4 de julio de 2008

tormentas, tormentos



De muy niño siempre me intrigaron los pararrayos. En la cúspide de cúpulas, campanarios, edificios muy altos… me preguntaba cómo un fino y alargado palitroque de metal podría tener él solo la fuerza suficiente para soportar la embestida, la terrible sacudida de un rayo atronador.

No sabía entonces ni de Franklin ni de física. Sólo me preguntaba cómo aquella aguja podía protegernos de algo que me aterrorizaba profundamente y me hacía buscar refugio en la habitación sin ventanas que mis abuelos tenían en su alcoba, como vestidor, en los días de tormenta. Me acurrucaba entre la ropa, acuclillado en el fondo de un armario, hasta que escuchaba muy lejanos los truenos y ya no veía la luz de los rayos.
Con nada más que 5 años, había visto caer uno sobre el frondoso jacarandá que teníamos a escasos doscientos metros de la casa. No podré olvidar cómo lo tronchó por la mitad; la densa humareda; el estrépito; la tierra moverse bajo mis pies; mis lágrimas y gritos histéricos; la bofetada de mi padre; las jaculatorias de las mujeres de la casa…

Cincuenta años después me he ido convirtiendo en un pararrayos semoviente frente a las tormentas de la vida. Éstas no toman tierra por mis pies. La mayoría de las veces se quedan dentro que, aun capeando temporales buscando el socaire de los vientos que empujan las tempestades hacia mí, no puedo deshacerme de ellas con la misma rapidez con la que me invaden
Eso sí. Siento que me han hecho más fuerte y resistente aunque en muchos momentos crea que no voy a poder soportarlo. Duele mucho cada vez, aunque sea de distinta manera una de otra. En ocasiones he llegado a pensar que acabarían por partirme como aquel árbol, del que cada mayo admiro sus violáceas flores en algunos jardines de la ciudad. Aquel otro nunca rebrotó, abrasado hasta sus raíces. Para siempre, porque nunca fue arrancado, permanece su ennegrecido grueso tronco.
¿Estará así de negra mi alma a pesar de que resisto los embates y sigo en pie?

No lo sé. Continúo enhiesto frente a todo, pero algo me dice que no soy el mismo: es como si me hubieran consumido en gran parte la alegría de vivir, la esperanza, la fe en los demás… Y que aunque, dentro de mí, hay una voz que me incita a no rendirme, y a pesar de esa fuerza que me han dado los años, voy perdiendo la confianza en que esto tenga sentido cuando contemplo el inmenso vacío exterior que otros llenan de cosas superfluas para engañarse y contentarse.

© P.F.Roldán

Dúo Dinámico:Resistiré

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