no saben cómo ser felices o disfrutar la felicidad.