27 de junio de 2008

el tren de las mareas de la luna llena




Ha sonado el móvil. Ha sonado sin estridencias porque me desagrada molestar a los compañeros casuales de viaje y he bajado el sonido. Era Carmen, mi hermana pequeña. También sin estridencias. Blanca, mi hermana más querida, tiene los días contados sin que se nos diga hasta cuánto hemos de contar. A partir de hoy, ya no sabremos las semanas, los días, las horas... Desazonado, incrédulo, acongojado; revuelto mi ánimo entre incoherentes paradojas, diversas y adversas, he colgado. Y estoy solo en este tren, rodeado de pasajeros, así que escondo las lágrimas que, furiosas, quieren, y consiguen, fugarse a borbotones. Llevo solo demasiado tiempo como para exhibir mi pena ante extraños.

Y aunque no existes todavía, necesito pensar en ti a través de tu sonrisa. Pienso en ti, que no sé quién eres, hasta el punto de haber dormido esta noche entre tus ausentes brazos, que me envolvían con ternura, sin dejar de sentirnos en la mutua mirada... hasta amanecer asido a la prestada almohada, como si de tu cuerpo se tratara, con tu nombre que aún no conozco entre mis labios y los párpados negándose a abrirse para no escapar del sueño de tan real tu tacto desconocido despertando al mío; de tan deseado el eco de tu voz que nunca he escuchado...

El vagón va lleno de viajeros y estoy solo. Sin embargo, presiento tu lejana compañía en el brillo empañado de mis ojos que, en mate, me devuelve el reflejo espejado de la ventanilla, fuera ya la oscuridad nocturna como si no existiera nada, a punto de asomar la luna llena en el horizonte.
Te escribo, a ti que todavía eres nadie, en las dos últimas hojas en blanco del libro de Auster que venía leyendo –El país de las últimas cosas–... y no sé qué se despierta a cada palabra que trazo. Ahora que la muerte ajena acecha ¿se me estará despertando el ansia de vivir lo desconocido, por remoto, tras meses de ignorar voluntariamente el mundo circundante? Tengo miedo. ¡Amé durante tanto tiempo, tantos años, mientras, fingiéndome amor, me tenían desamado! Porque sí: fui deseable y deseado; fui admirable y admirado... pero sólo sentí el frío en los adioses, aunque no odio –ni suyo, ni mío–, ni siquiera el amor que le tuve... ni el que juró haberme tenido.

Durante un fugaz instante, he visto este atardecer la playa de San Gabriel y, a pesar de que desconozco dónde puedas estar, sé que vemos distintos oleajes; pero en el reflujo de la resaca he querido creer que las aguas de nuestros respectivos mares se yuxtaponían hasta sobrepasarse en direcciones contrarias para acercarnos, como a los náufragos, mensajes de cresta en cresta de olas errantes, que son como barcos que se cruzaran con idéntico cabotaje.

La luna sale hoy más tarde y –como este cristal en el que estrello mi mirada de coraje contenido, hecho rabia en mis dientes apretados–, con su luz prestada transportará de parte a parte, por muy lejanas que estén nuestras orillas, los cinco sentidos, tuyos y míos, a ese lugar en el que nunca hemos estado todavía .

¿Qué ilusión es ésta que infringe todas las leyes conocidas, hasta las de la geofísica más elemental? ¿Tópicos? ¿Utopías? Acaso ¿vanas fantasías? Pero si es lunes tras un domingo plácido y relajante con mis amigos de Valencia. Lunes. Día poco propicio para fantásticas imaginaciones con su rutina tan agresivamente cotidiana... pero ¿es cotidiano que te notifiquen el desahucio de una hermana?

Así que me permito seguir soñando contigo en esta hora amarga. Y, aún horas después, siento el ignoto aroma de tu piel en la mía... y quisiera no haber despertado esta mañana hasta no saber cómo y dónde encontrarte. ¿Derrocharás tu sensibilidad conmigo un día, haciendo que despleguemos nuestra ternura entre palabras e iconos enredados, entrelazados en frases que quisiera adivinar ahora para sentir consuelo? ¿Cómo me llegará tu aliento? ¿Cómo transmitirte el mío?
Estás ahí, lo sé, en alguna parte. Aunque sea en ese país de las últimas cosas... Y te espero, como sé que estás esperándome... para compartir nuestras horas.

Empieza a despuntar la luna. Estamos llegando... y, aunque no estés en la Estación, sé que estarás conmigo porque, al regresar de nuevo aquí, he cambiado mi destino y lo que me aguarda –no sé ni cuándo ni cómo– me hace volver a presentirte para cualquier instante de nuestras vidas.

Y me darás, entonces, tus manos para que lea en ellas nuestro futuro. Y me darás tus labios para, con los míos, poner ese futuro en ellos... Pero no hay prisa, amor, para dejar que el dolor que aún sentimos se desvanezca en el olvido del recuerdo mientras encontramos el camino que nos lleve hasta el abrazo.

(De mi libro de relatos breves: "Las otras estaciones". Murcia, feb.2004))
© P.Fco.Roldán

Shuarma Universo: El tiempo se puede parar

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